capitulo 15

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Capítulo 15

Harry mantuvo la distancia entre ellos lo que quedaba del fin de semana. Por
mucho que Louis intentaba derribar la barrera que lo rodeaba, él lo apartaba sin
dudarlo.
Ni siquiera quería que le leyera.
Totalmente descorazonado, se fue al trabajo el lunes por la mañana, pero ni
siquiera debería haberse molestado en acudir a la consulta. No podía concentrarse
en otra cosa que no fuesen sus celestiales ojos verdes, cargados de confusión.
— ¿Louis Alexander?
Louis alzó la mirada del escritorio y vio a una mujer rubia, increíblemente
hermosa, de poco más de veinte años que estaba parada en el hueco de la puerta.
Parecía que acababa de salir de un desfile de modas en Europa, con aquel traje de seda roja de Armani y las medias y los zapatos a juego.
— Lo siento —le dijo Louis—. Mi hora de visitas ha acabado. Si quiere volver
mañana…
— ¿Tengo aspecto de necesitar a un sexólogo?
A primera vista, no. Pero claro, Louis había aprendido hacía ya mucho
tiempo a no hacer juicios apresurados sobre los problemas de la gente.
Sin que la invitara, la mujer entró tranquilamente a su consulta con un andar
presuntuoso y elegante que le resultaba extrañamente familiar. Caminó hacia la
pared donde estaban colgados los títulos y certificados de Louis.
— Impresionante —le dijo. Pero su tono expresaba todo lo contrario.
Se volvió para observar concienzudamente a Louis y, por la mueca burlona
en su rostro, éste supo que la mujer la encontraba seriamente deficiente.
— No eres lo bastante guapo para él, ¿sabes? demasiado bajo y
demasiado rechoncho.
Completamente ofendido, Louis adoptó una postura rígida.
— ¿Cómo dice?
La mujer ignoró su pregunta.
— Dime, ¿no te molesta estar cerca de un hombre como Harry, sabiendo que
si tuviese oportunidad, jamás querría estar contigo? Tiene un cuerpo tan bien
formado, es tan elegante… Tan fuerte y cruel… Sé que nunca antes has tenido
detrás de ti a un hombre como él, y jamás volverás a tenerlo.
Atónito, Louis no era capaz de hablar.
Y tampoco tuvo que hacerlo; la mujer siguió sin detenerse.
— Su padre era como él. Imagínate a Harry con el pelo oscuro, un poco más
bajo y de apariencia más vulgar, no tan refinado. Pero aún así, ese hombre tenía
unas manos que… Mmm… —Sonrió pensativamente, con la mirada perdida—. Por supuesto Diocles tenía todo el cuerpo marcado por horribles cicatrices de las
batallas; tenía una espantosa que le atravesaba la mejilla izquierda. —Entrecerró los ojos con ira—. Jamás olvidaré el día que intentó marcar a Harry con una daga, para hacerle esa misma cicatriz. En ese momento hubiera deseado que viviese lo
suficiente para arrepentirse de esa infracción, pero me aseguré de que no lo hiciera. Harry es físicamente perfecto, y jamás permitiré que nadie estropee la belleza que yo le di. —La fría y calculadora mirada que Afrodita dedicó a Louis hizo que éste se estremeciera.
» No compartiré a mi hijo contigo.
La posesividad de las palabras de la diosa despertó la ira de Louis. ¿Cómo
se atrevía a aparecer ahora y a decir tal cosa?
— Si Harry significa tanto para ti, ¿por qué lo abandonaste?
Afrodita lo miró, furiosa.
— ¿Crees que me dejaron otra opción? Zeus se negó a darle la ambrosía;
ningún mortal puede vivir en el Olimpo. Antes de que pudiera siquiera protestar,
Hermes me lo quitó de los brazos y lo entregó a su padre.
Louis vio el horror en el rostro de Afrodita al recordar aquel momento.
— Mi dolor por su pérdida iba más allá de los límites humanos. Inconsolable,
me encerré para alejarme de todo. Cuando fui capaz de enfrentarme a todos ellos de nuevo, habían pasado catorce años en la tierra. Apenas si reconocí al bebé que yo había amamantado. Y él me odiaba. —Sus ojos brillaron como si estuviese luchando por contener las lágrimas.
» No tienes idea de lo que es ser madre, y que ese hijo que has llevado en tu
vientre maldiga hasta tu propio nombre.
Louis comprendía su dolor, pero era a Harry a quien amaba; y su sufrimiento
era lo que más le preocupaba.
— ¿Alguna vez intentaste decirle cómo te sentías?
— Por supuesto que lo hice —espetó la diosa—. Le envié a Eros con mis
regalos. Me los devolvió, con un mensaje que un hijo no debería decirle a su madre
jamás.
— Estaba herido.
— Y yo también —gritó Afrodita. Todo su cuerpo temblaba de furia.
Desconfiado y bastante asustado por lo que una diosa enfadada pudiera
hacer con él, Louis observó cómo Afrodita cerraba los ojos y respiraba hondo para
calmarse.
Cuando volvió a hablar, lo hizo con voz dura y el cuerpo tenso.
— Aún así, envié de nuevo a Eros con más regalos para Harry. Los rechazó
todos. Me vi a obligada a presenciar cómo juraba lealtad y servicio a Atenea en
venganza. —Masculló el nombre de la diosa como si la despreciara.
» Fue en su nombre que conquistó ciudades con los dones que yo le otorgué
cuando nació: la fuerza de Ares, la templanza de Apolo y las bendiciones de las
Musas y las Gracias. Incluso lo sumergí en el río Estigio para asegurarme de que
ningún arma humana pudiera matarlo o dejarlo marcado y, a diferencia de lo que
hizo Tetis con Aquiles, sumergí también sus tobillos para que no tuviese ni un solo
punto vulnerable. —Meneó la cabeza como si aún no pudiese creer lo que Harry
hizo.
» Hice todo lo que estuvo en mis manos por ese chico, y él no me demostró la
más mínima gratitud. Ni el respeto que merecía. Finalmente, dejé de intentarlo.
Puesto que rechazaba mi amor, me aseguré de que nadie lo amara jamás.
El corazón de Louis se detuvo al escuchar el egoísmo de la diosa.
— ¿Que hiciste qué?
Afrodita alzó la barbilla, altanera, como una reina orgullosa de sus frías y
sangrientas hazañas.
— Le maldije del mismo modo que él lo hizo conmigo. Me aseguré de que
ninguna persona pudiese mirarlo sin desear su cuerpo o envidiarlo profundamente
Louis no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo podía una madre ser tan
cruel?
Y tan pronto como ese pensamiento se alejó de su mente, lo asaltó otro aún
más horrible:
— Tú fuiste la culpable de que Penélope muriera, ¿verdad?
— No, eso fue obra de Harry. Por supuesto que yo estaba enfurecida cuando
Eros me contó lo que había hecho por su hermano, y también porque Harry había
acudido a él y no a mí.
» Puesto que no podía deshacer lo que la flecha de Eros había conseguido,
decidí mermar sus efectos. Lo que Harry tuvo con Penélope fue algo insípido, y él lo
sabe. —Afrodita se acercó hasta la ventana y contempló la ciudad.
» Si Harry hubiese acudido a mí alguna vez, habría dejado que Penélope lo
amara. Pero no lo hizo. Lo observé acercarse a ella, noche tras noche, tomándola
una y otra vez, y percibí su malestar, su angustia porque sabía que su esposa no lo
amaba. Y todavía seguía rechazándome y maldiciéndome.
» Fueron las lágrimas que derramé por él a lo largo de los años lo que puso a
Príapo en su contra. Siempre ha sido el más leal de mis hijos. Debí detenerlo tan
pronto como supe que quería la sangre de Harry, pero no lo hice. Ansiaba que la ira de Príapo consiguiera que Harry me buscara e implorara mi ayuda. —Apretó los dientes.
» Pero no lo hizo.
Louis comprendía su dolor, pero eso no cambiaba lo que le había hecho a su
hijo.
— ¿Cómo es que Harry acabó siendo maldecido?
La diosa tragó saliva.
— Todo comenzó la noche que Atenea le contó a Príapo que no existía otro
hombre más valiente y fuerte que Harry. Ella lo retó a enfrentar a su mejor general
con Harry. Dos días más tarde, contemplé cómo Harry cabalgaba hacia la batalla y
supe que no perdería. Cuando venció al ejército romano, Príapo se enfureció.
» Eros se fue de la lengua y le contó lo que había hecho. Al instante, Príapo
fue en busca de Jasón y Penélope. Yo no sabía las repercusiones que iba a tener.
—Se envolvió la cintura con los brazos.
» Nunca tuve intención de que los niños murieran. No te imaginas las veces
que me pregunto al cabo del día por qué dejé que ocurriera aquello.
— ¿No hubo ningún modo de evitarlo?
Afrodita negó tristemente con la cabeza.
— Incluso mis poderes están limitados por las Parcas. Cuando Harry se
dirigió a mi templo, tras verlos a todos muertos, contuve el aliento pensando que por fin acudía en busca de mi ayuda. Y entonces vio a esa puerca con la túnica de
Príapo que se arrojó a sus brazos y le pidió que tomara su virginidad antes de que
tuviese lugar la ceremonia en la que sería reclamada por mi otro hijo. Si Harry
hubiese pensado con claridad, sé que la habría rechazado. —El rostro de la diosa se ensombreció por la furia.
» Si no hubiese sido por Alexandria, ese día mi hijo hubiese venido a mí. Sé
que me habría pedido ayuda. Pero era demasiado tarde. Todo acabó en el mismo
momento en que se derramó en ella.
— ¿Y aún así te negaste a ayudarlo?
— ¿Cómo podía elegir entre dos de mis hijos?
Louis se horrorizó ante la pregunta.
— ¿Y no fue eso lo que hiciste cuando permitiste que encerraran a Harry en
un pergamino?
Los ojos de Afrodita brillaron con tal malicia que Louis dio un paso atrás.
— Harry fue quien me rechazó. Todo lo que tenía que hacer era pedirme
ayuda y yo se la habría dado.
Louis no podía creer lo que estaba oyendo. Para ser una diosa, Afrodita era
bastante egoísta y corta de entendederas.
— Toda esta tragedia porque ninguno de los dos ha querido rebajarse a
suplicar al otro. No puedo creer que concedieras a Harry la fuerza de Ares y luego lo maldijeras por esa fuerza que tú misma le otorgaste. En lugar de esperarlo o de
enviar a otros en tu nombre, ¿no se te ocurrió nunca ir en persona?
Afrodita lo miró furiosa e indignada.
— Yo soy la Diosa del Amor, ¿cómo quieres que me arrastre? ¿Tienes la más
ligera idea de lo embarazoso que es para mí que mi propio hijo me odie?
— ¿Embarazoso? Tienes al resto del mundo para amarte. Harry no tiene a
nadie.
Afrodita se acercó a él, furiosa.
— Aléjate de él. Te lo advierto.
— ¿Por qué? ¿Por qué me amenazas cuando no lo hiciste con Penélope?
— Porque él no la amaba.
Louis se quedó paralizado.
— ¿Estás diciéndome…?
La diosa se esfumó.
— ¡Venga ya! —gritó Louis mirando al techo—. ¡No puedes esfumarte en
mitad de una conversación!
— ¿Louis?
La voz de Beth hizo que diera un respingo. Girándose de inmediato, la vio
asomándose por la puerta.
— ¿Con quién estás hablando? —le preguntó Beth.
Louis hizo un gesto abarcando la consulta y después pensó que no sería
muy inteligente decirle a su compañera la verdad.
— Conmigo mismo.
Beth lo miró sin acabar de creérselo.
— ¿Tienes la costumbre de gritarte a ti mismo?
— A veces.
Beth alzó una de sus oscuras cejas.
— Me parece que necesitas una sesión —comentó mientras se alejaba.
Haciendo caso omiso de su compañera, Louis no perdió tiempo en recoger
sus cosas. Estaba deseando llegar a casa para ver a Harry.
Tan pronto como abrió la puerta supo que algo iba mal. Harry no salió a
recibirlo.
— ¿Harry? —lo llamó.
— Arriba.
Louis dejó las llaves y el correo sobre la mesa, y subió los escalones de dos
en dos.
— No vas a creerte quién pasó hoy por la… —su voz se desvaneció al llegar
a la puerta de su dormitorio y ver a Harry con una mano encadenada a los barrotes
de la cama, tendido en el centro del colchón, sin camisa y con la frente cubierta de
sudor.
— ¿Qué estás haciendo? —le preguntó muerto de miedo.
— No puedo luchar más, Louis —le contestó respirando entrecortadamente.
— Tienes que intentarlo.
Él meneó la cabeza.
— Necesito que me encadenes la otra mano. No llego.
— Harry…
Él lo interrumpió con una amarga y brusca carcajada.
— ¿No es irónico? Tengo que pedirte que me encadenes cuando todos los
demás lo hacían libremente a las pocas horas de presentarme. —Lo miró
directamente a los ojos—. Hazlo, Louis. No podría seguir viviendo si te hiciese
daño.
Con el corazón en un puño, Louis cruzó la habitación hasta llegar junto a la
cama.
Cuando estuvo bastante cerca, Harry alargó el brazo y acarició su mejilla. Lo
acercó hasta él y lo besó, tan profundamente que Louis pensó que iba a
desmayarse.
Fue un beso feroz y exigente. Un beso que hablaba de deseo. Y de
promesas.
Harry mordisqueó sus labios y lo alejó.
— Hazlo.
Louis pasó el grillete de plata por los barrotes del cabecero.
El alivio de Harry fue evidente. Hasta ese momento, Louis no se había dado
cuenta de lo tenso que había estado durante la semana anterior. Apoyó la cabeza en
la almohada y, con dificultad, respiró hondo.
Louis se acercó y le pasó una mano por la frente.
— ¡Dios santo! —jadeó. Estaba tan caliente que casi le hizo una
quemadura—. ¿Qué puedo hacer?
— Nada, pero gracias por preguntar.
Louis fue hacia el vestidor en busca de su ropa. Cuando empezó a
desabrocharse la camisa, Harry lo detuvo.
— Por favor, no lo hagas delante de mí.… —Echó la cabeza hacia atrás como si alguien le hubiese aplicado un hierro candente.
Louis fue consciente en ese momento de lo acostumbrado que estaba a su
presencia; no había pensado en desnudarse en otro lado.
— Lo siento —se disculpó.
Se cambió en el cuarto de baño y mojó unas toallas para colocárselas en la
frente.
Volvió a la habitación para refrescarlo.
Le acarició el pelo, empapado de sudor.
— Estás ardiendo.
— Lo sé. Me siento como si estuviese en un lecho de brasas.
Siseó cuando Louis le acercó la toalla fría.
— No me has contado qué tal te ha ido el día —le dijo sin aliento.
Louis jadeó al sentir que el amor y la felicidad lo invadían. Todos los días
Harry le hacía esa pregunta. Todos los días contaba las horas para regresar a casa
junto a él.
No sabía lo que iba a hacer cuando se marchara.
Obligándose a no pensar en eso, se concentró en cuidarlo.
— No hay mucho que contar —susurró. No quería agobiarlo con lo que su
madre le había confesado. No mientras estuviese así. Ya lo habían herido bastante,
y no sería él el que aumentara su dolor—. ¿Tienes hambre? —le preguntó.
— No.
Louis se sentó a su lado. Pasó toda la noche leyéndole y refrescándolo.
Harry no durmió. No pudo. Sólo era consciente de la piel de Louis cuando lo
tocaba y de su dulce perfume. Invadía sus sentidos y hacía que la cabeza le
diera vueltas. Todas las fibras de su cuerpo le exigían que lo poseyera.
Con los dientes apretados, tiró de las cadenas de plata que apresaban sus
muñecas y luchó contra la oscuridad que amenazaba con devorarlo. No quería
rendirse.
No quería cerrar los ojos y desaprovechar el poco tiempo que le quedaba
para estar junto a Louis mientras aún estuviese cuerdo. Si dejaba que la oscuridad
lo consumiera no se despertaría hasta estar de vuelta en el libro. Solo.
— No puedo perderlo —murmuró. La simple idea de perderlo hacía pedazos
lo poco que le quedaba de corazón.
El reloj de pared dio las tres. Louis se había quedado dormido hacía muy
poco rato. Tenía la cabeza y la mano apoyadas sobre su abdomen y su aliento le
acariciaba el estómago.
Podía sentir su cabello rozándole la piel, la calidez de su cuerpo filtrándose
por sus poros hasta llegarle al alma.
Lo que daría por poder tocarlo…
Cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y se permitió soñar por primera vez
desde hacía siglos. Soñó con pasar noches enteras junto a Louis.
Soñó que llegaba el día en que podía amarlo como se merecía. Un día en que
él sería libre para poder entregarse a Louis. Y soñó en tener un hogar junto a Louis.
Aún estaba soñando cuando la luz del amanecer comenzó a filtrarse por las
ventanas y el reloj dio las seis. Louis se despertó.
Frotó la mejilla sobre su pecho, acariciándolo de tal modo que para Harry
supuso una tortura.
— Buenos días —lo saludó sonriente.
— Buenos días.
Louis se mordió el labio al pasear la mirada sobre su cuerpo y arrugó la
frente por la preocupación.
— ¿Estás seguro que tenemos que hacer esto? ¿No te puedo liberar un
ratito?
— ¡No! —exclamó con énfasis.
Louis cogió el teléfono y marcó el número de la consulta para hablar con
Beth.
— No iré en un par de días, ¿puedes hacerte cargo de algunos de mis
pacientes?
Harry frunció el ceño al escucharlo.
— ¿Es que no vas a ir a trabajar? —le preguntó en cuanto colgó.
Louis no podía creer que le hiciese esa pregunta.
— ¿Y dejarte aquí tal y como estás?
— Estaré bien.
Louis lo miró como si se hubiese vuelto completamente loco.
— ¿Y si pasara algo?
— ¿Cómo qué?
— Puede haber un incendio o alguien puede entrar y hacerte cualquier cosas
mientras estás ahí indefenso.
Harry no discutió. Le entusiasmó el hecho de verlo tan dispuesto a quedarse
junto a él.
A media tarde, Louis fue testigo de que la maldición empeoraba. Cada
centímetro del cuerpo de Harry estaba cubierto de sudor. Los músculos de los
brazos estaban totalmente tensos y apenas hablaba; cuando lo hacía, apretaba los
dientes.
Pero seguía mirándolo con una sonrisa, y sus ojos eran cálidos y alentadores
mientras sus músculos se contraían con continuos espasmos y soportaba el
sufrimiento que amenazaba con devorarlo.
Louis siguió refrescándolo, pero tan pronto como acercaba la toalla a su piel
se calentaba tanto que apenas era capaz de tocarla después.
Para cuando llegó la medianoche Harry deliraba.
Observó impotente cómo se agitaba y maldecía como si un ser invisible
estuviese arrancándole la piel a tiras. Louis nunca había visto algo así. Estaba
forcejeando tanto que casi temía que echara abajo la cama.
— No puedo soportar esto —susurró. Bajó corriendo las escaleras y llamó a
Niall.
Una hora después, Louis abrió la puerta a Niall y a su hermana Tiyana.
Con el pelo negro y los ojos cafes, Tiyana no se parecía en nada a Niall. Era una
de las pocas sacerdotisas blancas de vudú; regentaba una tienda de artículos
mágicos y hacía de guía turística por el cementerio los viernes por la noche.
— No sabéis cuánto os agradezco que hayáis venido —les dijo Louis al
cerrar la puerta, una vez pasaron al recibidor.
— No es nada —le contestó Niall.
Tiyana llevaba un timbal bajo el brazo e iba vestida con un sencillo vestido
marrón.
— ¿Dónde está?
Louis los llevó al piso superior.
Tiyana puso un pie en la habitación y se quedó paralizada al ver a Harry
sobre la cama presa de continuas convulsiones y maldiciendo a todo el panteón
griego.
El color abandonó su rostro.
— No puedo hacer nada por él.
— Tiyana —la increpó Niall—. Tienes que intentarlo.
Con los ojos abiertos como platos por el miedo, Tiyana meneó la cabeza.
— ¿Quieres un consejo? Sella esta habitación y déjalo hasta que regrese de
donde vino. Hay algo tan maligno y poderoso observándolo que no me atrevo a
hacerle frente. —Miró a Niall—. ¿No percibes el odio?
Louis comenzó a temblar al escuchar a Tiyana, y su corazón empezó a latir
cada vez más rápido.
— ¿Niall? —llamó a su amigo. Necesitaba desesperadamente que alguien
aliviara el sufrimiento de Harry de algún modo. Tenía que haber algo que ellos
pudiesen hacer.
— Sabes que no puedo ayudarlo —le dijo Niall—. Mis hechizos nunca
funcionan.
¡No!, gritó su mente. No podían abandonarlo de aquel modo.
Miró a Harry mientras éste forcejeaba por liberarse de los grilletes.
— ¿Hay alguien a quien pueda acudir en busca de ayuda?
— No —contestó Tiyana—. De hecho, ni siquiera puedo permanecer aquí. No
te ofendas, pero todo esto me pone los pelos de punta. —Lanzó una mirada
categórica a su hermano—. Y tú sabes muy bien a qué tipo de atrocidades me
enfrento diariamente.
— Lo siento, Louis —se disculpó Niall, acariciándole el brazo—.
Investigaré y veré lo que puedo descubrir, ¿de acuerdo?
Con el corazón en un puño, Louis no tuvo más remedio que acompañarlos a
la puerta.
Cuando la cerró, se dejo caer sobre ella con cansancio.
¿Qué iba a hacer?
No podía limitarse a aceptar que no había ayuda posible para Harry. Tenía
que haber algo que pudiese aliviar su dolor. Algo en lo que él aún no hubiese
pensado.
Subió las escaleras y volvió junto a Harry.
— ¿Louis? —Harry lo llamó con un gemido tan agónico que su corazón
acabó de hacerse pedazos.
— Estoy a tu lado, cariño —le dijo, acariciándole la frente.
Él dejó escapar un gruñido salvaje, como el de un animal atrapado en un
cepo, y se lanzó sobre Louis.
Aterrorizado, Louis se alejó de la cama.
Se dirigió al vestidor, con las piernas temblorosas, y cogió el ejemplar de La
Odisea.
Acercó la mecedora a la cama y comenzó a leer.
Pareció relajarlo. Al menos no se revolvía con tanta fuerza.
Con el paso de los días, la esperanza de Louis se marchitaba. Harry estaba
en lo cierto al afirmar que no había modo alguno de romper la maldición si no
lograba superar la locura.
No podía soportar verlo sufrir, horas tras hora, sin ningún momento de alivio.
No era de extrañar que odiara a su madre. ¿Cómo podía Afrodita dejarlo pasar por
esto sin mover un solo dedo para ayudarlo?
Y había sufrido de aquel modo durante siglos…
Louis estaba totalmente fuera de sí.
— ¡Cómo podéis permitirlo! —gritó enfadado, mirando al techo.
— ¡Eros! —le llamó—. ¿Me oyes? ¿Atenea? ¿Hay alguien? ¿Cómo permitís
que sufra así? Si lo amáis un poco, por favor, ayudadlo.
Tal y como esperaba, nadie contestó.
Dejó descansar la cabeza sobre la mano e intentó pensar en algo que pudiera
ayudarlo. Seguramente habría algo que…
Una luz cegadora atravesó la habitación.
Perplejo, alzó la vista y se encontró con Afrodita que acababa de
materializarse junto a la cama. Si se hubiese encontrado con un burro en la cocina
no se hubiese sorprendido tanto.
La diosa perdió el color del rostro al contemplar cómo su hijo se revolvía,
agitado por los espasmos, sufriendo una horrible agonía. Alargó una mano hacia él y la retiró con brusquedad, dejándola caer mientras apretaba el puño.
En ese momento miró a Louis.
— Le quiero —dijo en voz baja.
— Yo también.
Afrodita clavó la mirada en el suelo, pero Louis fue testigo de su lucha
interior.
— Si lo libero, lo apartarás de mí para siempre. Si no lo hago, los dos lo
perderemos. —Afrodita lo miró a los ojos—. He estado pensando acerca de lo que
me dijiste y creo que tienes razón. Lo hice fuerte y jamás debí castigarlo por eso. Lo único que deseaba es que me llamara madre. —Miró a su hijo.
» Sólo quería que me quisieras, Harry. Un poquito nada más.
Louis tragó saliva al ver el dolor en el rostro de Afrodita cuando acarició la
mano de Harry.
Él siseó, como si el roce le hubiese quemado la piel.
Afrodita retiró la mano.
— Prométeme que lo cuidarás mucho, Louis.
— Tanto como él me lo permita; lo prometo.
Afrodita asintió y colocó la mano sobre la frente de Harry. Él echó la cabeza
hacia atrás, como si acabara de ser alcanzado por un rayo. La diosa inclinó la
cabeza y lo besó con ternura en los labios.
Al instante, Harry se relajó y su cuerpo se quedó inmóvil.
Los grilletes se abrieron y aún así no se movió. El corazón de Louis dejó de
latir al darse cuenta de que Harry no respiraba. Aterrorizado, alargó una temblorosa mano para tocarlo.
Harry inspiró con brusquedad.
Mientras Afrodita tendía la mano hacia Harry, Louis percibió en sus ojos la
necesidad de sentir el amor de un hijo que ni siquiera sabía que estaba allí. Era la
misma mirada anhelante que a menudo captaba en los ojos de Harry cuando él no
era consciente de que lo estaba observando.
¿Cómo era posible que dos personas que se necesitaban tan
desesperadamente no fuesen capaces de arreglar las cosas?
Afrodita desapareció en el mismo instante que Harry abrió los ojos.
Louis se acercó a él. Temblaba tanto que le castañeteaban los dientes. La
fiebre había desaparecido y su piel estaba tan fría como el hielo.
Recogió el edredón del suelo y lo cubrió con él.
— ¿Qué ha pasado? —preguntó Harry con voz insegura.
— Tu madre te liberó.
Harry pareció enmudecer por la sorpresa.
— ¿Mi madre? ¿Ha estado aquí?
Louis asintió con la cabeza.
— Estaba preocupada por ti.
Harry no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Sería cierto?
Pero, ¿por qué iba a ayudarlo su madre ahora si siempre le había vuelto la
espalda cuando más la había necesitado? No tenía sentido.
Con el ceño fruncido, intentó bajarse de la cama.
— No, ni hablar —le dijo Louis con brusquedad—. Acabo de hacer que te
pongas bien y no voy a…
— Necesito ir al baño urgentemente —lo interrumpió él.
— ¡Ah!
Louis lo ayudó a bajar de la cama. Estaba tan débil que no se aguantaba en
pie y él lo sostuvo hasta atravesar el pasillo. Harry cerró los ojos e inhaló el dulce
aroma de Louis. Temeroso de hacerle daño, intentó no apoyarse demasiado en él.
Su corazón se enterneció al ver la forma en que Louis lo cuidaba, al percibir la
sensación de sus brazos envolviéndole la cintura mientras lo ayudaba a caminar.
Su Louis. ¿Cómo iba a soportar separarse de él?
Una vez atendió sus necesidades, Louis le preparó un baño caliente y lo ayudó
a meterse en la bañera.
Harry lo contempló mientras lo lavaba. Le parecía imposible que hubiese
permanecido a su lado todo aquel tiempo. No recordaba casi nada de los últimos
días, pero se acordaba del sonido de su voz atravesando la oscuridad para
reconfortarlo.
Lo había oído pronunciar su nombre a gritos y, en ocasiones, estaba seguro
de haber sentido su mano sobre la piel, anclándolo a la cordura.
Sus caricias habían sido su salvación.
Cerrando los ojos, disfrutó de la sensación de las manos de Louis
deslizándose sobre su piel mientras lo lavaba. Le recorrían el pecho, los brazos y el
abdomen. Y cuando rozaron accidentalmente su erección, no pudo evitar dar un
respingo ante la intensidad con la que percibió la caricia.
Cómo lo deseaba…
— Bésame —balbució Harry.
— ¿No será peligroso?
Él le sonrió.
— Si pudiese moverme ya estarías conmigo en la bañera. Te aseguro que en
este momento estoy tan indefenso como un bebé.
Vacilante, Louis se humedeció los labios y le acarició una mano; su roce fue
suave y tierno. Lo miró fijamente a los labios como si pudiera devorarlo, y Harry
sintió que el frío desaparecía al contemplar sus ojos.
Louis se inclinó y lo besó con ansia. Harry gimió al sentir sus labios; anhelaba
mucho más. Necesitaba sus caricias.
Para su sorpresa, obtuvo lo que deseaba.
Louis se apartó un instante de sus labios, lo suficiente para quitarse la ropa y
quedarse desnudo ante él. Lentamente y con movimientos seductores, se metió en
la bañera y se sentó a horcajadas sobre su cintura.
Harry volvió a gemir al sentir su miembro erecto en su entrepierna. Louis lo
besó de nuevo, tan ardientemente que él creyó que se abrasaba.
¡Maldición, ni siquiera podía abrazarlo! No podía mover los brazos. Y
necesitaba con desesperación rodearlo con fuerza.
Louis debió percibir su frustración porque se incorporó con una sonrisa.
— Ahora me toca mimarte —susurró antes de enterrar los labios en su cuello.
Cerró los ojos mientras Louis dejaba un rastro de besos sobre su pecho.
Cuando llegó al pezón todo comenzó a darle vueltas al sentir la lengua de Louis
jugueteando y succionándolo. Nada había conseguido estremecerlo del modo que lo hacían sus caricias. No recordaba ninguna ocasión en la que alguien le hubiese
hecho el amor a él.
Y ninguna persona se había entregado de aquel modo. Ni le había dado tanto.
Contuvo la respiración en el momento que Louis introdujo la mano entre sus
cuerpos.
— Ojalá pudiese hacerte el amor —susurró Harry.
Louis alzó la cabeza para mirarlo a los ojos.
— Lo haces cada vez que me tocas.
Sin saber cómo, consiguió abrazarlo, aunque los brazos no dejaban de
temblarle, y lo atrajo hacia su pecho para reclamar sus labios.
Lo escuchó quitar el tapón con el pie mientras profundizaba el beso aún más
y atormentaba con leves caricias su miembro hinchado.
Harry sintió vértigo al notar la mano de Louis sobre su miembro. Ansiaba sus
caricias; las anhelaba de un modo que no era capaz de definir.
Una vez la bañera se vació de agua, Louis abandonó sus labios para
abrasarle la piel con diminutos besos, descendiendo por el pecho. Harry echó la
cabeza hacia atrás y la apoyó en el borde mientras Louis le pasaba la lengua por el
estómago y la cadera.
Y entonces, para su sorpresa, se llevó su miembro a la boca. Él gruñó y le
sujetó la cabeza con ambas manos, deleitándose en las sensaciones que
provocaban la lengua y la boca de Louis, lamiendo y rodeando su miembro.
Nunca antes alguien le había hecho eso. Se habían limitado a tomar lo que podían
de él, sin ofrecerle jamás nada a cambio.
Hasta que Louis llegó.
Su boca arrasó con los resquicios de su sentido común y venció lo poco que
quedaba de su resistencia. Le temblaba todo el cuerpo por la ternura que Louis estaba demostrando.
— Lo siento —se disculpó Louis, alejándose de él—. Otra vez estás
temblando de frío.
— No es por el frío —le contestó con voz ronca—. Es por ti.
La sonrisa de Louis le atravesó el corazón. Volvió a inclinarse y prosiguió con
su implacable asalto.
Cuando terminó, Harry creyó haber sufrido una intensa sesión de tortura. No
podría sentirse más satisfecho aunque hubiese llegado al clímax.
Louis lo ayudó a salir de la bañera. Aún le temblaban las piernas y tuvo que
apoyarse en Louis para llegar a la habitación.
Louis lo sostuvo hasta que estuvo acostado y, después, lo tapó con todas las
mantas que encontró. Depositó un beso tierno sobre su frente y acomodó la ropa de la cama.
— ¿Tienes hambre?
Harry sólo fue capaz de asentir con la cabeza.
Louis se apartó de su lado el tiempo justo para calentar un tazón de sopa.
Cuando regresó, él estaba profundamente dormido.
Dejó el tazón en la mesita de noche y se acostó junto a él. Lo abrazó y se
quedó dormida.
Harry tardó tres días en recuperar toda su fuerza. Durante todo ese tiempo,
Louis estuvo a su lado. Ayudándolo.
No acababa de comprender el motivo de la devoción que Louis le profesaba. Y
su fuerza. Era la persona que había estado esperando toda su vida. Y con cada día
que pasaba, era consciente de que el amor que sentía por Louis crecía un poco más.
Lo necesitaba a su lado.
— Tengo que decírselo —se dijo a sí mismo mientras se secaba con una
toalla. No podía permitir que pasara un día más sin que Louis supiese lo que
significaba para él.
Dejó el cuarto de baño y atravesó el pasillo hasta llegar al dormitorio de
Louis. Estaba hablando con Niall.
— Por supuesto que no le he contado lo que su madre me dijo. ¡Jesús!
Harry retrocedió un paso y se apoyó contra la pared mientras escuchaba a
Louis.
— ¿Qué se supone que debo decirle? ¿«Por cierto, Harry, tu madre me ha
amenazado»?
Él sintió que acababan de darle un golpe en el pecho y comenzó a verlo todo
negro. Entró a la habitación.
— ¿Cuándo has hablado con mi madre? —inquirió.
Louis alzó la vista, sorprendido.
— Esto… Nialler, tengo que colgar. Adiós. —Dejó el auricular en su sitio.
— ¿Cuándo has hablado con ella? —insistió.
Louis encogió los hombros descuidadamente.
— El día que comenzaste a sentirte mal.
— ¿Qué te dijo?
Louis volvió a encoger los hombros, esta vez con timidez.
— No fue una verdadera amenaza, sólo me dijo que no te compartiría
conmigo.
La ira lo atravesó. ¡Cómo se había atrevido! ¿Quién demonios se creía su
madre que era como para exigir que Louis o él mismo la obedecieran?
Qué imbécil había sido al pensar que el corazón de Afrodita se había
ablandado.
¿Cuándo iba a aprender?
— Harry —lo increpó Louis, poniéndose en pie y acercándose a él, al pie de
la cama—, ella ha cambiado. Cuando vino a liberarte…
— No, Louis —lo interrumpió—. La conozco mucho mejor que tú.
Y sabía de lo que su madre era capaz. Su crueldad hacía que las acciones de
su padre pareciesen meras travesuras.
Con el corazón abatido, comprendió que jamás podría confesarle a Louis lo
que sentía por él.
Y lo que era aún peor, no podía quedarse con eél. Si algo había aprendido
acerca de los dioses era que jamás lo dejarían vivir en paz.
¿Cuánto tiempo tardarían en hacer daño a Louis? ¿Cuánto tiempo le llevaría
a Príapo ponerlo en su contra? ¿O cuándo se vengaría su madre de ambos?
Tarde o temprano, le pasarían factura por ser feliz. No le cabía la menor duda.
Y la simple idea de que Louis pudiese sufrir…
No. Jamás podría arriesgarse.
* * *
Los días pasaron volando mientras ellos permanecían tanto tiempo juntos
como les resultaba posible.
Harry enseñó a Louis cultura clásica griega y algunas formas muy
interesantes de disfrutar del Reddi-wip y la crema de chocolate. Louis le enseñó a
desahuciar al contrario en el Monopoly y a leer en inglés.
Después de unas cuantas clases más de conducción, y de un nuevo
embrague, Louis reconoció que Harry no tenía futuro al frente de un volante.
A Louis le parecía que apenas había pasado el tiempo y, sin embargo, el
último día del plazo de Harry llegó tan rápido que lo dejó aterrorizado.
La noche previa a ese fatídico día, hizo el más sorprendente de los
descubrimientos: no podía vivir sin Harry.
Cada vez que pensaba en retomar su antigua vida, sin él, creía morir de dolor.
Pero finalmente comprendió que la decisión era de Harry, y sólo de él.
— Por favor, Harry —le susurró mientras él dormía a su lado—. No me
abandones.

el dios de lo placentero /LSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora