capítulo 17

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Capítulo 17

En un abrir y cerrar de ojos, Louis pasó de estar sentado desnudo en su
habitación a encontrarse tumbado en un lecho circular, situado en una estancia que
tenía todo el aspecto de ser la tienda de un harén en mitad de un desierto. Estaba
cubierto por una pieza de seda de color rojo intenso, tan liviana y suave que se
escurría sobre su piel como si se tratara de agua.
Intentó moverse pero no pudo. Aterrorizado, abrió la boca para gritar.
— No te molestes —le recomendó Príapo, acercándose al lecho. Deslizó los
ojos sobre su cuerpo con una hambrienta mirada, justo antes de subir a la cama y
colocarse de rodillas al lado de Louis—. No puedes hacer nada a menos que yo lo
desee. —Le pasó un dedo, huesudo y frío, por la mejilla, como si quisiera comprobar la textura y la calidez de su piel—. Entiendo por qué te desea Harry. Tienes fuego en la mirada. Inteligencia. Valor. Es una pena que no hayas nacido en la época del Imperio Romano.
Príapo suspiró mientras su mano descendía hasta el hueco de la garganta de
Louis.
— Pero así es la vida y así son los caprichos de las Parcas. Supongo que
tendré que conformarme con utilizarte hasta que me canse de ti. Si me complaces
hasta que llegue ese momento, puede que después permita que Harry se quede
contigo.
Sus ojos ardían de deseo, y Louis no podía dejar de temblar.
El egoísmo de Príapo le resultaba increíble. Al igual que su vanidad.
Aterrorizado, quiso hablar, pero él se lo impidió.
¡Cielo santo! ¡Tenía poder absoluto sobre él!
Una fuerza invisible lo alzó para colocarlo de espaldas sobre los almohadones
mientras Príapo se quitaba la túnica.
Los ojos de Louis se abrieron como platos al verle desnudo y con una
erección completa. El terror lo asaltó de nuevo.
— Ahora puedes hablar —le dijo mientras se acercaba para recostarse junto a
él.
— ¿Por qué quieres hacerle esto a Harry?
La ira oscureció los ojos del dios.
— ¿Que por qué? Ya lo escuchaste. Su nombre era reverenciado por todo
aquél que lo escuchaba, mientras que el mío apenas si se pronunciaba aun en los
templos de mi madre. Incluso ahora se burlan de mí. Mi nombre se ha perdido en la
antigüedad, al contrario que su leyenda, que se cuenta una y otra vez a lo largo y
ancho del mundo. Pero yo soy un dios y él no es otra cosa que un bastardo a quien
ni siquiera le está permitido habitar en el Olimpo.
— Aparta las manos de Louis. Siempre has sido tan inútil que has acabado
relegado en el olvido. Ni siquiera mereces limpiarle los zapatos.
El corazón de Louis comenzó a latir más rápido al escuchar la voz de Harry.
Alzó la cabeza de entre los almohadones y lo vio justo al pie del estrado donde
estaban ellos. Sólo llevaba puestos los vaqueros e iba armado con el escudo y la
espada.
— ¿Cómo…? —preguntó Príapo mientras bajaba de la cama.
Harry le dedicó una perversa sonrisa.
— La maldición ha desaparecido y estoy recuperando mis poderes. Ahora
puedo localizaros e invocaros. A cualquiera de vosotros.
— ¡No! —gritó Príapo, y al instante, apareció cubierto por su armadura.
Louis luchó por librarse de aquella fuerza que lo mantenía inmovilizado
mientras Príapo cogía su espada y su escudo, situados en la pared en la que se
apoyaba el lecho, y atacaba a Harry.
Hipnotizado por el espectáculo, observó cómo luchaban los dos hermanos.
Jamás había visto nada semejante. Harry giraba ágilmente, como si estuviese
ejecutando una macabra danza que devolviera los golpes de Príapo, uno por uno. El suelo y la cama temblaban por la intensidad de la lucha.
No era de extrañar que Harry hubiese llegado a ser un personaje legendario.
Pero tras unos minutos, vio cómo se tambaleaba y bajaba el escudo.
— ¿Qué te pasa? —se burló su hermano, utilizando el escudo para
empujarlo—. ¡Ah, lo olvidaba! Puede que la maldición haya desaparecido, pero aún estás debilitado. Tardarás días en recuperar toda tu fuerza.
Harry meneó la cabeza y alzó el escudo.
— No necesito toda mi fuerza para acabar contigo.
Príapo se rió.
— Valientes palabras, hermanito. —Y bajó la espada, que se estrelló
directamente sobre el escudo de Harry.
Louis contuvo el aliento mientras observaba cómo los golpes comenzaban de
nuevo.
Justo cuando pensaba que Harry iba a ganar, Príapo utilizó una táctica para
desestabilizarlo: dejó que ganara terreno. Tan pronto como Harry perdió la
protección de la pared en uno de sus flancos, Príapo blandió la espada y la hundió
en el vientre de su hermano. Harry dejó caer su espada.
— ¡No! —chilló Louis, aterrado.
Con el rostro transfigurado por la incredulidad, Harry se tambaleó hacia atrás,
pero no pudo ir muy lejos con la espada de Príapo hundida en su cuerpo y su
hermano aún sosteniéndola.
— Vuelves a ser humano —le espetó mientras hundía la espada un poco más
y retorcía la hoja. Levantó un pie para apoyarlo en la cadera de Harry y le dio una
patada.
Libre de la espada, Harry trastabilló y cayó. Su escudo resonó con fuerza al
golpear el suelo, justo a su lado.
Príapo no dejó de reír mientras se aproximaba a Harry.
— Es posible que ningún arma humana pueda acabar contigo, hermanito,
pero no eres inmune a un arma inmortal.
La fuerza que inmovilizaba a Louis despareció en ese instante, liberándolo.
Tan rápido como pudo, cruzó la habitación hasta llegar junto a Harry, que yacía en
un charco de sangre. Respiraba de forma laboriosa y no dejaba de temblar.
— ¡No! —sollozó Louis mientras sostenía su cabeza en el regazo.
Contemplaba, horrorizado, la herida abierta en su costado.
— Mi Louis —dijo Harry, mientras alzaba una mano ensangrentada
para rozarle la mejilla.
Louis limpió la sangre que manaba de sus labios.
— No me abandones, Harry —rogó.
Él hizo una mueca de dolor, dejó caer la mano y luchó por respirar.
— No llores por mí, Louis. No lo merezco.
— ¡Sí lo mereces!
Él negó con la cabeza y entrelazó sus dedos con los de Louis.
— Has sido mi salvación, Louis. Sin ti, jamás habría conocido lo que es el
amor. —Tragó y se llevó la mano al corazón—. Y nunca habría vuelto a ser quien fui.
Louis observó cómo la luz desaparecía de sus ojos.
— ¡No! —volvió a gritar, acunando su cabeza sobre el pecho—. ¡No, no, no!
No puedes morir. Así no. ¡¿Me oyes Harry?! Por favor… ¡No te vayas! ¡Por favor!
Lo abrazó con fuerza mientras la agonía que invadía su corazón y su alma
brotaba en forma de lágrimas.
— ¡No! —resonó con ferocidad a través de la estancia, haciendo que las
paredes temblaran.
Louis vio que el color abandonaba el rostro de Príapo al escuchar el chillido.
Se escuchó un trueno y, en mitad de un brillante destello de luz, apareció Afrodita
delante de Louis. Su rostro estaba contraído como reflejo de la indescriptible agonía que sufría al contemplar el cuerpo exangüe y frío de Harry.
Incapaz de asimilar lo que tenía delante, miró furiosa a Príapo.
— ¿Qué has hecho? —le preguntó.
— Fue una pelea justa, madre. O él o yo. No tenía otra opción.
Afrodita dejó escapar un grito agónico directamente desde su corazón.
— Invoqué la ira de Zeus y la de las Parcas para conseguir su libertad.
¿Quién demonios crees que eres para hacer esto? —Miró a Príapo como si su mera presencia le provocara náuseas—. ¡Era tu hermano!
— Era tu bastardo, pero nunca fue mi hermano.
Afrodita gritó de furia.
— ¡Cómo te atreves!
Cuando la diosa miró de nuevo a Harry, Louis vio el dolor que reflejaban sus
ojos.
— Mi precioso Harry —sollozó la diosa—. Jamás debí permitirles que te
hiciesen daño. ¡Dulce Citera! ¿A dónde me ha llevado mi egoísmo? —Cayó de
rodillas a su lado—. Te dejé solo cuando debía haber estado contigo para
protegerte.
— ¡Vamos, madre, déjalo ya! —dijo Príapo, como si la aflicción de su madre
hubiese conseguido aburrirlo—. Harry te conocía, igual que te conocemos nosotros
desde el comienzo de los tiempos; no piensas más que en ti misma y en lo que los
demás debemos hacer por ti. Es tu naturaleza. Y, al contrario que Harry, todos la
aceptamos hace eones.
Afrodita no se tomó muy bien esas palabras. De hecho, su rostro se convirtió
en una máscara de granito y se puso en pie con toda la dignidad y la elegancia que
se espera de una diosa.
Arqueó una ceja y miró a Príapo.
— ¿Has dicho que fue una lucha justa? Bien, tengamos una lucha justa.
¿Estás de acuerdo? Tánatos aún no ha reclamado su alma. Todavía no es
demasiado tarde. Lo único que necesitamos para devolverlo a la vida es que su
corazón comience a latir de nuevo.
Louis sintió una repentina oleada de calor atravesando el cuerpo inerte de
Harry.
Se echó hacia atrás y observó cómo un aura dorada lo rodeaba mientras la
herida de su costado se cerraba por sí sola y los vaqueros se desintegraban, siendo reemplazados por unas grebas de oro y unas sandalias. El resplandor dorado subió hasta cubrir su pecho que, al instante, quedó oculto a la vista por una antigua armadura dorada, repujada con cuero rojo, y una túnica. Sobre los brazos
aparecieron unas anchas tiras de cuero marrón.
El tinte azulado desapareció de su rostro.
De repente, tomó una profunda bocanada de aire que hizo que todo su cuerpo
se estremeciera, y abrió los ojos, mirando a Louis con aquella sonrisa que
conseguía derretirle hasta el alma.
Louis se mordió los labios mientras la felicidad lo traspasaba. ¡Estaba vivo!
— ¿Qué diablos pasa aquí? —rugió Príapo.
Sobre ellos apareció una mujer, flotando plácidamente. Su pelo negro lanzaba
destellos mientras miraba con furia a Príapo.
— Como muy bien ha dicho tu madre, ya es hora de que contemplemos una
lucha justa, Príapo. Llevamos retrasándola demasiado tiempo y, esta vez, no esta Alexandria para que distraiga a Harry e impida que lleve a cabo su venganza.
— ¿Qué? —preguntó Afrodita—. Atenea, ¿qué estás diciendo?
— Estoy diciendo que fue él quién la envió intencionadamente para distraerlo,
mientras acudía a refugiarse a tu templo por temor a la furia de Harry.
Por la cara de Príapo, Louis supo que era verdad. El dios curvó los labios en
un rictus furioso.
— Atenea, ¡puta traicionera! Siempre lo mimaste.
Atenea se rió mientras se desvanecía en el aire para volver a aparecer junto a
Afrodita.
— Nadie lo mimó nunca. Eso lo convirtió en el mejor guerrero que jamás salió
de las filas espartanas; y eso es lo que va a ayudarle a darte una buena patada en el culo en este momento.
Harry se puso en pie. La ceñuda mirada con la que enfrentaba a Príapo
consiguió que Louis sintiera un súbito escalofrío.
Afrodita se movió hasta quedar entre sus dos hijos y, cuando alzó la mirada
hacia Harry, Louis vio que sus ojos estaban llenos de orgullo.
— Ésta es la segunda vez que te doy la vida, Harry. Me arrepiento de no
haber sido la madre que necesitaste la primera vez. No tienes ni idea de lo mucho
que desearía poder cambiar el pasado. Lo único que puedo hacer ahora es darte mi amor y mis bendiciones. —Afrodita miró por encima del hombro, buscando los ojos de Príapo—. Y ahora dale una buena patada en el culo a este malcriado.
— ¡Madre! —gimoteó Príapo.
Harry miró a su hermano y balanceó la espada alrededor de su cuerpo
mientras se acercaba a él.
— ¿Estás preparado?
Príapo atacó sin avisar. Pero tampoco es que importara demasiado.
Louis se quedó boquiabierto al verlos luchar. Si antes había pensado que
Harry era un buen guerrero, ahora su destreza era infinitamente superior.
Se movía con una agilidad y una velocidad que jamás habría creído posibles.
Atenea se puso a su lado. Alzó un brazo y rozó ligeramente la seda con la
que se envolvía.
— Bonito vestido.
Louis lo miró con el ceño fruncido.
— no es un vestido, es una manta, ademas ¿Estan luchando a muerte y tu estas burlandote de mi por esta manta?
Atenea se rió.
— Confía en mí; siempre elijo con mucho cuidado a mis generales. Príapo no
tiene ninguna posibilidad frente a Harry.
Louis volvió a dirigir su atención a los hermanos en el mismo instante que
Harry golpeaba a Príapo con su escudo. El dios perdió el equilibrio, se tambaleó y
Harry aprovechó para hundirle la espada en el costado.
— Púdrete en el Tártaro, bastardo —dijo Harry con desdén mientras el
cuerpo de Príapo se desintegraba entre destellos multicolores.
Louis corrió hacia él.
Harry arrojó a un lado la espada y el escudo.
— ¡Estás vivo! ¿Verdad que sí? —le preguntó.
— Sí, lo estoy.
Louis reclamó sus labios con un beso.
Louis escuchó que alguien se aclaraba la garganta.
— Discúlpame, Harry —dijo Atenea, al ver que no soltaba a Louis—. Debes
tomar una decisión. ¿Quieres que te envíe a casa o no?
Louis se echó a temblar.
Harry lo miró de forma abrasadora y acarició con mucha suavidad su mejilla
como si estuviera saboreando el tacto de su piel.
— Sólo he conocido un hogar en todos los siglos de mi existencia.
Louis se mordió el labio mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Iba a
abandonarlo en ese mismo momento. Dios santo, sólo rogaba tener la fuerza
necesaria para soportar el dolor.
Harry se inclinó y le besó la frente.
— Y es con Louis —susurró sobre su pelo—. Si él me acepta.
Louis puso los ojos en blanco; se sentía tan aliviado que tenía ganas de gritar
y reír a la vez, pero sobre todo quería abrazarlo y retenerlo junto a él para siempre.
— ¡Jesús, Harry! —exclamó con una apatía totalmente falsa—. No lo sé…
Ocupas toda la cama, y llevas unos boxers espantosos… ¿Crees que voy a poder
soportarlo? Si vuelves conmigo tendremos que hacer que desaparezcan.
Harry soltó una carcajada.
— No te preocupes. Para lo que tengo en mente, el nudismo viene mucho
mejor.
La risa de Louis se unió a la suya mientras Harry le tomaba la cara entre las
manos.
Al intentar besarlo, Louis se alejó de forma juguetona.
— ¡Ah, por cierto! ¿Ésta es tu armadura?
Harry lo miró ceñudo.
— La misma; o al menos lo era.
— ¿Podemos quedárnosla?
— Si tú quieres… ¿por qué?
— Porque… cariño —ronroneó Louis —, te queda de muerte. Si te la pones, te prometo que pasarás un buen rato en la cama cinco o seis veces al día.
Atenea y Afrodita se rieron al unísono.
Aparecieron en la habitación de Louis con otro de aquellos destellos
cegadores; exactamente en la misma posición que se encontraban cuando Príapo
apareció.
— ¡Eh! —exclamó Louis enfadado—. ¿Dónde está la armadura?
Apareció súbitamente junto con el yelmo, la espada y el escudo, en un rincón
del dormitorio.
— ¿Ya estás contento? —le preguntó Harry mientras lo acomodaba sobre su
pecho.
— Delirante de felicidad.
Alzó la cabeza y lo besó de tal forma que Louis se estremeció de la cabeza a
los pies y gimió al sentir la calidez de su boca sobre la suya. Al sentir su cuerpo bajo él.
Jamás permitiría que volviese a marcharse.
— Por cierto…
Harry se apartó de los labios de Louis con un gruñido y alzó la sábana con
rapidez para taparlos a ambos con ella.
Louis la apretó con fuerza.
— Atenea —dijo Harry—, ¿piensas seguir interrumpiéndonos?
La diosa no parecía avergonzada en lo más mínimo mientras se aproximaba a
la cama. Llevaba una caja dorada en las manos.
— Bueno, es que se me ha olvidado daros una cosa.
— ¿Qué? —preguntaron al unísono con suma irritación.
Antes de que Atenea pudiese contestar, apareció Afrodita.
— Ya lo tengo —le dijo a Atenea antes de quitarle la caja de las manos.
Atenea se desvaneció.
Afrodita se acercó a la cama, dejó la caja al lado de Harry y la abrió.
— Si vas a quedarte en esta época, necesitarás varias cosas: un certificado
de nacimiento, un pasaporte, un permiso de residencia… —Afrodita miró la tarjeta
verde y frunció el ceño— No, espera, esto no lo necesitas. —Y entonces miró a
Louis—. ¿O sí?
— No, señora.
Afrodita sonrió mientras la tarjeta se evaporaba.
— También hay un carné de conducir pero, si aceptas un consejo maternal,
deja que sea Louis quien se encargue del coche. No te lo tomes a mal, pero eres un completo desastre al volante. —Y suspiró—. Es una pena que no tengamos un dios para esas cuestiones. Pero qué se le va a hacer. —Cerró la caja y se la ofreció a su hijo—. Aquí tienes; puedes echarle un vistazo luego.
Cuando Afrodita comenzaba a alejarse, Harry se incorporó en la cama y la
cogió de la mano.
— Gracias por todo, madre.
La diosa lo miró con los ojos llenos de lágrimas y le dio unas palmaditas en la
mano.
— Siento muchísimo no haberme enterado de lo que les ocurrió a tus hijos
hasta que fue demasiado tarde. No tienes idea de lo mucho que me arrepiento de no haberlo descubierto hasta después de que Tánatos reclamara sus almas.
Harry le dio un apretón cariñoso.
— ¿Me llamarás si necesitas cualquier cosa? —preguntó la diosa.
— Te llamaré aunque no necesite nada.
Afrodita se llevó la mano de Harry a los labios y la besó mientras sus ojos se
clavaban en Louis para, de inmediato, volver de nuevo a su hijo.
— ¡Eh! —exclamó Louis sacando de la caja un título universitario—. ¿Le has
dado un título de Licenciado en Historia Antigua? ¿Y de Harvard?
Afrodita asintió con la cabeza.
— También hay uno de Lengua y Cultura Clásicas. —Miró a Harry—. No
estaba segura de lo que querrías hacer, por eso he dejado que seas tú quien elija.
— ¿Podemos usarlos de verdad? —preguntó Louis.
— Claro que sí. Si miras un poco más abajo encontrarás su certificado de
notas.
Louis lo hizo y al mirarlo jadeó.
— No es justo, ¡sólo hay matrículas de honor!
— Por supuesto —rezongó Afrodita, un poco indignada—. Mi hijo jamás será
un segundón. —Sonrió—. No me molesté en hacer un certificado de matrimonio.
Supuse que querríais encargaros de eso personalmente. Y tan pronto como Harry
decida cuál será su apellido, aparecerá en todos los documentos. —La diosa
rebuscó bajo los papeles y sacó una libreta bancaria—. Por cierto, he convertido el
dinero que tenías en Macedonia en dólares para que puedas usarlo aquí.
Louis abrió la libreta y se quedó con la boca abierta.
— ¡Jesús, María y José! ¡Eres asquerosamente rico!
Harry se rió a carcajadas.
— Ya te lo dije, se me daba muy bien lo de conquistar.
Afrodita alargó una mano y el libro donde Harry había estado atrapado
apareció entre sus brazos.
— También pensé que te gustaría buscar un lugar seguro donde guardar
esto.
Harry se quedó boquiabierto mientras cogía el libro de las manos de su
madre.
— ¿Me estás encargando la custodia de Príapo?
Afrodita se encogió de hombros.
— Te mató. No podía dejar que se marchara sin castigarlo de algún modo.
Acabará saliendo si es un buen chico.
Louis casi se sentía apenado por el pobre Príapo.
Casi.
Afrodita se inclinó y besó a Harry en la mejilla.
— Siempre te he querido. Pero no he sabido cómo demostrarlo.
Él asintió con la cabeza.
— Supongo que eso suele pasar cuando tu madre es una diosa. No puedes
esperar fiestas de cumpleaños y comidas caseras.
— Eso es cierto, pero te he dado muchos otros regalos que a tu novio
parecen gustarle muchísimo.
— Hablando de eso —la interrumpió Louis, repentinamente asaltado por un
pensamiento—, ¿no podemos deshacernos de ése que hace que las mujeres se
sientan atraídas por él como por un imán?
La diosa lo miró con una expresión divertida.
— Niño, mira bien a este hombre. ¿Qué persona en su sano juicio no lo querría
en su cama? Tendría que dejarlos ciegos a todos o hacer que Harry engordara y se
quedara calvo.
— Déjalo, no importa. Acabaré acostumbrándome.
— Eso creo yo.
Afrodita desapareció tras el comentario.
Harry envolvió a Louis entre sus brazos y lo acercó a él de nuevo.
— ¿Estás dolorido?
— No, ¿por qué?
— Porque tengo la intención de pasarme el día entero haciéndote el amor.
Louis le mordisqueó la barbilla.
— Mmm, me gusta esa idea…
Harry lo besó.
— ¡Ah, espera! —exclamó alejándose de sus labios.
Louis frunció el ceño mientras Harry salía de la cama para coger libro,
arrojarlo al pasillo y cerrar la puerta después.
— ¿Qué estás haciendo? —le preguntó Louis.
Harry volvió a la cama con su característico andar lento y ágil que lo dejaba
sin aliento y conseguía encenderlo. Trepó al lecho con la misma gracia que un
animal salvaje, desnudo y sigiloso, y recorrió su cuerpo con una mirada lujuriosa y
ardiente.
— Puede escuchar todo lo que decimos. Y, personalmente, no quiero tenerlo
al lado mientras hago esto.
Louis jadeó cuando Harry lo puso de costado, acercándolo a él.
— O esto —siguió él, deslizando una mano entre sus muslos y acariciándolo
con manos expertas.
Se acurrucó contra la espalda de Louis.
— Y sobre todo, no quiero que escuche esto.
Enterró sus labios en el cuello de Louis mientras deslizaba la mano por el
interior de sus muslos para separarle las piernas e introducirse en él hasta el
fondo.
Louis gimió de satisfacción.
— He estado esperándote dos mil años, Louis Alexander —le susurró al
oído—, y cada segundo de espera ha merecido la pena.

el dios de lo placentero /LSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora