capítulo 12

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Capítulo 12

Llegaron a casa al mismo tiempo que la policía.
El joven y musculoso agente miró con suspicacia a Harry.
— ¿Quién es?
— Un amigo —le contestó Louis.
El policía alargó la mano hacia Louis.
— De acuerdo, déme las llaves y déjenos echar un vistazo. El agente
Reynolds se quedará con ustedes aquí fuera hasta que lo revisemos todo.
Louis le entregó obedientemente el juego de llaves.
Comenzó a mordisquearse las uñas mientras observaba cómo el policía
entraba a su hogar.
Por favor, que Rodney Carmichael esté dentro todavía.
Pero no estaba. El policía salió poco después meneando la cabeza.
— ¡Joder! —exclamó Louis en voz baja.
El agente Reynolds lo acompañó hasta la casa y Harry los siguió un poco
rezagado.
— Necesitamos que entre y eche un vistazo para ver si falta algo.
— ¿Ha hecho algún estropicio? —preguntó Louis.
— Sólo en los dormitorios.
Con el corazón en un puño, Louis entró en su casa y subió las escaleras para
ir a su habitación.
Harry la siguió y observó cómo se mantenía rígido y distante. Tenía el rostro
tan pálido. Podría matar al tipo que le había hecho esto. Ninguna persona debería pasar tanto miedo, especialmente en su propio hogar.
Cuando llegaron al piso superior, Harry vio que la puerta de la habitación del
final del pasillo estaba entreabierta. Louis corrió hacia allí.
— ¡No! —jadeó.
Se apresuró a seguirlo.
Harry comenzó a verlo todo rojo al contemplar el sufrimiento que reflejaba el
rostro de Louis. Podía sentir su dolor en el corazón como si fuese el suyo propio.
Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas mientras observaba el desorden.
El colchón estaba tirado en el suelo, las sábanas desgarradas, los cajones abiertos y
su contenido esparcido, como si Céfiro hubiera pasado por allí en mitad de un
arranque de mal humor.
Harry le colocó las manos sobre los hombros para reconfortarlo.
— ¿Cómo ha podido hacerle esto a su habitación? —preguntó Louis.
— ¿De quién es esta habitación? —preguntó el agente Reynolds—. Creía que
vivía solo.
— Y lo hago. Ésta era la habitación de mis padres. Murieron hace tiempo —
miró a uno y otro lado, incrédulo. Una cosa era que fuese tras él, pero ¿por qué
había hecho esto?
Contempló la ropa esparcida por el suelo; ropa que le traía a la memoria
tantos recuerdos maravillosos… Las camisas que su padre llevaba al trabajo; el
jersey favorito de su madre; los pendientes que su padre había regalado a su madre en su último aniversario de boda. Todo estaba desparramado por la habitación, como si no tuviese valor alguno.
Pero para Louis eran objetos muy valiosos. Era lo único que le quedaba de
ellos. El dolor le desgarraba el corazón.
— ¿Cómo ha podido hacerlo? —preguntó, mientras la rabia se abría paso en
su interior.
Harry lo atrajo hacia sus brazos y la sostuvo con fuerza.
— No pasa nada, Louis —murmuró sobre su pelo.
Pero sí que pasaba. Louis dudaba poder superar aquello alguna vez. No
podía dejar de pensar en las manos de ese animal tocando la ropa de su madre o
desgarrando las sábanas. ¡Cómo se había atrevido!
Harry miró al agente de policía.
— No se preocupe —dijo el hombre—, encontraremos al tipo.
— ¿Y después qué? —preguntó Harry.
— Eso tendrá que decidirlo un tribunal.
Harry lo miró de arriba abajo y soltó un gruñido, asqueado. Tribunales. No
entendía cómo un tribunal moderno podía permitir que un animal así estuviese
suelto.
— Sé que todo esto es duro —comentó el agente—. Pero necesitamos que
compruebe si se ha llevado algo, doctor.
Louis asintió.
A Harry le sorprendió el coraje que demostró al desprenderse de su abrazo y
limpiarse las lágrimas. Comenzó a inspeccionar todo aquel desastre. Él se arrodilló a
su lado; quería estar cerca por si lo necesitaba de nuevo.
Después de comprobarlo todo concienzudamente, Louis cruzó los brazos
sobre el pecho y lanzó una rápida mirada al agente.
— No falta nada —le dijo, y salió de la habitación para ir a la suya.
Entró en ella con mucha aprensión. Un rápido vistazo le indicó que su
dormitorio había sufrido los mismos daños que el de sus padres. Había registrado
meticulosamente tanto la ropa de Harry como la suya. Toda la ropa estaba tirada
por el suelo, había desgarrado las sábanas y el colchón estaba ladeado.
Ojalá Rodney hubiese encontrado la espada de Harry bajo la cama y hubiese
cometido el error de tocarla. Eso sí que habría sido una justa recompensa.
Pero no la había visto. De hecho, el escudo aún seguía apoyado sobre la
pared, junto a la cama, donde él lo dejó.
Louis se sentía casi violado al contemplar toda su ropa esparcida por la
habitación; como si las manos de Rodney hubiesen tocado su cuerpo.
En ese momento, vio la puerta del vestidor ligeramente abierta. Estaba
muerto de miedo mientras se acercaba para abrirla y mirar en el interior. Entonces
se sintió como si el tipo le hubiese arrancado el corazón y lo hubiese aplastado.
— Mis libros —murmuró.
Harry cruzó la habitación para ver lo que Louis estaba mirando. Se quedó sin
respiración al llegar junto a él.
Todos los libros habían sido destrozados.
— Mis libros no —balbució, cayendo de rodillas.
Le temblaba la mano al pasarla sobre las hojas de los libros que su padre
había escrito. Eran irremplazables. Jamás podría abrirlos de nuevo y escuchar su
voz hablándole desde el pasado. No podría abrir Belleza Negra y oír a su madre
mientras se lo leía.
Todo había desaparecido.
Rodney Carmichael acababa de matar de nuevo a sus padres.
Louis se fijó entonces en lo que quedaba de su ejemplar de La Ilíada. Los
ojos se le llenaron de lágrimas al recordar la expresión de Harry mientras pasaba
sus páginas. Las horas que habían pasado juntos mientras él lo leía. Habían sido
unos momentos muy especiales, mágicos; los dos tumbados frente al sofá, perdidos
en la historia, como si hubiesen estado en un reino privado, sólo de ellos dos. Su
propio paraíso.
— Los ha destrozado todos —murmuró—. ¡Dios! Ha debido pasar horas aquí.
— Señor, sólo son…
Harry agarró al agente Reynolds por el brazo y lo sacó de la habitación.
— Para él son mucho más que simples libros —le dijo entre dientes—. No
se atreva a burlarse de su dolor.
— ¡Vaya! —exclamó el hombre avergonzado—. Lo siento.
Harry volvió junto a Louis.
Sollozaba incontrolablemente mientras pasaba las manos sobre las hojas
sueltas.
— ¿Por qué lo ha hecho?
Harry lo levantó, lo sacó del vestidor y lo acostó en la cama. Louis no lo soltó. Se
aferraba a él con tanta fuerza que a Harry le costaba trabajo respirar, y lloraba como
si el corazón estuviese rompiéndosele a pedazos.
En ese momento, Harry quiso matar al hombre que le había hecho esto.
Sonó el teléfono.
Louis gritó y forcejeó para incorporarse.
— Shh —le dijo Harry, mientras le limpiaba las lágrimas y lo sostenía,
impidiendo que se moviera—. No pasa nada. Estoy aquí, contigo.
El agente Reynolds le pasó el teléfono.
— Conteste, por si es él.
Harry miró con furia al hombre. ¿Cómo podía ser tan insensible? ¿Cómo
podía pedirle que hablara con ese perro rabioso?
— Hola, Niall —saludó Louis, y volvió a estallar en lágrimas mientras le
contaba a su amigo lo que había sucedido.
La mente de Harry bullía al pensar en el hombre que había invadido la casa
de Louis y lo había herido tan profundamente. Lo que más le preocupaba era que el
tipo sabía dónde golpear. Conocía a Louis. Sabía lo que era importante para él.
Y eso le hacía mucho más peligroso de lo que la policía sospechaba.
Louis colgó el teléfono.
— Siento mucho haber perdido el control —dijo, limpiándose las lágrimas—.
Ha sido un día muy largo.
— Sí, señor, lo entendemos.
Harry observó cómo se recomponía; Louis tenía una fuerza de voluntad que
muy pocos hombres poseían.
Acompañó al policía por el resto de la casa.
— No debe haber visto este libro —dijo uno de los agentes con el libro de
Harry en la mano, ofreciéndoselo a Louis.
Harry lo cogió de las manos de Louis. Al contrario que el agente, él no
estaba tan seguro. Si el bastardo había intentado romperlo, se habría llevado una
desagradable sorpresa.
No podía ser destruido. Él mismo había intentado hacerlo en incontables
ocasiones a lo largo de los siglos. Pero ni siquiera el fuego hacía mella en él. El libro
le hizo recordar las palabras de Louis.
Él se iría en unos cuantos días y Louis se quedaría solo, sin nadie que lo
protegiera. Y esa idea lo enfermaba.
Los agentes se marcharon en el mismo instante que Niall llegaba en su
coche. Salió del Jeep acompañado de un hombre alto y moreno que llevaba el brazo
en un cabestrillo. Niall prácticamente corrió hasta la puerta.
— ¿Estás bien? —le preguntó a Louis mientras lo abrazaba con fuerza.
— Sí —le contestó él. Miró sobre su hombro y entonces saludó al hombre—.
Hola Zayn.
— Hola Louis. Hemos venido a echarte una mano.
Louis le presentó a Harry y los cuatro entraron en la casa.
Harry detuvo a Niall tan pronto como estuvieron dentro, y lo llevó aparte.
— ¿Puedes mantenerlo un rato aquí abajo?
— ¿Por qué?
— Tengo que ocuparme de algo.
Niall frunció el ceño.
— Claro, no hay problema.
Esperó hasta que Niall y su marido sentaron a Louis en el sofá. Entonces,
fue a la cocina, cogió un par de bolsas de basura y se encaminó al vestidor.
Tan rápido como pudo, comenzó a ordenar todo aquel desastre para que
Louis no tuviera que verlo de nuevo. Pero con cada trozo de papel que tocaba, su
ira crecía.
Una y otra vez acudía a su mente la tierna expresión de Louis mientras
buscaba un libro entre toda su colección. Si cerraba los ojos podía ver su pelo
desparramado sobre su pecho mientras leía.
En ese momento, quiso la sangre de este tipo.
— ¡Joder! —exclamó Zayn desde la puerta—. ¿Esto lo ha hecho él?
— Sí.
— menudo psicópata.
Harry no dijo nada y continuó arrojando los papeles a la bolsa. Su alma
gritaba, clamando venganza. Lo que sentía hacia Príapo era una leve sombra de lo
que en esos momentos pasaba por su mente.
Una cosa era hacerle daño a él. Pero herir a Louis…
Ya podían tener las Parcas compasión de ese tipo, porque él no pensaba
tener ninguna.
— ¿Llevas mucho saliendo con Louis?
— No.
— Eso me parecía. Niall no te ha mencionado, pero pensándolo bien,
tampoco se ha mostrado tan preocupado porque Louis se quedara solo desde su
cumpleaños. Supongo que os conocisteis entonces.
— Sí.
— Sí, no, sí. No eres muy hablador, ¿verdad?
— No.
— Vale, lo he cogido. Hasta luego.
Harry se detuvo cuando encontró la cubierta de Peter Pan. La cogió y apretó
los dientes. El dolor lo asaltó de nuevo. Ese libro era el preferido de Louis.
Lo apretó con fuerza un instante y después lo arrojó a la bolsa con el resto.
Louis no fue consciente del tiempo que pasó sentado en el sofá, sin moverse.
Sólo sabía que se encontraba muy mal. El golpe de Rodney había sido muy fuerte.
Niall le trajo una taza de chocolate caliente.
Él intentó beber, pero le temblaban tanto las manos que tuvo miedo de
derramarlo y lo dejó a un lado.
— Supongo que necesito limpiarlo todo.
— Ya lo está haciendo Harry —le dijo Zayn, que estaba sentado en el sillón
haciendo zapping.
Louis frunció el ceño.
— ¿Qué?, ¿desde cuando?
— Hace poco estaba arriba, recogiéndolo todo en el vestidor.
Boquiabierto por la sorpresa, Louis subió en su búsqueda.
Harry estaba en la habitación de sus padres. Desde la puerta, observó cómo
acaba de poner orden y se enderezaba. Dobló los pantalones de su padre de un
modo que haría que Martha Stewart hiciese una mueca de dolor, los colocó en el
cajón y lo cerró.
La ternura la invadió ante la imagen del que fuera un legendario general
ordenando su casa para evitar que él sufriera. Su delicadeza le llegó al corazón.
Harry alzó los ojos y descubrió a Louis. La honda preocupación que
reflejaban sus ojos verdes lo reconfortó.
— Gracias —dijo Louis.
Él se encogió de hombros.
— No tenía otra cosa que hacer. —Aunque lo dijo con un tono
despreocupado, algo en su actitud traicionaba su pretendida indiferencia.
— Aún así, te lo agradezco mucho —le dijo Louis mientras entraba y miraba
todo el trabajo que había hecho. Con el corazón en la garganta, colocó las manos
sobre la cama de caoba—. Ésta era la cama de mi abuela —le dijo—. Todavía
escucho la voz de mi madre cuando me contaba cómo mi abuelo la hizo para ella.
Era carpintero.
Con la mandíbula tensa, Harry contempló la mano de Louis.
— Es duro, ¿verdad?
— ¿Qué?
— Dejar que los seres amados se vayan.
Louis sabía que Harry hablaba desde el fondo de su corazón. El corazón de
un padre que añoraba a sus hijos.
Aunque la pesadilla ya no le persiguiese por las noches, Louis le oía susurrar
sus nombres, y se preguntaba si era consciente de la frecuencia con la que soñaba
con ellos. Se preguntaba cuántas veces al día pensaba en ellos y sufría por su
muerte.
— Sí —le contestó en voz baja—, pero tú lo sabes mejor que yo, ¿no es
cierto?
Harry no contestó.
Louis dejó que su mirada vagara por la habitación.
— Supongo que ya va siendo hora de seguir adelante, pero te juro que aún
puedo escucharlos, sentirlos.
— Es su amor lo que percibes. Aún está dentro de ti.
— ¿Sabes? creo que tienes razón.
— ¡Eh! —gritó Niall desde la puerta, interrumpiéndolos—. Zayn está
encargando una pizza, ¿os apetece comer algo?
— Sí —contestó Louis.
— ¿Y tú? —le preguntó Niall a Harry.
Harry sonrió a Louis.
— Me encantaría comer pizza.
Louis soltó una carcajada al recordar cómo Harry le había pedido pizza la
noche que lo invocaron.
— Vale —dijo Niall—, pizza para todos.
Harry le dio a Louis los anillos de su madre.
— Los encontré en el suelo.
Se acercó a la cómoda para guardarlos
Al salir de la habitación, Harry cerró la puerta.
— No —le dijo Louis—, déjala abierta.
— ¿Estás seguro?
Louis asintió.
Cuando entraron en su dormitorio, vio que Harry también lo había ordenado.
Pero al contemplar las estanterías que habían guardado sus libros, ahora vacías, se
le rompió de nuevo el corazón.
En esta ocasión no protestó cuando Harry cerró la puerta.
Horas más tarde y después de haber comido, Louis pudo convencer a
Niall y a Zayn de que se fueran.
— Estoy bien, de verdad —les aseguró por enésima vez en la puerta.
Agradecido por la presencia de Harry, colocó la mano sobre su brazo—. Además,
tengo a Harry.
Niall lo miró con severidad.
— Si necesitas algo, me llamas.
— Lo haré.
Sin sentirse seguro del todo, Louis cerró la puerta principal y subió a la
habitación. Harry lo siguió.
Se tumbaron en la cama, uno junto al otro.
— Me siento tan vulnerable… —susurró.
Él le acarició el pelo.
— Lo sé. Cierra los ojos y duerme tranquilo. Estoy aquí. Yo te mantendré a
salvo.
Lo rodeó con sus brazos y Louis suspiró, reconfortado. Nadie lo había
consolado nunca como Harry lo hacía.
Tardó horas en dormirse. Cuando lo hizo, estaba rendido.
Se despertó con un silencioso grito.
— Estoy aquí, Louis.
Escuchó la voz de Harry a su lado y se calmó al instante.
— Gracias a Dios que eres tú —murmuró—. Tenía una pesadilla.
Harry depositó un ligero beso en su hombro.
— Lo sé.
Louis le dio un apretón en la mano antes de salir de la cama y prepararse para
ir al trabajo.
Cuando intentó vestirse, le temblaban tanto las manos que no fue capaz de
abotonarse la camisa.
— Déjame a mí —se ofreció Harry, apartándole las manos para poder hacerlo
él—. No tienes por qué estar asustado, Louis. No dejaré que ese tipo te haga nada.
— Lo sé. Sé que la policía lo atrapará y, entonces, todo habrá acabado.
Él no contestó, y siguió ayudándolo a colocarse la ropa.
Una vez estuvieron preparados, Louis condujo hasta la consulta, situada en
el centro de la ciudad. Tenía un nudo tan grande en el estómago que le costaba
respirar. Pero no podía encerrarse. No iba a dejar que Rodney controlara su vida.
Louis era el que llevaba las riendas y nadie iba a cambiar eso. No sin luchar.
No obstante, estaba muy agradecido por la presencia de Harry. Lo
reconfortaba de tal modo que no quería pensar demasiado a fondo en el porqué.
— ¿Cómo se llama esto? —preguntó Harry cuando entraron al antiguo
ascensor del edificio de finales de siglo.
Louis le enseñó cómo tirar para cerrar la puerta y, de inmediato, percibió la
incomodidad de Harry al quedarse encerrados.
— Es un ascensor —le explicó Louis—. Aprietas estos botones y subes a la
planta que quieres. Yo trabajo en el último piso, que es el octavo. —Y apretó el
botón de diseño antiguo.
Harry se puso aún más nervioso cuando comenzaron a ascender.
— ¿Es seguro?
Louis alzó una ceja y lo miró con curiosidad.
— No me puedo creer que el hombre que se enfrentaba sin miedo a los
ejércitos romanos esté ahora asustado de un simple ascensor.
Harry le dedicó una mirada irritada.
— Sé lo que son los romanos, pero esto me resulta desconocido
Louis le rodeó el brazo con el suyo.
— No es muy complicado. —Señaló a la trampilla del techo—. Sobre esa
puertecilla hay unos cables que suben y bajan la cabina, y también hay un teléfono
—dijo, señalando el intercomunicador situado bajo los botones—. Si el ascensor se
queda atascado, lo único que hay que hacer es apretar el botón del teléfono y, el
equipo de emergencia acudirá de inmediato.
Los ojos de Harry se oscurecieron.
— ¿Y suele quedarse atascado con mucha frecuencia?
— La verdad, no. Llevo trabajando en este edificio cuatro años y no ha
sucedido ni una sola vez.
— Y si no estabas dentro, ¿cómo lo sabes?
— Los ascensores tienen una alarma que se activa si se quedan atascados.
Confía en mí, si nos quedamos encerrados aquí dentro alguien nos oirá.
Harry dejó vagar su mirada alrededor del reducido espacio y, por la luz que
había en sus ojos Louis supo las malvadas ideas que le pasaban por la cabeza.
— ¿Puedes hacer que se detenga a propósito?
Louis se rió a carcajadas.
— Sí, pero no quiero que me pillen en flagrante delicto en el trabajo.
Él inclinó la cabeza y depositó un leve beso en su mejilla.
— Pero ser pillado en flagrante delicto en el trabajo puede ser muy divertido.
Louis lo abrazó con fuerza. ¿Qué había en él que le hacía sentirse feliz? Sin
importar lo que ocurriera, Harry siempre conseguía que las cosas fueran mucho más
divertidas. Más brillantes.
— Eres malo —le dijo, y se apartó de él de mala gana.
— Cierto, pero te encanta.
Louis volvió a reírse.
— Tienes toda la razón. Me encanta que seas malo.
Las puertas se abrieron y Louis se encaminó hacia su consulta, situada muy
cerca del ascensor. Harry lo siguió.
Lisa los miró cuando entraron y abrió los ojos de par en par. Sus labios
dibujaron una amplia sonrisa al contemplar a Harry.
— Doctor Louis —dijo, jugueteando con un mechón rubio de sus cabellos—,
su novio es una bomba.
Meneando la cabeza, Louis los presentó y, después, le enseño a Harry su
consulta. Él se quedó de pie, observando a través de los ventanales mientras Louis
encendía el ordenador.
Louis se detuvo al percibir que Harry lo miraba fijamente.
— ¿De verdad vas a pasarte todo el día aquí?
Él se encogió de hombros.
— No tengo nada mejor que hacer.
— Te vas a aburrir.
— Te aseguro que estoy más que acostumbrado al aburrimiento.
Lo malo era que Louis lo sabía. Colocó una mano sobre su mejilla al
imaginárselo dentro del libro, solo, encerrado en la más completa oscuridad.
Se puso de puntillas y lo besó con ternura.
— Gracias por acompañarme hoy. No creo que hubiera podido estar aquí de
no ser por ti.
Él mordisqueó sus labios.
— Es un placer.
Lisa lo llamó por el intercomunicador.
— Doctor Louis, su cita de las ocho está aquí.
— Esperaré fuera —le dijo Harry.
Louis le dio un apretón en la mano antes de dejar que se marchara.
Durante la siguiente hora, no fue capaz de concentrarse en su paciente. Sus
pensamientos volaban al hombre que la aguardaba fuera, y no paraban de dar
vueltas a lo mucho que significaba para él.
Y a lo aborrecible que encontraba el hecho de que se marchara.
Tan pronto como acabó la sesión, acompañó a su paciente a la puerta.
Lisa estaba enseñando a Harry a hacer solitarios en el ordenador.
— Doctor Louis —le dijo—, ¿sabe que Harry no había jugado antes al
solitario?
Louis intercambió una sonrisa chispeante con Harry.
— ¿En serio?
Lisa se apartó de Harry para echar un vistazo a la agenda.
— Por cierto, su cita de las tres ha sido cancelada. Y la de las nueve ha
llamado para decir que llegará unos minutos tarde.
— De acuerdo. —Louis señaló a la puerta con el pulgar—. Mientras jugáis,
voy un momento al coche. Olvidé mi Palm Pilot.
Harry alzó la mirada.
— Yo iré.
Louis negó con la cabeza.
— Yo puedo hacerlo.
Sin contestarle, él rodeó el escritorio de Lisa y extendió la mano para que
Louis le diera las llaves.
— Yo iré —dijo con un tono que no admitía réplicas.
Como no tenía ganas de discutir, le dio las llaves.
— Está bajo mi asiento.
— Vale, no tardaré nada.
Louis le hizo un saludo militar.
Con gesto de pocos amigos, salió de la oficina y se encaminó hacia el
ascensor, al final del pasillo.
Iba a apretar el botón cuando se detuvo. ¡Por los dioses!, cómo odiaba esa
cosa estrecha y cuadrada.
Y la idea de estar allí dentro, solo…
Echó un vistazo a su alrededor y vio las escaleras. Sin dudarlo ni un instante,
se dirigió hacia ellas.
Louis estaba intentando encontrar el informe de Rachel en su maletín, pero
cayó en la cuenta de que había dejado un par de archivadores en el asiento trasero
del coche.
— ¿Dónde tengo hoy la cabeza? —se reprendió. Pero no hizo falta que
pensara mucho la respuesta. Sus pensamientos estaban divididos entre dos
hombres que habían alterado su vida por completo.
Enfadado consigo misma por no ser capaz de concentrarse, cogió el maletín y
salió de la consulta, detrás de Harry.
— ¿Dónde va, Doctor? —le preguntó Lisa.
— Me he dejado unos cuantos informes en el coche. No tardo.
Lisa asintió.
Louis se acercó al ascensor. Aún estaba rebuscando en el maletín en busca
de los archivos cuando se abrieron las puertas.
Sin prestar mucha atención, entró en al ascensor y, de forma automática,
apretó el botón de la planta baja.
Justo cuando las puertas se cerraron, se percató de que no estaba sola.
Rodney Carmichael estaba justo enfrente, mirándolo fijamente.
— ¿Me vas a decir quién es él?
Louis se quedó helado mientras la invadían el terror y la furia. ¡Sentía deseos
de despedazarlo! Pero aunque su altura fuese escasa para ser un hombre, aún le
sacaba una cabeza.
Y era muy inestable.
Ocultando el pánico, Louis le habló con calma
— ¿Qué hace usted aquí?
Él hizo un mohín.
— No me has contestado. Quiero saber de quién era la ropa que había en tu
casa.
— Eso no es de su incumbencia.
— ¡No digas tonterías! —chilló.
Se balanceaba al borde de la locura y lo último que Louis necesitaba era que
él se hundiera en el abismo mientras estuvieran encerrados en el ascensor.
— Todo lo que te rodea es asunto mío.
Louis intentó hacerse con el control de la situación.
— Escúcheme, señor Carmichael. No le conozco de nada, y usted no me
conoce a mí. No entiendo por qué se ha obsesionado conmigo, pero quiero que esta
situación llegue a su fin.
Él apretó el botón que detenía el ascensor.
— Ahora, me vas a escuchar, Louis. Estamos hechos el uno para el otro. Lo
sabes igual que yo.
— Muy bien —le contestó Louis, intentando apaciguarlo—. Vamos a discutir
esto en mi consulta. —Y apretó el botón para que el ascensor comenzara a moverse
de nuevo.
Él volvió a detenerlo.
— Hablaremos aquí.
Louis tomó una profunda bocanada de aire; las manos empezaban a
temblarle. Tenía que salir de allí sin enfadarlo aún más.
— Estaríamos mucho más cómodos en mi consulta.
En esta ocasión, cuando Louis fue a apretar el botón él le cogió la mano.
— ¿Por qué no hablas conmigo? —le preguntó él.
— Estamos hablando —contestó Louis mientras se aproximaba lentamente
al intercomunicador.
— Apuesto a que hablas con él, ¿verdad? Apuesto a que pasas horas riendo
y haciendo Dios sabe qué cosas con él. Dime quién es.
— Señor Carmichael…
— ¡Rodney! —gritó—. ¡Maldita sea! Me llamo Rodney.
— Vale, Rodney. Vamos a…
— Apuesto a que te ha puesto sus sucias manos encima, ¿verdad? —le
preguntó mientras lo aprisionaba en el rincón, de espaldas al teléfono—. ¿Cuántas
veces te has acostado con él desde que me conociste, eh?
Louis se estremeció ante la salvaje mirada de aquellos ojos, pequeños y
brillantes. Estaba perdiendo el control de su mente.
Louis intentó agarrar el auricular pero, antes de poder acercárselo a la oreja,
él lo agarró.
— ¿Qué coño estás haciendo? —le preguntó él.
— Necesitas ayuda.
Rodney estrelló el auricular contra el panel de botones.
— No necesito ninguna ayuda. Sólo necesito que hables conmigo. ¿Es que
no me oyes? ¡Sólo necesito que hables conmigo! —gritó, mientras estrellaba el
teléfono contra el panel, enfatizando cada palabra con un golpe.
Aterrorizado, Louis contempló cómo el auricular se hacía pedazos. Rodney
comenzó a tirarse del pelo.
— Te ha besado, lo sé. —Repetía una y otra vez la misma frase, mientras se
arrancaba el pelo a tirones.
¡Santo Dios! Estaba atrapado con un loco.
Y no había salida.
Harry regresó a la consulta de Louis con el Palm Pilot.
— ¿Dónde está Louis? —le preguntó a Lisa al no encontrarlo en su
escritorio.
— ¿No se ha encontrado con él? Salió unos minutos después que usted.
Iba a su coche.
Harry frunció el ceño.
— ¿Está segura?
— Claro. Dijo que se había dejado unos informes o algo.
Antes de poder preguntarle cualquier otra cosa, una atractiva mujer
afroamericana vestida con un conservador traje negro y con un maletín en la mano,
entró a la oficina.
Se detuvo en la puerta y se quitó un zapato con un puntapié, para frotarse el
talón.
— Definitivamente, hoy es lunes —le dijo a Lisa—. Sólo me faltaba tener que
subir ocho pisos por la escalera porque el ascensor se ha quedado atascado. Y
ahora, ¿qué maravillosas noticias tienes para mí?
— Hola, doctora Beth —la saludó Lisa alegremente, mientras pasaba la mano
sobre el libro de citas—. Su cita de las nueve es Rodney Carmichael.
Harry se quedó paralizado.
— Oh, no. Espere —dijo Lisa—. Esa cita es del doctor Louis. La suya…
— ¿Ha dicho Rodney Carmichael? —le preguntó a la secretaria.
— Sí. Llamó para cambiar la cita.
Harry no esperó a que Lisa terminara de hablar. Arrojó el Palm Pilot sobre el
escritorio y salió corriendo de la oficina hacia el ascensor. Con el corazón latiendo
desbocado, sólo podía pensar en llegar hasta Louis lo más rápido posible.
Fue entonces cuando comprendió que el ruido que había estado escuchando
era una alarma.
Un escalofrío de terror le recorrió la espalda al comprender lo que había
sucedido. Rodney había detenido el ascensor con Louis dentro. Estaba seguro.
De repente, se escuchó un grito sofocado tras las puertas cerradas del
ascensor.
Con la visión nublada por la furia y el miedo, tiró de las puertas hasta abrirlas.
Y se quedó helado.
No se veía el ascensor. Sólo un abismo negro, muy parecido al libro. Peor
aún, bajar por allí sería como descender hacia su infierno. Un infierno oscuro,
asfixiante y estrecho.
Luchó para poder respirar y superar el miedo.
En su corazón, sabía que Louis estaba allí abajo. Solo con un loco y sin
nadie que lo ayudara.
Apretando los dientes, dio un paso hacia atrás y tomó impulsó para alcanzar
de un salto los cables.
* * *
Louis apartó a Rodney con un violento empujón.
— ¡No voy a compartirte con nadie! —gruñó él, agarrándolo de nuevo por el
brazo—. Eres mío.
— No pertenezco a nadie —le contestó Louis, propinándole un rodillazo en la
entrepierna.
El hombre cayó de rodillas al suelo.
Desesperado, Louis intentó subir por las barras laterales para poder alcanzar
la trampilla del techo. Si pudiese llegar hasta allí…
Rodney lo agarró por la cintura y lo estrelló de espaldas contra el rincón.
Con el rostro contraído por la furia, colocó los brazos a ambos lados de
Louis.
— ¡Dime cómo se llama el hombre que ha estado dentro de ti, Louis! Dímelo
para que sepa a quién tengo que matar.
Con una escalofriante mirada en sus ojos vacíos, comenzó a arañarse el
rostro y el cuello hasta hacerse sangrar.
— ¿No sabes que eres mío? Vamos a estar juntos. Sé cómo cuidar de ti.
Sé lo que necesitas. ¡Soy mucho mejor que él!
Louis se agachó, para alejarse un poco de él, se quitó los zapatos y
los cogió. No es que fuesen las mejores armas, pero eran mejor que nada.
— ¡Quiero saber con quién has estado! —chilló él.
En el mismo instante en que Rodney daba un paso hacia atrás, la trampilla se
abrió. Louis miró hacia arriba.
Harry se tiró desde el hueco y cayó agachado como un sigiloso depredador.
Lo rodeaba un aura de peligrosa tranquilidad, pero la expresión de sus ojos era aún
más terrorífica. Iluminados por la ira del infierno, estaban clavados en Rodney con
mortal determinación, y lanzaban fuego.
Se puso en pie lentamente, hasta enderezarse del todo.
Rodney se quedó paralizado al ser consciente de la altura de Harry.
— ¿Quién coño eres tú?
— El hombre con el que Louis ha estado.
Rodney abrió la boca por la sorpresa.
Harry miró escuetamente a Louis para asegurarse de que se encontraba
sano y salvo, y volvió su atención de nuevo a Rodney, lanzando un rugido.
Aplastó al tipo contra la pared con tanta fuerza que Louis pensó que habían
dejado una señal en los paneles de madera.
Harry lo agarró por la camisa y volvió a golpearlo contra la pared.
Cuando habló, la frialdad de su voz hizo que Louis se estremeciera.
— Es una pena que no seas lo suficientemente grande para poder matarte,
porque quiero verte muerto —le dijo apretando los puños—. Pero pequeño o no, si
vuelvo a encontrarte cerca de Louis otra vez o haces que derrame una sola lágrima
más, no habrá fuerza en este mundo ni en el más allá que me impida hacerte trizas.
¿Lo has entendido?
Rodney luchó inútilmente para zafarse de los puños de Harry.
— ¡Es mío! Te mataré antes de que te interpongas entre nosotros.
Harry ladeó la cabeza como si no pudiese creer lo que acababa de oír.
— ¿Estás loco?
Rodney lanzó una patada al vientre de Harry.
Él le dio un puñetazo en la mandíbula con los ojos ensombrecidos. Rodney
cayó desmadejado al suelo.
Mientras Harry se agachaba junto al tipo, Louis suspiró aliviado. Todo había
acabado.
— Es mejor que te mantengas inconsciente —lo amenazó Harry.
Se enderezó y abrazó a Louis hasta casi aplastarlo.
— ¿Estás bien, Louis?
Louis no podía respirar pero, en ese momento, no le importaba.
— Sí, ¿y tú?
— Mejor, ahora que sé que estás bien.
Unos minutos después, la policía consiguió abrir las puertas del ascensor y
Louis vio que habían quedado atrapados entre dos pisos.
Harry lo alzó por la cintura y Louis agarró la mano que le tendía un policía para
ayudarlo a llegar hasta el suelo.
Una vez estuvo fuera del ascensor, frunció el ceño mientras observaba a los
tres agentes que estaban ayudando a Harry a sacar el cuerpo inconsciente de
Rodney.
— ¿Cómo supieron que estábamos ahí?
El agente de más edad retrocedió un paso y dejó que los otros dos hombres
alzaran a Rodney para sacarlo.
— La operadora del servicio de emergencias nos llamó. Dijo que parecía
haber una guerra en el ascensor.
— Y lo fue —le contestó Louis, nervioso.
— ¿A quién esposamos?
— Al que está inconsciente.
Mientras Louis esperaba que Harry llegara a su lado, observó la oscuridad
que reinaba en el hueco del ascensor, por donde él había bajado para llegar hasta
él. Era un espacio muy reducido.
Recordó la mirada en el rostro de Harry, la noche que apagó la luz. Y la
expresión alterada que tenía poco antes, cuando subieron a su consulta.
Aún así, había venido a rescatarlo.
Abrumado, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.
Ha sido capaz de pasar por eso para protegerme.
Tan pronto como salió del ascensor, Louis lo abrazó con fuerza.
Harry temblaba a causa de la fuerza de las emociones que sentía. Estaba tan
aliviado al verlo sano y salvo… Lo cogió por la cintura y lo besó.
— ¡No!
Harry lo soltó en el mismo instante que Rodney se zafaba de una patada del
policía. Las esposas le colgaban de una de las muñecas mientras se hacía con la
pistola del agente y apuntaba.
Acostumbrado a reaccionar en mitad de una batalla, Harry agarró a Louis y
la empujó hacia la izquierda en el instante en que Rodney disparaba.
El disparo pasó rozándolos, y fue seguido por otros dos más. Otro de los
agentes, el de más edad, había disparado a Rodney.
Louis intentó acercarse, pero Harry se lo impidió.
Lo mantuvo pegado a él, con el rostro enterrado en su pecho, mientras
observaba cómo Rodney moría.
— No mires, Louis —susurró—. Hay ciertos recuerdos que no necesitas
conservar.

el dios de lo placentero /LSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora