capitulo 13

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Capítulo 13
— Sí, Niall —le contestó Louis por teléfono mientras se vestía para ir a
trabajar—. Ya ha pasado una semana. Estoy bien.
— Pues no lo parece —replicó Niall, incrédulo—. Tienes la voz temblorosa.
Y realmente aún no lo había superado del todo. Pero estaba bien, gracias a
Harry y al hecho de no haber visto morir al pobre Rodney Carmichael.
Una vez la policía hubo acabado con los interrogatorios, Harry lo llevó a casa
y él había procurado no pensar demasiado en lo sucedido.
— De verdad. Estoy bien.
Harry entró en la habitación.
— Vas a llegar tarde. —Le quitó el auricular de la mano y le ofreció una
galleta—. Acaba de vestirte —le dijo, y comenzó a hablar con Niall.
Louis frunció el ceño cuando Harry salió de la habitación; ya no podía
escuchar la conversación.
Mientras se vestía, cayó en la cuenta de lo cómodo que se sentía junto a
Harry. Le encantaba tenerlo a su alrededor, cuidarlo y que él lo cuidara. La
reciprocidad de su relación era maravillosa.
— Louis —le dijo, asomando la cabeza por la puerta—. Vas a llegar tarde.
Louis se rió y se puso los zapatos.
— Ya voy, ya voy.
Cuando atravesaron la puerta principal Louis vio que él no se había puesto
los zapatos.
— ¿No vas a venir hoy conmigo?
— ¿Me necesitas?
Louis dudó. En el fondo le encantaba almorzar junto a él y bromear entre
paciente y paciente. Pero claro, seguro que para él sentarse horas seguidas
esperándolo era muy aburrido.
— No.
Él le dio un beso hambriento.
— Hasta la noche.
De mala gana, se apresuró hacia el coche.
Fue uno de los días más largos de la historia. Louis lo pasó sentado tras el
escritorio, contando los segundos que faltaban para acompañar a sus pacientes
hasta la puerta.
A las cinco en punto, echó a la pobre Rachel de la oficina, recogió
rápidamente todas sus cosas y se marchó a casa.
No tardó mucho en llegar. Frunció el ceño cuando vio a Niall, que lo
esperaba en el porche delantero.
— ¿Ha pasado algo? —le preguntó Louis al acercarse.
— Nada de importancia. Pero te daré un consejo: rompe la maldición. Harry
es un tesoro.
Louis lo miró aún más ceñudo mientras Niall se alejaba hacia su Jeep.
Confundido, abrió la puerta para entrar en casa.
— ¿Harry? —lo llamó.
— Estoy en la habitación.
Louis subió las escaleras. Lo encontró tumbado sobre la cama en una
postura mucho más que deliciosa, con la cabeza apoyada en una mano. Había una
rosa roja delante de él. Estaba increíblemente seductor y maravilloso con aquellos
hoyuelos y esa luz en sus celestiales ojos verdes, que en esos momentos eran
decididamente perversos.
— Tienes toda la apariencia del gato que se ha comido al canario —le dijo en
voz baja—. ¿Qué habéis estado haciendo Niall y tú hoy?
— Nada.
— Nada —repitió Louis, escéptico. ¿Y por qué no se lo creía? Porque Harry
tenía la apariencia de un niño que acaba de hacer una travesura.
Su mirada bajo hasta la rosa.
— ¿Es para mí?
— Sí.
Louis sonrió ante su escueta y cortante respuesta. Dejó caer sus zapatos al
lado de la cama.
Al alzar la vista, captó la mirada de Harry que había estirado el cuello para no
perderse nada. Él volvió a sonreír.
Louis cogió la rosa y aspiró su dulce aroma.
— Es una sorpresa encantadora —dijo, besándolo en la mejilla—. Gracias.
— Me alegra que te guste —susurró, acariciándole el mentón.
Louis se alejó con renuencia y cruzó la habitación para depositar la rosa
sobre la cómoda, y abrir el cajón superior.
Se quedó paralizado. Sobre la ropa había un pequeño ejemplar de Peter Pan,
adornado con un gran lazo rojo.
Boquiabierto, lo cogió y desató el lazo. Al pasar la primera página, su corazón
dejó de latir un instante.
— ¡Oh Dios mío! ¡Es una primera edición, y firmada!
— ¿Te gusta?
— ¿Que si me gusta? —le contestó con los ojos humedecidos—. ¡Harry!
Se arrojó sobre él y depositó una lluvia de besos sobre su rostro.
— ¡Eres tan maravilloso! ¡Gracias!
Y por primera vez, Louis lo vio avergonzado.
— Esto es… —su voz se desvaneció al mirar hacia el vestidor. La puerta
estaba entreabierta y la luz del interior encendida.
No podía haber…
Muy lentamente, Louis se acercó. Abrió la puerta y miró dentro.
Los ojos se le llenaron de lágrimas de alegría y lo invadió una oleada de
calidez. Las estanterías estaban de nuevo llenas de libros. La mano le temblaba
mientras acariciaba los lomos de su nueva colección.
— ¿Esto es un sueño? —susurró.
Sintió a Harry tras él. No lo estaba tocando, pero podía percibirlo con cada
poro, con cada sentido de su cuerpo. No era nada físico pero conseguía que la tierra
temblara bajo sus pies. Y lo dejaba sin aliento.
— No pudimos encontrarlos todos, especialmente las ediciones de bolsillo,
pero Niall me ha asegurado que hemos conseguido los más importantes.
Una única lágrima descendió por la mejilla de Louis al ver las copias de los
libros de su padre. ¿Cómo los habían podido conseguirlos?
El corazón le latía con fuerza mientras veía sus títulos favoritos: Los tres
Mosqueteros, Beowulf, La Letra Escarlata, El Lobo y la Paloma, Armas de Caballero,
Fallen, Amores en Peligro… y seguían y seguían hasta dejarlo aturdido.
Abrumado y con una sensación de mareo, dejó que las lágrimas corrieran por
su rostro.
Se dio la vuelta y se lanzó a los brazos de Harry.
— Gracias —sollozó—. ¿Cómo…? ¿Cómo lo has hecho?
Él se encogió de hombros, y alzó una mano para enjugarle las lágrimas. En
ese momento, Louis se dio cuenta de que algo faltaba en su mano.
— Tu anillo no —murmuró mientras contemplaba la señal blanquecina en el
dedo de su mano derecha, donde había llevado el anillo—. Dime que no lo has
hecho.
— Sólo era un anillo, Louis.
No, no lo era. Louis recordaba la expresión de su rostro cuando el doctor Lewis
quiso comprárselo.
«Jamás» —había dicho él— «No sabe por lo que pasé para conseguirlo»
Pero Louis sí lo sabía después de haber escuchado las historias de su
pasado. Y lo había vendido por él.
Temblando, se puso de puntillas y lo besó con fiereza.
Harry se quedó helado al sentir sus labios. Jamás se había entregado a él de
aquel modo. Cerró los ojos, hundió las manos en su pelo para dejar que le acariciara
los brazos, y gimió ante el asalto de Louis.
La cabeza de Harry comenzó a dar vueltas al saborear su boca, al sentir el
cuerpo de Louis pegado al suyo, al ser consciente de la ferocidad de su beso, que
nunca antes había experimentado; jamás le habían besado así…
Hasta su alma maldita se estremeció.
En ese momento, deseó poder permanecer sereno durante más tiempo. No
quería vivir otro segundo más separado de Louis. No podía imaginarse un solo día
sin que Louis estuviese a su lado.
Harry notó cómo, poco a poco, perdía el control. La locura lo asaltaba
dolorosamente, le atravesaba la cabeza al mismo tiempo que la entrepierna.
¡Todavía no! Gritó su mente. No quería que ese momento terminara. Ahora
no. No cuando Louis estaba tan cerca.
Tan cerca… pero no tenía opción
Lo separó de la mala gana.
— Ya veo que te ha gustado el regalo, ¿no?
Louis se rió.
— Por supuesto que me ha gustado. Harry, estás loco. —Le pasó los brazos
alrededor de la cintura y apoyó la cabeza sobre su pecho.
Harry se estremeció mientras unas desconocidas emociones hacían vibrar su
cuerpo. Lo envolvió entre sus brazos y sintió cómo sus corazones latían al unísono.
Si pudiera, se quedaría así, abrazándolo para toda la eternidad. Pero no
podía. Retrocedió un paso. Louis lo miró con una ceja alzada. Harry borró con una
caricia las arrugas de preocupación que se habían formado en la frente de Louis.
— No te estoy rechazando, cariño —le susurró—. Lo que ocurre es que no
me siento muy bien en este momento.
— ¿Es la maldición?
Harry asintió.
— ¿Puedo ayudarte?
— Dame un minuto para controlarlo.
Louis se mordió el labio mientras lo observaba acercarse a la cama. Era la
única vez que Harry no parecía moverse con su habitual elegancia y fluidez. Daba la
impresión de que apenas podía respirar, como si tuviese un terrible dolor de
estómago. Agarró con tanta fuerza el poste de la cama que los nudillos se le
pusieron blancos.
El dolor se apoderó de Louis ante aquella imagen y quiso reconfortarlo.
Quería ayudarlo más que nunca. De hecho quería… Lo quería a él. Y punto.
Abrió la boca ante el repentino impacto de sus pensamientos. Lo amaba.
Profunda, verdadera y totalmente. Lo amaba. ¿Cómo no iba a amarlo?
Con el corazón enloquecido, Louis deslizó la mirada sobre los libros del
vestidor. Los recuerdos lo asaltaron: Harry la noche que apareció y se le ofreció;
Harry haciéndole el amor en la ducha; Harry tranquilizándolo, haciéndolo reír; Harry
bajando por la trampilla del ascensor para rescatarlo; Harry tumbado en la cama con
la rosa, observándolo mientras él descubría sus regalos.
Niall tenía razón. Era el mayor de los tesoros y no quería dejarlo marchar.
Estuvo a punto de decírselo, pero se contuvo. No era el momento. No cuando
estaba soportando una tremenda agonía. No cuando era tan vulnerable.
Él querría saberlo.
¿O no?
Louis consideró las consecuencias de su posible confesión. A Harry no le
gustaba esta época, estaba claro. Quería irse a casa. Si él le confesaba cuáles
eran sus sentimientos, él se quedaría por esa razón; pero no sería justo, porque casi
lo haría por obligación. Quizás algún día acabara resentido con él por haberle
negado la posibilidad de regresar al mundo que una vez conoció. A lo que había
sido.
O peor aún, ¿y si su relación no funcionaba?
Como psicólogo, sabía mejor que nadie los problemas que podían
ocasionarse en una pareja, y cómo podían acabar destruyéndola.
Una de las causas más frecuentes de ruptura era la falta de intereses
comunes; parejas que se mantenían unidas por la simple atracción física y que
acaban separándose.
Harry y él eran completamente diferentes. Él era un psicólogo del siglo
XXI y Harry era un maravilloso general Macedonio del sigo II a.C. ¡Era como hablar de
emparejar a un pez y un pájaro!
Jamás habían existido dos personas más diferentes en el mundo que
hubieran sido obligadas a permanecer juntas.
En ese momento estaban disfrutando de la novedad de la relación. Pero no se
conocían en absoluto. ¿Y si dentro de un año descubrían que no estaban
enamorados?
¿Y si él cambiaba una vez acabaran con la maldición?
Harry le había dicho que en Macedonia era un hombre totalmente distinto.
¿Qué ocurriría si parte de su encanto o de la atracción que sentía por él se debían
a la maldición? Según Cupido, la maldición hacía que Harry se sintiese
irremediablemente atraído hacia él.
¿Y si rompían la maldición y Harry se convertía en una persona diferente? ¿En
alguien que no quisiese estar con él?
¿Qué pasaría entonces?
Una vez rechazara la oportunidad de regresar a su hogar, Louis sabía que no
tendría otra ocasión de volver.
Se esforzó por respirar cuando cayó en la cuenta de que jamás podría decirle:
«Intentémoslo y veamos si funciona». Porque una vez tomaran la decisión, no habría
vuelta atrás.
Louis tragó y deseó ser capaz de ver el futuro, como Niall. Pero hasta Niall
se equivocaba a veces. No podía permitirse una equivocación; Harry no se lo
merecía.
No, tendría que haber otra razón de peso para que él se quedara. Harry tendría
que amarlo tanto como él lo amaba.
Y eso era tan probable como que el cielo se derrumbase sobre la tierra en los
próximos diez minutos.
Cerró los ojos y se encogió ante la verdad. Harry jamás sería suyo. De una
forma o de otra, tendría que dejarlo marchar.
Y eso acabaría con él.
Harry soltó un suspiro entrecortado y soltó el poste de la cama. Miró a Louis
con una leve sonrisa.
— Eso ha dolido —le dijo.
— Me he dado cuenta —le contestó Louis acercándose a él, pero Harry se
alejó como si acabara de tocar a una serpiente.
Louis dejó caer la mano.
— Voy a preparar la cena.
Harry lo observó mientras salía de la habitación. Deseaba tanto ir tras Louis
que apenas si podía contenerse. Pero no se atrevía.
Necesitaba un poco más de tiempo para serenarse. Más tiempo para aplacar
el fuego maldito que amenazaba con devorarlo.
Meneó la cabeza. ¿Cómo podían las caricias de Louis insuflarle tanta fuerza
y al mismo tiempo dejarlo tan débil?
* * *
Louis acababa de preparar una sopa de sobre y unos sándwiches cuando
Harry entró a la cocina.
— ¿Te sientes mejor?
— Sí —le contestó mientras se sentaba a la mesa.
Louis removió su sopa con la cuchara y lo observó comer. Su cabello
reflejaba la luz del sol del atardecer y lo hacía parecer aún más claro. Se sentaba
con una postura muy erguida, y el más leve de sus movimientos despertaba una
oleada de deseo en Louis. Podría pasarse todo el día contemplándolo de ese modo y
no se cansaría.
No. Lo que en realidad deseaba era levantarse de la silla, acercarse a él,
sentarse en su regazo y pasarle las manos por esas maravillosas ondas castañas
mientras lo besaba ardorosamente.
¡Déjalo ya! Si no se controlaba, ¡sucumbiría a la tentación!
— ¿Sabes? —le dijo Louis, inseguro—. He estado pensando… ¿Y si te quedaras
aquí? ¿Tan malo sería vivir en mi época?
La mirada que le dedicó hizo que se sofocara.
— Ya hemos hablado de esto. Éste es no es mi mundo; no lo comprendo, no
entiendo vuestras costumbres. Me siento extraño, y odio esa sensación.
Louis se aclaró la garganta. De acuerdo, no volvería a mencionar el tema.
Suspirando, cogió el sándwich y comenzó a comérselo, aunque lo único que
le apetecía era discutir.
Una vez acabada la cena, Harry lo ayudó a limpiar la cocina.
— ¿Quieres que te lea? —le preguntó.
— Claro —le contestó.
Pero Louis sabía que algo iba mal. Le estaba ocultando algo; se mostraba
casi frío.
No lo había visto así desde que lo conoció.
Louis subió, cogió su libro nuevo de Peter Pan y volvió a bajar. Harry ya
estaba tumbado en el suelo, apilando los cojines.
Louis se acomodó en el suelo, perpendicular a él y recostó la cabeza sobre su
estómago. Pasó la primera página y empezó a leer.
Harry escuchó la voz suave y melodiosa de Louis, y no dejó de mirarlo un
solo instante. Observaba cómo sus ojos bailaban sobre las páginas mientras leía.
Se había prometido no tocarlo pero, en contra de su voluntad, alargó un brazo
y comenzó a acariciarle el pelo. El contacto de su cabello sobre la piel lo inflamó e
hizo que su entrepierna se endureciera aún más, anhelando dolorosamente
poseerlo.
Mientras las castañas y sedosas hebras acariciaban sus dedos, dejó que la voz
de Louis lo alejara de allí y lo llevara a un lugar acogedor. Se sentía en ese hogar
esquivo que había perseguido durante toda la eternidad.
Un lugar en donde sólo existían ellos dos. Sin dioses ni maldiciones.
Maravilloso.
Louis arqueó una ceja cuando notó que la mano de Harry se apartaba de su
cabello y le desabrochaba el botón superior de la camisa. Contuvo la respiración y
aguardó expectante, pero aún así no estaba muy seguro de sus intenciones.
— ¿Qué estás…?
— Sigue leyendo —le dijo mientras acababa de desabrochar el botón.
Con el cuerpo cada vez más acalorado, Louis leyó el siguiente párrafo. Harry
le desabrochó el siguiente botón.
— Harry…
— Lee.
Louis leyó otro párrafo mientras su mano descendía hasta el siguiente botón.
Sus acciones le hacían perder el control y respiraba entrecortadamente con el
corazón latiendo a un ritmo cada vez más frenético.
Alzó la mirada y se encontró con los ojos hambrientos de Harry.
— ¿Qué es esto? ¿Una sesión de lectura con striptease incluido? ¿Yo leo un
párrafo y tú desabrochas un botón?
Como respuesta, Harry deslizó una cálida mano por encima de su pecho.
Louis gimió de placer cuando élempezó a acariciarlo y la piel de sus brazos
se erizó ante el calor que emanaba de él.
— Lee —le ordenó de nuevo.
— Sí, claro. Como si pudiese leer mientras tú…
En ese momento, Harry le desabrochó el ultimo boton y
cubrió su pecho desnudo con una mano.
— ¡Harry!
— Léeme, Louis. Por favor.
¡Como si fuese posible!
Pero la súplica que teñía su voz le llegó al corazón. Obligándose, se
concentró en el libro y Harry siguió pasando las manos sobre su piel.
Sus caricias eran relajantes y dulces. Sublimes. No se parecían en nada a las
que usaba para inflamarlo y seducirlo, eran algo muy diferente. Más allá de los
límites de la carne. Involucraban directamente al corazón.
Después de un tiempo, se acostumbró a los círculos que Harry trazaba
alrededor de su pecho, de sus pezones y de su ombligo. Se perdió en el instante,
en la extraña intimidad que estaban compartiendo.
Acabó el libro cerca de las diez. Harry pasó los nudillos sobre un endurecido
pezón mientras Louis dejaba el libro a un lado.
— Tu pecho es precioso.
— Me alegra que digas eso. —Escuchó que el estómago de Harry rugía bajo
su oreja—. Me da la sensación de que tienes hambre.
— El hambre que tengo no puede ser saciada con comida.
El rostro de Louis adquirió un tono escarlata.
Él deslizó las manos desde su ombligo hasta la garganta, una vez allí trazó la
línea de la mandíbula y ascendió hasta el cabello. Con los pulgares, dibujó el
contorno de sus labios.
— Qué extraño —dijo—. Sólo cuando me besas llego al borde del abismo.
— ¿Cómo?
Bajó las manos de nuevo hasta su vientre.
— Adoro la sensación de tu piel contra la mía. La suavidad de tu cuerpo bajo
mi mano —le confesó en voz baja—. Pero sólo cuando tus labios rozan los míos
siento que pierdo el control. ¿A qué crees que se deberá?
— No lo sé.
En ese momento sonó el teléfono.
Harry lanzó una maldición.
— Odio esos chismes.
— Yo estoy empezando a odiarlos también.
Harry retiró la mano para que Louis pudiera levantarse.
Louis la cogió y la volvió a poner sobre su pecho.
— Déjalo que suene.
Harry sonrió ante su actitud e inclinó la cabeza, acercándola a la suya. Sus labios
estaban tan cerca que Louis podía sentir su aliento en el rostro. De repente, Harry
retrocedió bruscamente.
Louis vio la agonía, el deseo en sus ojos un instante antes de que los cerrara y
apretara los dientes como si luchara para contenerse.
— Ve a contestar el teléfono —susurró, liberándolo. Louis se puso en pie; le
temblaban tanto las piernas que apenas si la sostenían. Cruzó la habitación y cogió
el inalámbrico mientras se tapaba con la camisa.
— Hola, Niall.
Harry lo escuchó hablar con el corazón pesado como el plomo, luchando
contra el fuego que lo arrasaba.
Lo último que quería era dejar este refugio. Jamás había disfrutado tanto en
su vida como desde que conoció a Louis. Y ahora estaba ansioso por pasar con él
cada segundo del tiempo que disponían para estar juntos.
— Espera y le pregunto. —Louis volvió a su lado—. Niall y Bill quieren
saber si nos apetecería salir con ellos el sábado.
— Tú decides —le contestó Harry, esperando que declinara la invitación.
Louis sonrió y se colocó de nuevo el teléfono en la oreja.
— Eso suena genial, Niall. Será muy divertido… Vale. Nos vemos
entonces. —Dejó el teléfono en su sitio—. Voy a darme una ducha rápida antes de ir
a la cama. ¿Vale?
Harry asintió. Lo observó subir las escaleras. Deseaba más que nunca volver
a ser mortal.
Daría cualquier cosa por poder seguirlo en ese momento, tumbarse junto a
él en la cama y enterrarse profundamente en su cuerpo.
Cerrando los ojos podría jurar que era capaz de sentir el cuerpo de Louis
rodeándolo.
Se mesó el cabello. ¿Cuántos días más podría soportar esta tortura?
Pero quería luchar contra ella. Se negaba a rendirse, a entregar su cordura un
segundo antes del plazo que las Parcas habían decretado.
* * *
Louis sintió la presencia de Harry. Se giró y lo vio de pie junto a la bañera,
completamente desnudo.
Louis dejó que su mirada se recreara con avidez en cada centímetro de
aquel cuerpo, pero fue su sonrisa, cálida y fascinante, la que le robó el
corazón y lo dejó sin aliento.
Sin decir una sola palabra, él se metió en la ducha.
— ¿Sabes? —comentó con una naturalidad que lo dejó pasmado—. Esta
mañana encontré algo interesante.
Louis observó cómo el agua resbalaba sobre él, mojándole el pelo hasta
convertirlo en una masa de rizos húmedos que caían sobre su rostro.
— ¿Sí? —contestó Louis, resistiéndose al impulso de alzar el brazo y coger uno
de sus rizos. O mejor aún, mordisquearlo.
— Mmm —murmuró Harry, deslizando la mano por el cordón de la ducha
hasta sacarla de su soporte en la pared. Giró hasta encontrar la posición de un ligero
masaje—. Date la vuelta.
Louis dudó antes de obedecerle.
Harry deslizó su mirada por su espalda desnuda y húmeda. Jamás había
visto una persona más tentadora en todos los días de su vida.
Era todo lo que había soñado, pero que no podía ni siquiera anhelar. No se
atrevía. Era un sueño lejano.
Bajó los ojos hasta su trasero. Tenía las piernas ligeramente
abiertas. Una imagen de él separándoselas y sumergiéndose en Louis se abrió paso
en su mente.
Esforzándose por mantener la respiración, acercó el cabezal de la ducha
hasta los hombros de Louis.
— Eso es estupendo —murmuró Louis.
Harry no podía hablar. Mantenía la mandíbula fuertemente apretada para
controlar las voraces exigencias de su cuerpo. Su necesidad de tocarlo era tan
honda que hacía que el hambre y la sed que padecía mientras permanecía en el
libro fuesen una broma.
Louis se dio la vuelta para mirarlo; su rostro resplandecía. Alargó el brazo
para coger la manopla que se encontraba en la repisa, detrás de Harry. Él no se
movió mientras lo lavaba, pasando las manos por su pecho y su abdomen, avivando
la hoguera del deseo que sentía por Louis.
Contuvo la respiración, anticipando el momento en que su mano bajara más y
más.
Louis se mordió el labio al tocar los duros abdominales. Miró hacia arriba y
vio que Harry lo observaba. Tenía los ojos medio cerrados y parecía estar
saboreando cada caricia que sus manos dejaban sobre su cuerpo.
Deseando complacerlo, pasó la manopla sobre los rizos oscuros de su
entrepierna. Harry jadeó cuando lo tomó entre sus manos con suavidad. Louis sonrió
al sentir el repentino estremecimiento que agitó su cuerpo.
La expresión de sumo placer que se veía en su rostro hizo que Louis se
sintiera encandilado. Con el corazón acelerado, deslizó la mano hacia arriba, para
poder acariciar su miembro hinchado.
Escuchó cómo la ducha golpeaba la bañera un segundo antes de que Harry lo
envolviera entre sus brazos y enterrara los labios en su cuello.
Louis tembló ante la sensación de sus cuerpos húmedos, desnudos y
entrelazados. El amor que sentía por él fluyó por sus venas, rogando que sucediese
un milagro que les permitiera pasar la vida juntos.
En ese instante, deseó poder sentirlo en su interior. Sentir cómo el tomaba
posesión de su cuerpo de la misma forma que se había apoderado de su corazón.
Mientras lo torturaba con los labios deliciosamente, enterró un muslo entre
sus piernas y la sensación del vello sobre su carne hizo que el sentido común de
Louis acabara por derretirse.
Enfebrecido, Louis se restregó contra su muslo y se deleitó al moverse contra
los duros músculos que se contraían bajo sus piernas mientras seguía lamiendo su
cuello. Cuánto amaba a este hombre. Cómo deseaba escucharle decir que
significaba para Harry tanto como Harry para Louis.
Harry pasó las manos a lo largo de la espalda de Louis y luego las movió
hacia el frente.
Su mirada lo abrasaba mientras lo ayudaba a sentarse en la bañera.
— ¿Qué estás h…? —su pregunta acabó con un jadeo al sentir la lengua de
Harry en la oreja.
Louis percibió la tensión en los músculos de su brazo de él cuando cogió el
cabezal de la ducha y volvió a atormentar su cuerpo con su pulsante calor. Lo movió
lentamente, trazando círculos sensuales sobre su pecho y su vientre. Enardecido
por la estimulación del agua y el cuerpo de Harry, Louis luchaba por respirar.
Harry temblaba por la necesidad. Quería complacer a Louis como jamás
había querido hacerlo con nadie. Deseaba verlo retorcerse bajo él. Escucharlo gritar
cuando llegara al clímax.
Harry le separó los muslos con el codo y dejó que el agua de la ducha cayera
directamente entre sus piernas.
Louis emitió un entrecortado gemido al ser asaltado por una indescriptible
oleada de placer.
— ¿Harry? —jadeó, mientras su cuerpo se estremecía. La mano de Harry
cogió el miembro de Louis y comenzo a moverse, a la vez que los chorros de
agua intensificaban sus caricias.
Jamás, jamás había experimentado algo parecido. Harry giraba la muñeca
haciendo que el agua cayera sobre Louis en pequeños movimientos circulares, hasta
que ya no pudo más.
Cuando alcanzó el orgasmo un segundo después, gritó aliviado.
Harry sonrió y mantuvo su cuerpo completamente inmóvil para no poseerlo.
Aún no había acabado con él. Jamás podría acabar con Louis.
Con las manos, la lengua y el cabezal de la ducha hizo que Louis disfrutara
de cinco orgasmos más.
— Por favor —le rogó Louis tras el último—. Ten compasión. No puedo más.
Decidiendo que ya habían tenido los dos suficiente tortura, Harry se giró y
cortó el agua.
Louis era incapaz de moverse. Cualquier sensación, por pequeña que fuera,
la hacía estremecerse. Observó cómo Harry se ponía de pie entre sus piernas y lo
miraba con una leve sonrisa.
— Acabas de matarme —balbució—. Ahora tienes que enterrar el cadáver.
Él se rió ante la ocurrencia. Salió de la bañera, alargó los brazos y lo alzó.
Louis se quedó embelesado al sentir su piel desnuda mientras lo llevaba
hasta la cama y lo secaba con la toalla.
Muy lentamente y con mucho cuidado, utilizó el albornoz de un modo que
Louis juraría que a nadie se le había ocurrido antes. Lo pasó sensualmente por sus
hombros, sus brazos y sus pechos, y después descendió hasta el estómago
trazando sensuales espirales.
— Abre tus piernas para mí, Louis.
Sin fuerza de voluntad alguna, Louis obedeció.
Louis gimió al sentir la felpa sobre la trémula carne de su sexo. Súbitamente
el albornoz fue reemplazado por los dedos de Harry.
— Harry, por favor. No creo que pueda soportarlo de nuevo.
Él no le hizo caso. Ni siquiera su propio cuerpo tuvo en cuenta su opinión. Y
para su sorpresa, un nuevo orgasmo lo asaltó.
Harry se inclinó y le susurró al oído:
— Podríamos seguir así toda la noche.
Louis lo miró a los ojos y entonces se dio cuenta del alcance de la maldición: su
miembro estaba aún completamente erecto y tenía la frente cubierta de sudor.
¿Cómo podía soportar verlo correrse una y otra vez sabiendo que él no podría
hacerlo?
Pensando tan sólo en el amor que sentía por él, se incorporó hasta quedar
sentado y lo besó.
Harry se echó atrás con un movimiento violento. Cayó al suelo agitándose
como si le golpeasen.
Aterrorizado por lo que había hecho, Louis bajó de la cama.
— Lo siento —dijo al llegar junto a él—. Lo olvidé.
Harry se giró en ese instante para mirarlo. Tenía los ojos de aquel espantoso
color oscuro.
Temblaba como si estuviese luchando por alejarse de la locura. Fue el miedo
en el rostro de Louis lo que finalmente lo ayudó a calmarse.
Se alejó de Louis como si fuera venenoso.
Louis lo observó mientras utilizaba los peldaños de su cama como apoyo
para ponerse en pie.
— Cada vez es peor —dijo con voz ahogada.
Louis no podía hablar. No podía soportar verlo sufrir de aquella manera. Y se
odiaba a sí mismo por haberlo llevado hasta el borde del abismo.
Sin mirarlo siquiera, Harry recogió su ropa y salió de la habitación.
Pasaron varios segundos antes de que Louis pudiese moverse. Cuando
finalmente consiguió ponerse de pie, abrió la cómoda para sacar algo de ropa y sus
ojos se quedaron clavados sobre la caja que contenía los grilletes.
¿Cuántos días más tendrían antes de que lo perdiera para siempre?

el dios de lo placentero /LSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora