capitulo 10

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Capítulo 10

Algo iba mal. Louis lo notaba en el ambiente mientras conducía hacia el
Barrio Francés. Harry iba sentado junto a él, mirando por la ventana.
Había intentado varias veces hacerlo hablar, pero no había modo de que
despegara los labios. Todo lo que se le ocurría era que estaba deprimido por lo
sucedido en el cuarto de baño. Debía ser duro para un hombre habituado a
mantener un férreo control de sí mismo perderlo de aquel modo.
Aparcó el coche en el estacionamiento público.
— ¡Vaya, qué calor hace! —exclamó al salir y sentirse inmediatamente
asaltado por el aire cargado y denso.
Echó un vistazo a Harry, que estaba realmente deslumbrante con las gafas
de sol oscuras que le había comprado. Una fina capa de sudor le cubría la piel.
— ¿Hace demasiado calor para ti? —le preguntó, pensando en lo mal que lo
estaría pasando con los vaqueros y el polo de punto.
— No voy a morirme, si te refieres a eso —le contestó mordazmente.
— Estamos un poco irritados, ¿no?
— Lo siento —se disculpó al llegar a su lado—. Estoy pagando mi mal humor
contigo, cuando no tienes la culpa de nada.
— No importa. Estoy acostumbrado a ser el chivo expiatorio. De hecho, lo he
convertido en mi profesión.
Puesto que no podía verle los ojos, Louis no sabía si sus palabras le habían
hecho gracia o no.
— ¿Eso es lo que hacen tus pacientes?
Louis asintió.
— Hay días que son espeluznantes. Pero prefiero que me grite una mujer a
que lo haga un hombre.
— ¿Te han hecho daño alguna vez? —El afán de protección de su voz lo dejó
perplejo. Y encantado. Había echado mucho de menos tener a alguien que lo
cuidase.
— No —contestó, intentando disipar la evidente tensión de su cuerpo.
Esperaba que nunca le hiciesen daño, pero después de la llamada de Rodney, no
estaba muy seguro, y era bastante posible que ese tipo acabase con su buena
suerte.
Estás siendo ridículo. Sólo porque el hombre te ponga los pelos de punta no
significa que sea peligroso.
La expresión del rostro de Harry era dura y muy seria.
— Creo que deberías buscarte una nueva profesión.
— Tal vez —le dijo evasivamente. No tenía ninguna intención de dejar su
trabajo—. A ver, ¿dónde vamos primero?
Él se encogió de hombros despreocupadamente.
— Me da exactamente igual.
— Entonces, vamos al Acuario. Por lo menos hay aire acondicionado —y
cogiéndolo del brazo, cruzó el estacionamiento y se encaminó por Moonwalk hacia el lugar.
Harry permaneció en silencio mientras Louis compraba las entradas y lo guiaba
hacia el interior. No dijo nada hasta que estuvieron paseando por los túneles
subacuáticos, que les permitían observar las distintas especies marinas en su
hábitat natural.
— Es increíble —balbució cuando una enorme raya pasó sobre sus cabezas.
Tenía una expresión infantil, y la luz que chispeaba en sus ojos lo llenó de calidez.
Súbitamente, sonó su móvil. Soltó una maldición y miró el número. ¿Una
llamada desde el despacho un sábado?
Qué raro.
Sacó el móvil del bolso y llamó.
— ¡Hola, Louis! —le dijo Beth, tan pronto como descolgó—. Escucha, estoy
en mi consulta. Anoche entró alguien al despacho.
— ¡No!, ¿quién haría algo así?
Louis captó la mirada curiosa en los ojos de Harry. Le ofreció una sonrisa
insegura, y siguió escuchando a Beth Livingston, la psiquiatra que compartía la
consulta con Luanne y con él.
— Ni idea. Hay un equipo de la policía buscando huellas y todo está
acordonado. Por lo que he visto, no se han llevado nada importante. ¿Tenías algo
de valor en tu consulta?
— Sólo el ordenador.
— Está todavía allí. ¿Algo más? ¿Dinero, cualquier otra cosa?
— No, nunca dejo objetos de valor ahí.
— Espera, el oficial quiere hablar contigo.
Louis esperó hasta escuchar una voz masculina.
— ¿Doctor Louis Alexander Tomlinson?
— Sí, soy yo.
— Soy el oficial Allred. Parece que se llevaron su organizador Rodolex y unos
cuantos archivadores. ¿Sabe de alguien que pudiera estar interesado en ellos?
— Pues no. ¿Necesita que vaya para allá?
— No, no. Estamos buscando huellas, pero si se le ocurre algo, por favor,
llámenos —y le pasó el teléfono a Beth.
— ¿Quieres que vaya? —le preguntó.
— No. No hay nada que puedas hacer. En realidad, es bastante aburrido.
— Vale, avísame al móvil si necesitas algo.
— Lo haré.
Louis colgó el teléfono y lo devolvió a su bolsillo.
— ¿Ha pasado algo? —preguntó Harry.
— Alguien entró anoche en mi despacho.
Harry frunció el ceño.
— ¿Para qué?
— Ni idea —la pausa de Louis hizo que el ceño de Harry se intensificara,
mientras Louis pensaba en los posibles motivos—. No puedo imaginarme para qué iba a querer alguien mi Rodolex. Desde que me compré el Palm Pilot, ni siquiera lo he usado. Es muy extraño.
— ¿Tenemos que irnos?
Louis agitó la cabeza.
— No hace falta.
Harry dejó que Louis lo guiara alrededor de los diferentes acuarios, mientras
le leía las extrañas inscripciones que explicaban detalles sobre las distintas especies y sus hábitats.
¡Por los dioses!, cómo le gustaba escuchar el sonido de su voz al leer. Había
algo muy relajante en la voz de Louis. Le pasó un brazo por los hombros mientras
paseaban. Louis le rodeó la cintura y enganchó un dedo en una de las trabillas del cinturón.
El gesto consiguió debilitarlo. Se dio cuenta de que pasaba las horas
deseando sentir el roce de su cuerpo. Y la sensación sería mucho más placentera si ambos estuviesen desnudos en ese mismo momento.
Cuando Louis le sonrió, el corazón se le aceleró descontroladamente. ¿Qué
tenía este hombre que despertaba algo en él que jamás había sentido?
Pero en el fondo lo sabía. Era la primera persona que lo veía. No a su apariencia
física, ni a sus proezas de guerrero. Él veía su alma.
Jamás había pensado que podía existir una persona así.
Louis lo trataba como a un amigo. Y su interés en ayudarlo era genuino. O al
menos, eso parecía.
Es parte de su trabajo.
¿O era de verdad?
¿Podía una persona tan maravillosa y compasiva como Louis preocuparse
realmente por un tipo como él?
Louis se detuvo delante de otra inscripción. Harry se quedó tras él y le
pasó ambos brazos por los hombros. Louis le acarició distraídamente los antebrazos mientras leía.
Con el cuerpo en llamas por el deseo que despertaba en él, inclinó la barbilla
hasta apoyarla sobre su cabeza y escuchar de ese modo la explicación, mientras
observaba cómo nadaban los peces. El olor de su piel invadió sus sentidos y anheló volver a su casa, donde podría quitarle la ropa.
No era capaz de recordar cuándo había sido la última vez que deseó tanto a
una persona como le ocurría con Louis. De hecho, no creía posible que algo así le
hubiese ocurrido antes. Deseaba perderse en su interior. Sentir sus uñas arañándole la espalda mientras gritaba al llegar al clímax.
Que las Parcas se apiadasen de él. Louis se le había metido bajo la piel.
Y estaba aterrado. Louis ocupaba un lugar en su corazón que acabaría
destrozándolo si le faltaba. Sólo Louis podía acabar realmente con él. Hacerlo
pedazos.
Era casi la una del mediodía cuando salieron del Acuario. Louis se encogió
tan pronto como volvieron a la calle, asaltado por la oleada de calor. En días como éste, se preguntaba cómo podría la gente sobrevivir antes de que se inventara el aire acondicionado.
Miró a Harry y sonrió. Por fin había encontrado a alguien a quien preguntar.
— Dime una cosa, ¿qué hacíais para sobrevivir en días tan calurosos como
éste?
Él arqueó una ceja con un gesto arrogante.
— Hoy no hace calor. Si quieres saber lo que es el calor, intenta atravesar un
desierto con todo tu ejército, llevando la armadura y con sólo medio odre de agua para mantenerte.
Louis hizo un gesto compasivo.
— Abrasador, supongo.
Él no respondió.
Louis echó un vistazo a la plaza, atestada de gente.
— ¿Quieres que vayamos a ver a Niall y demos una vuelta por la plaza?
Debe estar en su tenderete. El sábado suele ser uno de sus mejores días.
— Vamos.
Agarrados de la mano, bajaron la calle hasta llegar a Jackson Square. Como
era de esperar, Niall estaba en su puestecillo con un cliente. Louis comenzó a
alejarse para no interrumpir, pero Niall lo vio y le hizo un gesto para que se
acercara.
— Oye, Gracie, ¿te acuerdas de Ben? Bueno, mejor del doctor Lewis, de la
facultad.
Louis dudó en acercarse al reconocer al tipo corpulento, entrado ya en los
cuarenta.
¿Que si lo recordaba? Le había puesto una nota bajísima en su asignatura,
con lo cual, le bajó la media de todo el curso. Sin mencionar que el hombre tenía un ego tan grande como el territorio de Alaska, y le encantaba hacer pasar un mal rato a sus alumnos. De hecho, aún recordaba a una pobre chica que se echó a llorar cuando él dio el sádico examen final que había preparado. Él se rió, literalmente a carcajadas, cuando vio la reacción de la chica.
— ¡Hola! —saludó, Louis intentando no demostrar su antipatía. Suponía que
el hombre no podía evitar ser detestable. Como buen licenciado por la universidad
de Harvard, debía pensar que el mundo giraba a su alrededor.
— Señor Tomlinson—lo saludó con el mismo tono despectivo tan
insoportable que Louis recordaba a la perfección.
— En realidad debería llamarme doctor Alexander —lo corrigió, encantado al
ver cómo abría los ojos por la sorpresa.
— Discúlpeme —le dijo con un tono de voz que distaba mucho de parecer
arrepentido.
— Ben y yo estábamos charlando sobre la Antigua Grecia —explicó Niall,
dedicándole una diabólica sonrisa a Harry—. Soy de la opinión de que Afrodita era hija de Urano.
Ben puso los ojos en blanco.
— No me cansaré de decirte que, según la opinión más extendida, era hija de
Zeus y Dione. ¿Cuándo vas a aceptarlo y a unirte a nosotros?
Niall lo ignoró.
— Dime, Harry, ¿quién tiene razón?
Ben recorrió a Harry de arriba abajo con una arrogante mirada. Louis sabía
que lo único que veía en él era a un hombre excepcionalmente apuesto, que parecía sacado de un anuncio de automóviles.
— Joven, ¿ha leído usted alguna vez a Homero?, ¿sabe quién es?
Louis suprimió una carcajada ante la pregunta. Estaba deseando escuchar la
respuesta de Harry.
Harry se rió con ganas.
— He leído a Homero en profundidad. Las obras que se le atribuyen no son
más que una amalgama de leyendas, fusionadas con datos reales a lo largo de los siglos, y cuyos verdaderos orígenes se han perdido en las brumas del tiempo. Muy al contrario que la Teogonía de Hesíodo, la cual escribió con la ayuda directa de Clío.
El doctor Lewis dijo algo en griego clásico.
— Es más que una simple opinión, doctor —le contestó Harry en inglés—. Es
un hecho probado.
Ben volvió a mirarlo con atención, pero Louis sabía que aún no estaba muy
dispuesto a creer que alguien con el aspecto de Harry pudiese darle una lección en su propio campo.
— ¿Y usted cómo lo sabe?
Harry le respondió en griego.
Por primera vez desde que conocía a aquel hombre, hacía ya más de una
década, Louis le vio totalmente sorprendido.
— ¡Dios mío! —jadeó—. Habla griego como si fuese su lengua materna.
Harry miró a Louis con una sonrisa sincera; se estaba divirtiendo.
— Ya te lo dije —le dijo Niall—. Conoce a los dioses griegos mejor que
cualquier otra persona.
El doctor Lewis vio entonces el anillo de Harry.
— ¿Es eso lo que creo que es? —inquirió—. ¿Un anillo de general?
Harry asintió.
— Sí.
— ¿Le importa si le echo un vistazo?
Harry se lo quitó y se lo ofreció. El doctor Lewis contuvo el aliento.
— ¿Macedonio? Creo que del siglo II AC.
— Exacto.
— Es una reproducción increíble —comentó Ben, mientras se lo devolvía.
Harry se lo puso de nuevo.
— No es una reproducción.
— ¡No puede ser! —jadeó Ben, incrédulo—. No puede ser original, es
excesivamente antiguo.
— Lo tenía un coleccionista privado —apuntó Niall. Ben no dejaba de
mirarlo para, al momento, volver a centrar su atención en Harry.
— ¿Cómo lo consiguió? —le preguntó.
Harry tardó en contestar mientras recordaba el día en que se lo dieron. Liam
de Tracia y él habían sido ascendidos a la vez, después de salvar, prácticamente los dos solos, la ciudad de Temópolis de las garras de los romanos.
Había sido una batalla larga, sangrienta y brutal. Su ejército se había
desperdigado, dejándolos solos a Liam y a él para defender la ciudad. Harry había esperado que Liam lo abandonara también, pero el idiota le había sonreído, sosteniendo una espada en cada mano, y le había dicho: «Es un hermoso día para morir. ¿Qué te parece si matamos unos cuantos bastardos romanos antes de pagar a Caronte?»
Liam de Tracia, un lunático total y absoluto, siempre había tenido más
agallas que cerebro.
Cuando todo hubo acabado, bebieron hasta acabar debajo de las mesas. Y a
la mañana siguiente, los despertaron con la noticia del ascenso.
¡Por los dioses! De todas las personas que había conocido en Macedonia,
Liam era a quién más echaba de menos. Era el único que siempre le guardó las
espaldas y lo defendió.
— Fue un regalo —contestó Harry a Ben.
Él echó un vistazo a la mano de Harry, con los ojos cargados de codicia.
— ¿Consideraría usted la posibilidad de venderlo? Yo estaría a dispuesto a
pagar lo que pidiese.
— Nunca —contestó Harry, recordando las heridas que había recibido
durante la batalla de Temópolis—. No sabe por lo que pasé para conseguirlo.
Ben meneó la cabeza.
— Ojalá alguien me hiciese alguna vez un regalo como ése. ¿Tiene la más
ligera idea de lo que le darían por él?
— La última vez que lo comprobé, me ofrecieron mi peso en oro.
Ben soltó una carcajada y dio una palmada sobre la mesa de Niall.
— Muy bueno. Ése era el precio para liberar a un general capturado,
¿verdad?
— Para aquellos cobardes que no eran capaces de morir luchando, sí.
Los ojos de Ben mostraron un nuevo respeto al observar a Harry.
— ¿Sabe a quién perteneció?
Niall contestó.
— A Harry Styles de Macedonia. ¿Has oído hablar de él en alguna ocasión, Ben?
Él se quedó con la boca abierta y los ojos como platos.
— ¿Estás hablando en serio? ¿Es que no sabes quién fue?
Niall puso una expresión extraña. Asumiendo que no lo sabía, Ben continuó
hablando.
— Tesio dijo de él que iba a ser el nuevo Alejandro Magno. Harry era hijo de
Diocles de Esparta, también conocido como Diocles el Carnicero. Ese hombre haría que el Marqués de Sade pareciese Ronald McDonald.
» Según los rumores, Harry nació de una relación entre Afrodita y el general,
después de que Diocles salvara uno de los templos de la diosa de ser profanado. La opinión más extendida hoy en día es que su madre fue una de las sacerdotisas del templo.
— ¿De verdad? —preguntó Louis.
Harry puso los ojos en blanco.
— A nadie le interesa quién pudo ser el tal Harry. Ese tipo murió hace siglos.
Ben lo ignoró y siguió alardeando de sus conocimientos.
— Los romanos lo conocían como Augusto Julio Punitor… —miró a Louis y
añadió para que ella lo entendiera: — Harry, el Ejecutor. Él y Liam de Tracia
dejaron un rastro sangriento a lo largo de todo el Mediterráneo, durante la cuarta guerra macedonia contra Roma. Harry despreciaba a los romanos, y juró que vería la ciudad arrasada bajo su ejército. Él y Liam estuvieron a punto de conseguir que Roma se arrodillara ante ellos.
La mandíbula de Harry se relajó un poco.
— ¿Sabe qué le ocurrió a Liam de Tracia?
Ben dejó escapar un silbido.
— No tuvo un final agradable. Fue capturado; los romanos lo crucificaron en
el año 47 a.C.
Harry retrocedió al escucharlo. Con una mirada apesadumbrada y
jugueteando con el anillo, dijo:
— Ese hombre era, sin duda, uno de los mejores guerreros que jamás han
existido. Amaba la lucha como ningún otro que haya conocido —movió la cabeza—. Recuerdo que una vez Liam condujo su carro hasta atravesar una barrera de escudos, rompiendo los cuellos de los soldados romanos y permitiendo que sus hombres los derrotaran con tan sólo un puñado de bajas —frunció el ceño—. No puedo creer que lo capturaran.
Ben encogió los hombros con un gesto indiferente.
— Bueno, una vez desaparecido Harry, Liam era el único general
macedonio digno de dirigir un ejército; por eso los romanos fueron tras él con todo lo que tenían.
— ¿Qué le sucedió a Harry? —preguntó Louis, intrigado por lo que los
historiadores opinaban del tema.
Harry lo miró furioso.
— Nadie lo sabe —le respondió Ben—. Es uno de los grandes misterios del
mundo antiguo. Aquí tenemos a un general al que nadie puede derrotar en el campo de batalla y, de repente ¡puf! Desaparece sin dejar rastro —tamborileó con un dedo sobre la mesa de Niall—. La última vez que se le vio fue en la batalla de Conjara. En un brillante movimiento táctico, engañó a Livio, que perdió su, hasta entonces, inexpugnable posición. Fue una de las mayores derrotas en la historia del Imperio Romano.
— ¿Y a quién le importa? —se quejó Harry.
Ben ignoró la interrupción.
— Tras la batalla, se supone que Harry mandó decir a Escipión el Joven que
le perseguiría, en venganza por la derrota que acababa de infligirle al ejército
macedonio. Aterrorizado, Escipión abandonó su carrera militar en Macedonia y se marchó como voluntario a la Península Ibérica, para seguir luchando allí —el
profesor agitó la cabeza—. Pero antes de que Harry pudiese llevar a cabo la
amenaza, se desvaneció. Encontraron a toda su familia asesinada en su propio
hogar. Y ahí es donde la cosa se pone interesante —miró entonces a Niall.
» Los escritos macedonios que han llegado hasta nuestros días, afirman que
Livio lo hirió de muerte durante la batalla, y que en mitad de un increíble dolor,
regresó cabalgando a casa para asesinar a su familia y evitar, de este modo, que su enemigo los tomara como esclavos. » Los textos romanos aseguran que Escipión envió a varios de sus soldados, que atacaron a Harry en mitad de la noche. Supuestamente, lo mataron junto al resto de su familia, lo descuartizaron y ocultaron los pedazos de su cuerpo.
Harry resopló ante la idea.
— Escipión era un cobarde y un fanfarrón. Jamás se habría atrevido a
atacarm…
— ¡Bueno! —exclamó Louis, interrumpiendo a Harry antes de que se
delatase—. Hace un tiempo espléndido, ¿verdad?
— Escipión no era ningún cobarde —le respondió Ben—. Nadie puede discutir
sus éxitos en la Península Ibérica.
Louis vio como el odio se reflejaba en los ojos de Harry.
Pero Ben no pareció notarlo.
— Joven, el valor de ese anillo que lleva es incalculable. Me encantaría saber
cómo puede conseguirse algo así. Y a ese respecto, mataría por saber qué le
ocurrió a su dueño original.
Louis miró incómodo a Niall.
Harry hizo una mueca sarcástica a Ben.
— Harry desató la ira de los dioses y fue castigado por su arrogancia.
— Supongo que esa podría ser otra explicación —en ese momento, sonó la
alarma de su reloj—. ¡Joder! Tengo que recoger a mi esposa.
Se puso en pie y le ofreció la mano a Harry.
— No nos han presentado adecuadamente. Soy Ben Lewis.
— Harry —le contestó, aceptando el saludo.
El doctor Lewis se rió. Hasta que se dio cuenta que Harry no bromeaba.
— ¿En serio?
— Me pusieron el nombre de su general macedonio, se podría decir.
— Su padre debe haber sido como el mío. Dos amantes de todo lo griego.
— En realidad, en mi caso su lealtad iba para Esparta.
Ben se rió con más ganas. Echó una mirada rápida a Niall.
— ¿Por qué no lo traes a la próxima reunión del Sócrates? Me encantaría que
los chicos lo conocieran. No es muy frecuente encontrar a alguien que conoce la
historia griega tan profundamente como yo.
Dicho esto, volvió a dirigirse a Harry.
— Ha sido un placer. ¡Nos vemos! —le dijo a Niall.
— Bueno —comenzó a decir Niall una vez que Ben hubo desaparecido
entre el gentío—, amigo mío, has logrado lo imposible. Acabas de dejar
impresionado a uno de los investigadores de la Antigua Grecia más importantes de este país.
Harry no pareció impresionarse demasiado, pero Louis sí lo hizo.
— Nialler ¿crees que es posible que Harry pueda trabajar como profesor en la
facultad una vez acabemos con la maldición? Estaba pensando que pod…
— No, Louis —lo interrumpió Harry.
— ¿Que no qué? Vas a necesitar…
— No voy a quedarme aquí.
La mirada fría y vacía que tenía en aquel momento era la misma con la que la
había mirado la noche en que lo convocaron. Y a Louis lo partió en dos.
— ¿Qué quieres decir? —inquirió Louis.
Harry desvió la mirada.
— Atenea me ha hecho una oferta para devolverme a casa. Una vez
rompamos la maldición, me enviará de nuevo a Macedonia.
Louis se esforzó por seguir respirando.
— Entiendo —dijo, aunque se estaba muriendo por dentro—. Usarás mi
cuerpo y después te irás. —Y siguió con un nudo en la garganta: — Al menos no
tendré que pedir a Niall que me lleve a casa después.
Harry retrocedió como si lo hubiese abofeteado.
— ¿Qué quieres de mí, Louis? ¿Por qué ibas a querer que me quedara aquí?
Louis no conocía la respuesta. Lo único que sabía era que no quería que se
marchara. Quería que se quedara.
Pero no en contra de su voluntad.
— Te voy a decir algo —le dijo. Comenzaba a enfadarse ante la idea de que
él desapareciera—; no quiero que te quedes. De hecho, se me está ocurriendo una cosa, ¿qué tal si te vas a casa de Niall por unos días? —y entonces miró a su
amigo—, ¿te importaría?
Niall abría y cerraba la boca como un pez luchando por respirar. Harry
alargó un brazo hacia Louis.
— Louis…
— No me toques —le advirtió apartando su propio brazo—. Me das asco.
— ¡Louis! —exclamó Niall—. No puedo creer que tú…
— No importa —dijo Harry con voz fría y carente de emoción—. Al menos no
me ha escupido a la cara con su último aliento.
Lo había herido. Louis podía verlo en sus ojos; pero él también se sentía
muy herido. Terriblemente herido.
— Hasta luego —le dijo a Niall y se marchó, dejando allí a Harry.
Niall dejó escapar el aire lentamente mientras observaba a Harry, que
contemplaba cómo Louis se alejaba de ellos. Su cuerpo estaba totalmente rígido y tenía un tic en la mandíbula.
— Donde pone el ojo, pone la bala. Un golpe directo al corazón. Una herida
en carne viva.
Harry lo dejó clavado con una mirada francamente hostil.
— Dime, Oráculo. ¿Cuáles deberían haber sido mis palabras?
Niall barajó sus cartas.
— No lo sé —le contestó melancólicamente—. Imagino que no te habría ido
tan mal si hubieses sido honesto.
Harry se frotó los ojos y se sentó en la silla, frente a Niall. No había tenido
intención de herir a Louis.
Y jamás podría olvidar esa mirada, mientras le escupía las horribles palabras:
«No me toques. Me das asco.»
Se esforzó por seguir respirando, aguantando la agonía. Las Parcas seguían
burlándose de él.
Debían tener un día aburrido en el Olimpo.
— ¿Quieres que te lea las cartas? —le preguntó Niall, devolviéndolo al
presente.
— Claro, ¿por qué no? —contestó. No iba a decirle nada que no supiera ya.
— ¿Qué quieres saber?
— ¿Alguna vez…? —se detuvo antes de formular la misma pregunta que
hiciera, siglos atrás, al Oráculo de Delfos— ¿…conseguiré romper la maldición? —
preguntó en voz baja.
Niall barajó las cartas, y sacó tres de ella. Abrió unos ojos como platos.
Harry no necesitaba que las interpretara. Ya lo veía por sí mismo: una torre
destrozada por un rayo, un corazón atravesado por tres espadas, y dos personas
encadenadas y arrastradas por un demonio.
— No pasa nada —le dijo a Niall—. Jamás he pensado que pudiese salir
bien.
— Eso no es lo que nos dicen las cartas —susurró—. Pero tienes toda una
batalla por delante.
Harry soltó una amarga carcajada.
— Manejo bien las batallas —era el dolor que sentía en el corazón lo que iba
a acabar con él.
Louis se limpió las lágrimas de la cara mientras entraba en el camino de
acceso al jardín. Apretó los dientes al bajarse del coche, y cerró la puerta con un
fuerte golpe.
Al infierno con Harry. Podía quedarse atrapado en el libro para toda la
eternidad. Él no era un trozo de carne a su entera disposición.
¿Cómo pod…?
Buscó en el bolsillo las llaves de la entrada.
— ¿Y cómo no iba a hacerlo? —murmuró. Sacó la llave y abrió la puerta.
La ira lo consumía. Estaba siendo irrazonable, y lo sabía. Harry no tenía la
culpa de que Paul hubiese sido un cerdo egoísta. Como tampoco era culpable de
que él temiese ser utilizado.
Estaba culpando a Harry por algo en lo que no había participado, pero aún
así…
Sólo quería a alguien que lo amara. Que alguien quisiera quedarse a su lado.
Y había esperado que al ayudar a Harry se quedara cerca y…
Cerró la puerta y meneó la cabeza. Por mucho que deseara que las cosas
fuesen distintas, nada iba a cambiar, puesto que no estaba escrito que fuesen de
otro modo. Había escuchado lo que Ben contó acerca de la vida de Harry. La
historia que el mismo Harry contó a los niños sobre la batalla.
Recordaba el modo en que había cruzado la calle como una exhalación para
salvar al niño.
Él había nacido para liderar un ejército. No pertenecía a esta época.
Pertenecía a su mundo antiguo.
Era muy egoísta por su parte intentar mantenerlo a su lado, como si fuese una
mascota que acabase de rescatar.
Subió las escaleras penosamente, con el corazón destrozado. Tendría que
alejarse de él. Era todo lo que podía hacer. Porque, en el fondo, sabía que cuanto
más supiese acerca de Harry, más cariño le cogería. Y si él no tenía intención de
quedarse, acabaría muy herido.
Había subido la mitad de la escalera, cuando alguien llamó a la puerta
principal. Por un instante, se le levantó el ánimo al pensar que podía ser Harry;
hasta que llegó a la puerta y vio la silueta de un hombre bajito esperando en el
porche.
Entreabrió la puerta y emitió un jadeo.
Era Rodney Carmichael.
Llevaba un traje marrón oscuro, con una camisa amarilla y corbata roja. Se
había peinado hacia atrás el pelo corto y negro, y le dedicaba una radiante sonrisa.
— ¡Hola Louis!
— Señor Carmichael —lo saludó glacialmente, aunque el corazón le latía a
toda prisa. Había algo definitivamente espeluznante en este tipejo delgado—. ¿Qué está haciendo aquí?
— Pasaba por aquí y me detuve para saludar. Se me ocurrió que pod…
— Tiene que marcharse.
Él frunció el ceño.
— ¿Por qué? Sólo quiero hablar contigo.
— Porque no atiendo a mis pacientes en casa.
— Vale, pero yo no soy…
— Señor Carmichael —le dijo con brusquedad—. Tiene que marcharse. Si no
lo hace, llamaré a la policía.
Sin hacer mucho caso a la ira de Louis, asintió con la cabeza, demostrando
tener la paciencia de un santo.
— ¡Vaya! Entonces debes estar ocupado. Puedo pasar por aquí más tarde.
Yo también tengo mucho que hacer. ¿Vengo luego entonces? Podemos cenar
juntos.
Totalmente mudo de asombro, Louis lo miró fijamente a los ojos.
— No.
Él sonrió ante la negativa.
— Vamos, Louis. No seas así. Sabes que estamos hechos el uno para el
otro. Si me deja...
— ¡Márchese!
— Muy bien; pero volveré. Tenemos mucho de qué hablar —se dio la vuelta y
bajó la escaleras del porche.
Con el corazón martilleando en el pecho, Louis cerró la puerta y echó el seguro.
— Voy a matarte, Luanne —dijo mientras se dirigía a la cocina. Al pasar por la
salita de estar, una sombra en la ventana llamó su atención.
Era Rodney.
Aterrado, cogió el teléfono y llamó a la policía.
Tardaron casi una hora en llegar. Rodney permaneció en el jardín todo el
tiempo, de ventana en ventana, observándolo a través de las rendijas de las
persianas. Hasta que no vio que el coche de policía subía por el camino de entrada no desapareció por el patio trasero.
Louis tomó una profunda bocanada de aire para calmar sus nervios y abrió la
puerta para que pasaran los agentes.
Se quedaron el tiempo suficiente para informarle de que no podían hacer
nada para mantener a Rodney alejado de él. Lo mejor que podía hacer era
conseguir una orden de alejamiento, pero puesto que era el que debía
encargarse del tratamiento de Rodney hasta que Luanne regresara, era algo
totalmente inútil.
— Lo siento —se disculpó el policía en la puerta, mientras los acompañaba—,
pero no ha incumplido ninguna ley que nos permita ayudarle a librarse de él. Podría solicitar una orden de detención por allanamiento, pero a menos que tenga antecedentes no servirá de nada.
El agente, un hombre joven, lomiró compasivo.
— Sé que no le va a servir de mucho consuelo, pero podemos intentar
patrullar la zona con más frecuencia. Aunque el verano es una época especialmente ajetreada para nosotros. A modo personal, le aconsejo que se marche a casa de un amigo durante un tiempo.
— De acuerdo, muchas gracias —tan pronto como se marcharon, corrió por
toda la casa, asegurando puertas y ventanas con los cerrojos y pestillos.
Intranquilo, lanzaba miradas en torno a su propio hogar, esperando ver a
Rodney entrar a través de un agujero en la pared, como si se tratara de una
cucaracha.
Si tan sólo supiera realmente si el tipo era o no peligroso… Su informe del
hospital psiquiátrico mencionaba un comportamiento desviado y persecutorio hacia personas, a las que acosaba pero jamás hería físicamente. Se limitaba a aterrorizar a sus víctimas imponiéndoles su presencia continuamente, por lo cual había sido enviado al hospital para comenzar a tratarlo.
Como psicólogo, Louis sabía que no había nada especialmente peligroso en
Rodney, pero como persona estaba asustado.
Lo último que quería era acabar como una estadística más.
No, no podía quedarse allí esperando que el tipo regresara y lo encontrara
solo.
Se apresuró a subir las escaleras para hacer el equipaje.

el dios de lo placentero /LSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora