Capitulo 9
Louis permaneció inmóvil durante horas, escuchando la respiración tranquila
y acompasada de Harry, mientras dormía a su lado. Había colocado una pierna
entre sus muslos y le rodeaba la cintura con un brazo.
La sensación de su cuerpo, envolviéndolo, lo hacía palpitar de deseo.
Y su olor…
Lo que más le apetecía en esos momentos era darse la vuelta y enterrar la
nariz en el aroma cálido y amaderado de su piel. Nadie lo había hecho sentirse así
jamás. Tan querido, tan seguro.
Tan deseable.
Y se preguntaba cómo era posible, teniendo en cuenta que apenas se
conocían. Harry llegaba a una parte de su interior que iba más allá del mero deseo
físico.
Era tan fuerte, tan autoritario… Y tan divertido. Lo hacía reír y le encogía el
corazón.
Alargó el brazo y pasó los dedos con suavidad por la mano que tenía
colocada justo bajo su barbilla. Tenía unas manos preciosas. Largas y ahusadas.
Aun relajadas durante el sueño, su fuerza era innegable. Y la magia que obraban en su cuerpo…
Un milagro.
Pasó el pulgar por su anillo de general y comenzó a preguntarse cómo habría
sido Harry entonces. A menos que la maldición hubiese alterado su apariencia
física, no parecía ser muy mayor, no aparentaba más de veinte.
¿Cómo podría haber liderado un ejército a una edad tan temprana? Pero
claro, Alejandro Magno apenas si tenía edad para afeitarse cuando comenzó sus
campañas.
Harry debía haber tenido una apariencia magnífica en el campo de batalla.
Louis cerró los ojos e intentó imaginárselo a caballo, cargando contra sus
enemigos. Podía ver una vívida imagen del general vestido con la armadura y con la espada en alto mientras luchaba cuerpo a cuerpo con los romanos.
— ¿Jasón?
Louis se tensó al escuchar el murmullo. Harry estaba dormido.
Giró sobre el colchón y lo miró.
— ¿Harry?
Él adoptó una postura rígida y comenzó a hablar en una confusa mezcla de
español y griego clásico.
— ¡No! ¡Okhee! ¡Okhee! ¡No! —y se incorporó hasta quedar sentado en la
cama.
Louis no podía saber si estaba dormido o despierto.
Le tocó el brazo instintivamente y, lanzando una maldición, Harry lo agarró con
fuerza y tiró de él hasta ponerlo sobre sus muslos. Después volvió a arrojarlo a la
cama, con una mirada salvaje y los labios fruncidos.
— ¡Maldito seas! —gruñó.
— Harry —jadeó Louis, luchando por liberarse mientras él lo agarraba con
más fuerza por el brazo—. ¡Soy yo, Louis!
— ¿Louis? —repitió con el ceño fruncido, intentando enfocar la mirada.
Se apartó de Louis parpadeando. Alzó las manos y las observó como si fuesen
dos apéndices extraños que no hubiese visto jamás. Después clavó los ojos en
Louis.
— ¿Te he hecho daño?
— No, estoy bien. ¿Y tú?
Él no contestó.
— ¿Harry? —dijo mientras le tocaba.
Se alejó de él como si se apartase de una criatura venenosa.
— Estoy bien. Era un mal sueño.
— ¿Un mal sueño o un mal recuerdo?
— Un mal recuerdo que me persigue en sueños —murmuró con la voz
cargada de dolor, y se levantó—. Debería dormir en otro sitio.
Louis lo cogió por el brazo antes de que pudiera marcharse y lo acercó de
vuelta a la cama.
— ¿Eso es lo que siempre hiciste en el pasado?
Él asintió.
— ¿Le has contado tus pesadillas a alguien?
Harry lo miró horrorizado. ¿Por quién lo había tomado?
¿Por un niño llorón que necesitaba a su madre?
Siempre había guardado la angustia en su interior. Como le habían enseñado.
Sólo durante las horas de sueño los recuerdos podían traspasar las barreras que él mismo había erigido. Sólo cuando dormía era débil.
En el libro no había nadie que pudiera resultar herido cuando le asaltaba la
pesadilla. Pero una vez liberado de su confinamiento, sabía que no era muy
inteligente dormir al lado de alguien que podía acabar inadvertidamente herido
mientras estaba atrapado en el sueño.
Podría matarlo de forma accidental.
Y esa idea lo aterrorizaba.
— No —susurró—. No se lo he contado nunca a nadie
— Entonces, cuéntamelo a mí.
— No —respondió con firmeza—. No quiero volver a vivirlo.
— Si lo revives cada vez que sueñas, ¿cuál es la diferencia? Déjame entrar
en tus sueños, Harry. Déjame ayudarte.
¿Podría hacerlo? ¿Podría tener esperanza?
Sabes que no.
Pero aún así…
Quería purgar los demonios. Quería dormir una noche completa libre del
tormento, con un sueño tranquilo.
— Cuéntamelo —insistió suavemente.
Louis percibía su renuencia mientras se unía a él en la cama. Permaneció
sentado en el borde, con la cabeza entre las manos.
— Ya me has preguntado qué hice para que me maldijeran. Lo hicieron
porque traicioné al único hermano que jamás he conocido. La única familia que he
tenido en la vida.
La angustia de su voz caló muy hondo en Louis. Deseaba
desesperadamente acariciarle la espalda, para reconfortarlo, pero no se atrevió por si él volvía a apartarse de nuevo.
— ¿Qué hiciste?
Harry se mesó el cabello y dejó enterrado el puño en él. Con la mandíbula
más rígida que el acero y la mirada fija en la alfombra contestó:
— Permití que la envidia me envenenase.
— ¿Cómo?
Permaneció callado un rato antes de volver a hablar.
— Conocí a Jasón poco después de que mi madrastra me enviase a vivir a
los barracones.
Louis apenas si recordaba una conversación con Niall en la que le
explicaba que los barracones espartanos eran los lugares donde se obligaba a vivir a los niños, alejados de sus hogares y de sus familias. Siempre se los había
imaginado como una especie de internado.
— ¿Cuántos años tenías?
— Siete.
Incapaz de imaginar que la obligaran a apartarse de sus padres a esa edad,
Louis jadeó.
— No había nada de raro en la decisión —dijo Harry sin mirarlo—. Y era grande
para mi edad. Además, la vida en los barracones era infinitamente mejor que la que llevaba junto a mi madrastra.
Louis percibía el veneno que destilaba su voz y se preguntó cómo habría
sido la mujer.
— ¿Entonces, Jasón vivía contigo en los barracones?
— Sí —murmuró él—. Cada barracón estaba dividido en grupos, y cada uno
elegía a un líder. Jasón era el líder de mi grupo.
— ¿Qué hacían esos grupos?
— Éramos una especie de unidad militar. Estudiábamos, limpiábamos nuestro
barracón, pero sobre todo, nos las apañábamos entre todos para poder sobrevivir.
Louis se sobresaltó ante esa palabra tan dura.
— ¿Sobrevivir a qué?
— Al estilo de vida espartano —contestó Harry con voz áspera—. No sé si
conoces algo sobre las costumbres de la gente de mi padre, pero no vivían con los
lujos habituales del resto de los griegos.
» Los espartanos sólo querían una cosa de sus hijos: que nos convirtiéramos
en la fuerza militar más impresionante del mundo antiguo. Para prepararnos, nos
enseñaban a sobrevivir con las necesidades más básicas. Nos daban una sola
túnica que debíamos conservar durante todo un año, y si se estropeaba, la
perdíamos, o acababa por quedarnos pequeña, nos quedábamos sin ella. Teníamos que hacernos nuestra propia cama. Y una vez que llegábamos a la pubertad, no se nos permitía llevar ningún tipo de calzado.
Se rió con amargura.
— Aún puedo recordar cómo me dolían los pies durante el invierno. Teníamos
prohibido encender fuego, y tampoco podíamos taparnos con una manta, así es que nos envolvíamos los pies con harapos para evitar que se nos congelaran durante la noche. Por la mañana sacábamos los cadáveres de los chicos que habían muerto de frío.
Louis se encogió de espanto ante el mundo que Harry describía. Intentaba
imaginarse cómo debía haber sido vivir así. Peor aún, recordó el berrinche que pilló a los trece años porque se encaprichó de unos zapatos de ochenta dólares que, según su madre, eran demasiado para él; y a la misma edad, Harry habría estado buscando harapos. La injusticia de aquello la hacía pedazos.
— Sólo erais niños.
— Jamás fui un niño —le contestó con sencillez—. Pero eso no era todo, lo
peor era que apenas nos daban de comer. Estábamos obligados a robar o a morir
de hambre.
— ¿Y los padres lo permitían?
Harry lo miró por encima del hombro; sus ojos tenían una expresión irónica.
— Lo consideraban un deber cívico. Y, puesto que mi padre era el stratgoi de
Esparta, la mayoría de los profesores y de los chicos me despreciaron desde el
primer momento. Me daban mucha menos comida que al resto.
— ¿Qué era tu padre? —le preguntó, no acababa de comprender el término
griego que Harry había empleado.
— El general supremo, si lo prefieres —inspiró profundamente y continuó—. A
causa de su posición, y de su reputación de hombre cruel, yo era un paria para mi
grupo. Mientras ellos se unían para poder robar comida, a mí me dejaban de lado, y tenía que ingeniármelas para sobrevivir. Un día, pescaron a Jasón robando comida.
Cuando regresaron a los barracones iban a castigarlo. Así es que di un paso al
frente y me eché toda la culpa.
— ¿Por qué?
Harry se encogió de hombros, restándole importancia al asunto.
— Estaba tan débil por la paliza anterior que pensé que no viviría si le daban
otra.
— ¿Y por qué le habían golpeado antes?
— Era el modo de empezar el día. Tan pronto como nos sacaban a rastras de
las camas, nos daban una buena tunda.
Louis hizo una mueca de dolor.
— Entonces, ¿por qué dejaste que te pegaran en su lugar, si tú también
estabas herido?
— Siendo el hijo de una diosa, aguantaba las palizas más duras.
Louis cerró los ojos mientras recordaba las palabras que Niall había dicho
esa misma tarde. Esta vez, no pudo resistir el impulso de acercarse a él. Le puso la mano sobre el bíceps. Harry no se apartó. Al contrario, le cubrió la mano con la suya y le dio un ligero apretón.
— Desde ese día en adelante, Jasón me consideró su hermano, e hizo que
los demás me aceptaran. Aunque mi madre y mi padre tenían otros hijos, nunca
había tenido un hermano antes.
Louis sonrió.
— ¿Qué ocurrió después?
El bíceps se contrajo bajo su mano.
— Decidimos aunar fuerzas para conseguir lo que necesitábamos. Él distraía
a la gente y yo robaba; así, si nos pillaban, yo me llevaba los golpes.
¿Por qué? Tenía Louis en la punta de la lengua, pero se la mordió. En el
fondo, conocía la respuesta: Harry estaba protegiendo a su hermano.
— El tiempo fue pasando —continuó él—, y noté que su padre salía
furtivamente del pueblo para observarlo de lejos. El amor y el orgullo en su rostro
eran algo indescriptible. Su madre hacía lo mismo. Se suponía que debíamos
apañárnoslas para conseguir comida, pero algunos días, Jasón encontraba cosas
que sus padres le habían dejado. Pan fresco, langosta asada, una jarra de leche… y a veces, dinero.
— Qué tierno.
— Sí, lo era; pero cada vez que me daba cuenta de lo que hacían por él, la
realidad me destrozaba. Quería que mis padres sintieran lo mismo por mí. Habría
dado gustoso mi vida porque mi padre me mirara una sola vez sin odio; o porque mi madre se preocupara por mí lo justo para venir a verme. Lo más cerca que he
estado nunca de ella fue en su templo de Thimaria. Solía pasar horas contemplando su estatua, y preguntándome si era así realmente. Preguntándome si pensaba alguna vez en mí.
Louis se sentó tras él, lo abrazó por la cintura y puso la barbilla sobre su
hombro.
— ¿Nunca viste a tu madre cuando eras pequeño?
Él le rodeó los brazos con los suyos y echó la cabeza hacia atrás, hasta
dejarla reposar sobre el hombro de Louis. Louis sonrió ante el gesto. Aunque
estuviese tenso y nervioso, le estaba confiando cosas que jamás había compartido
con otra persona.
Y saberlo le proporcionaba una sensación de increíble intimidad.
— No la he visto nunca —confesó en voz baja—. Me enviaba a otros, pero
ella jamás se ha presentado ante mí. Sin importar lo mucho que le implorara,
siempre se negaba. Después de un tiempo, dejé de pedírselo. Y al final, también
dejé de entrar en sus templos.
Louis le plantó un beso tierno en el hombro. ¿Cómo podía su madre haberlo
ignorado? ¿Cómo podía ser capaz una madre de no atender el ruego de un hijo?
Pensaba en sus propios padres. En el amor y la ternura que le habían
prodigado. Y, por primera vez, después de tantos años, se dijo que sus sentimientos con respecto a su trágica muerte estaban totalmente equivocados. Siempre había pensado que habría sido mucho mejor no conocer su cariño para no perderlo de modo tan cruel.
Pero no era así. Aunque los recuerdos de su infancia y de sus padres eran
agridulces, lo reconfortaban.
Harry no había conocido nunca la ternura de un abrazo. La seguridad de
saber que, hiciese lo que hiciese, sus padres siempre estarían allí.
No podía imaginar cómo habría sido crecer del modo que él lo hizo.
— Pero tenías a Jasón —le susurró, preguntándose si habría sido suficiente
para él.
— Sí. Tras la muerte de mi padre, cuando yo tenía catorce años, Jasón fue lo
bastante amable como para dejarme ir a su casa cuando nos daban permiso. Fue en una de esas visitas cuando vi por primera vez a Penélope.
Louis sintió una pequeña punzada de celos al escuchar el nombre de su
esposa.
— Era tan hermosa… —murmuró él— y estaba prometida a Jasón.
Louis se quedó paralizado ante sus palabras.
¡Oh! La cosa no iba bien.
— Peor aún —le dijo acariciándole el brazo con suavidad—, estaba
enamorada de él. Cada vez que íbamos de permiso, se arrojaba en brazos de Jasón para besarlo. Le decía lo mucho que significaba para ella. Cuando nos
marchábamos, le pedía en voz baja que tuviese cuidado, y le dejaba comida para
que la encontrase.
Harry se detuvo mientras recordaba la imagen de Jasón cuando volvía a los
barracones con los regalos de Penélope.
«Algún día te casarás, Harry» decía su amigo mientras hacía gala de los
obsequios «pero jamás tendrás una esposa como la mía para calentarte la cama.»
Aunque su amigo no lo dijese, Harry conocía el motivo de que hablara así.
Ningún padre responsable entregaría a su hija en matrimonio a un hombre
desheredado, sin familia que lo reconociese.
Cada vez que su amigo pronunciaba esas palabras, su alma se hacía
pedazos. Había ocasiones en las que sospechaba que Jasón echaba sal en sus
heridas debido a los celos. Penélope lo miraba más de la cuenta cuando pensaba
que su prometido no lo notaba. Puede que él tuviese su corazón, pero al igual que el resto de las mujeres, ella se lo comía con los ojos cada vez que estaba cerca.
Por ese motivo Jasón dejó de invitarlo a su casa. Y que le prohibieran
regresar al único hogar que había conocido, acabó por destrozarlo.
— Debería haber dejado que se casaran —siguió Harry, mientras pasaba el
brazo por la cabeza de Louis y enterraba el rostro en su cuello para inhalar el dulce aroma de su piel—. Entonces lo sabía, pero no podía soportarlo. Año tras año, vería cómo ella lo amaba. Vería cómo su familia lo adoraba, mientras yo no tenía un hogar donde acudir.
— ¿Por qué? —preguntó Louis—. Has dicho que tenías hermanos, ¿no te
habrían dejado quedarte con ellos?
Él negó con la cabeza.
— Los hijos de mi padre me odiaban a muerte. Su madre me habría permitido
quedarme con ellos, pero me negaba a pagar el precio que pedía a cambio. No tenía nada en aquellos días, excepto mi dignidad.
— Ahora también la tienes —murmuró Louis, abrazándolo con más fuerza por
la cintura—. He sido testigo de ella.
Soltándolo, dejó pasar sus palabras y tensó la mandíbula.
— ¿Qué le ocurrió a Jasón? —siguió Louis. Quería que siguiera hablando
mientras estuviese de humor—. ¿Murió en combate?
Él soltó una amarga carcajada.
— No. Cuando fuimos lo suficientemente mayores para unirnos al ejército, lo
mantuve a salvo en el campo de batalla. Había prometido a Penélope y a su familia que no permitiría que le ocurriese nada.
Louis sintió el corazón de Harry latiendo con rapidez bajo sus brazos.
— Según pasaban los años, pronunciaban mi nombre con temor y respeto.
Mis victorias se convertían en leyenda, y se contaban una y otra vez. Cuando
regresaba a Thimaria, acababa durmiendo en la calle, o en la cama de cualquier
mujer que me abriese la puerta para pasar la noche. De ese modo pasaba el tiempo hasta que regresaba a la batalla.
A Louis le escocían los ojos por las lágrimas; la voz de Harry estaba cargada
de dolor. ¿Cómo podían haberlo tratado así?
— ¿Qué pasó para que cambiaran las cosas? —le preguntó.
Él suspiró.
— Una noche, mientras buscaba un lugar para dormir, me tropecé con ellos
dos en la calle. Estaban abrazándose como dos enamorados. Me disculpé
rápidamente pero, al alejarme, escuché a Jasón hablando con Penélope.
Todo su cuerpo se puso rígido entre los brazos de Louis y el corazón
comenzó a latirle con más rapidez.
— ¿Qué dijo? —le urgió Louis.
Los ojos de Harry adoptaron una mirada sombría.
— Ella le preguntó que por qué nunca me quedaba en casa de mis hermanos.
Jasón se rió y le contestó: «Nadie quiere a Harry. Es el hijo de Afrodita, la Diosa del Amor, y ni siquiera ella soporta estar cerca de él. »
Louis fue incapaz de respirar mientras escuchaba las crueles palabras. Se
imaginó cómo debió sentirse Harry al oírlas.
Harry tomó aire con brusquedad.
— Le había guardado las espaldas más veces de las que podía recordar. Me
habían herido en batalla en incontables ocasiones por protegerlo, incluyendo una
vez en la que una lanza me atravesó el costado. Y allí estaba él, burlándose de mí. No pude soportar la injusticia. Había creído que éramos hermanos. Y supongo que, al final, lo fuimos, ya que me trató del mismo modo que el resto de mi familia. Yo siempre había sido un hijastro bastardo. Solo y repudiado. No entendía por qué él tenía tantas personas que lo querían y yo no tenía a nadie.
» Herido y enfadado por sus palabras, hice lo que jamás debería haber hecho:
invocar a Eros.
Louis podía imaginarse fácilmente lo que había ocurrido.
— Hizo que Penélope se enamorara de ti.
Harry asintió.
— Disparó a Jasón con una flecha de plomo que mató su amor por Penélope,
y a ella le disparó con una de oro para que se enamorara de mí. Se suponía que
todo debía acabar ahí pero…
Meciéndolo con suavidad entre sus brazos, Louis aguardó a que encontrase
las palabras exactas.
— Tardé dos años en convencer a su padre para que le permitiera casarse
con un bastardo desheredado, sin influencias familiares. Para entonces, mi leyenda había aumentado y había sido ascendido. Finalmente logré acumular riquezas suficientes para hacer que Penélope viviese como una reina. Y, en lo que se refería a ella, no reparé en gastos. Teníamos jardines, esclavos y todo lo que se le antojaba. Le di libertad e independencia, como jamás tuvo ninguna otra mujer de la época.
— ¿Pero no era suficiente?
Él negó con la cabeza.
— Yo necesitaba algo más y sabía que le ocurría algo. Aun antes de que Eros
interviniese, siempre fue excesivamente vehemente. Dependía de Jasón de un
modo prohibido para las espartanas y, en una ocasión en que fue herido, se afeitó
totalmente la cabeza como muestra de su dolor.
» Más tarde, una vez Eros disparó sus flechas, Penélope pasaba por largos
periodos de depresión, o de furia. Yo hacía todo lo que podía por ella, e intentaba
que fuese feliz.
Louis le acarició el pelo mientras lo escuchaba.
— Decía que me quería, pero yo percibía que no se interesaba por mí del
mismo modo que lo había hecho por Jasón. Me entregaba su cuerpo de forma
generosa, pero no había verdadera pasión en sus caricias. Lo supe desde la primera vez que la besé.
» Intenté engañarme a mí mismo, diciéndome que no importaba. Muy pocos
hombres, en aquel entonces, hallaban el amor en el matrimonio. Además, me
ausentaba durante meses, a veces, incluso años, mientras dirigía mi ejército. Pero al final, supongo que me parezco demasiado a mi madre, porque siempre anhelé más.
Louis sufría enormemente por él.
— Y entonces llegó el día en que Eros también me traicionó.
— ¿Te traicionó?, ¿cómo? —preguntó ansioso, sabiendo que ése era el
origen de la maldición.
— Él y Príapo estuvieron bebiendo la noche posterior a que yo matara a Livio.
Eros, borracho, le contó lo que había hecho por mí. Tan pronto como Príapo
escuchó la historia, supo cómo vengarse.
» Fue al Inframundo y cogió agua de la Laguna de la Memoria para
ofrecérsela a Jasón. Y en cuanto tocó sus labios, recordó su amor por Penélope.
Príapo le contó lo que yo había hecho y le entregó más agua para que se la diera a beber a ella.
Harry sentía cómo sus labios articulaban las palabras, pero perdió el control
de la narración. En lugar de intentar pensar en lo que iba a contar, cerró los ojos y
revivió aquél aciago día.
Acababa de entrar en la casa procedente de los establos, cuando vio a
Penélope y a Jasón en el atrio. Besándose.
Atónito, se detuvo a mitad de camino, mientras una oleada de nerviosismo se
apoderaba de él al comprobar la pasión de aquel abrazo.
Hasta que Jasón alzó la mirada y lo vio en la puerta.
En el instante en que sus ojos se encontraron, Jasón curvó los labios.
— ¡Ladrón despreciable! Príapo me contó tu traición. ¿Cómo pudiste?
Con el rostro desfigurado por el odio, Penélope se abalanzó sobre Harry y lo
abofeteó.
— Asqueroso bastardo, te mataría por lo que has hecho.
— Yo lo mataré —gritó Jasón mientras desenvainaba su espada.
Harry intentó apartar a Penélope, pero ella se negó.
— ¡Por todos los dioses! He dado a luz a tus hijos —dijo mientras intentaba
arañarle la cara.
Harry la sostuvo por las muñecas.
— Penélope, yo…
— ¡No me toques! —le gritó zafándose de sus manos—. Me das asco.
¿Crees que una mujer decente iba a quererte a la luz del día? Eres despreciable.
Repulsivo.
Se apartó de él y se acercó a Jasón.
— Córtale la cabeza. Quiero bañarme en su sangre hasta borrar el rastro de
su olor en mi piel.
Jasón blandió la espada.
Harry dio un salto hacia atrás, poniéndose fuera del alcance del arma.
De forma instintiva, buscó su propia espada, pero se detuvo. Lo último que
deseaba era derramar la sangre de Jasón.
— No quiero luchar contigo.
— ¿Que no? ¡Violaste a mi mujer y le hiciste llevar tu simiente, cuando
deberían haber sido mis hijos a los que diese a luz! Te recibí en mi hogar con los
brazos abiertos. Te di una cama cuando nadie te quería cerca, ¿y así me pagas?
Harry lo miró con incredulidad.
— ¿Te pago? ¿Tienes la más mínima idea de las ocasiones en las que te he
salvado la vida durante las batallas? ¿De cuantas palizas me han dado en tu lugar? ¿Puedes siquiera contarlas? Y te atreviste a burlarte de mí.
Jasón se rió cruelmente.
— Todos, excepto Liam, se burlaban de ti, idiota. De hecho, era el único que
te defendía, con tanto empeño que a veces me hacía plantearme qué haríais juntos cuando estabais a solas.
Suprimiendo la ira que le habría dejado totalmente expuesto y vulnerable al
ataque de Jasón, se agachó para esquivar la siguiente estocada.
— Déjalo, Jasón. No me obligues a hacer algo de lo que los dos nos
arrepentiríamos más tarde.
— De lo único que me arrepiento es de haber dado cabida a un ladrón en mi
casa —bramó Jasón con ira, alzando la espada de nuevo.
Harry intentó agacharse, pero Penélope se acercó hasta él por detrás y le
propinó un empujón.
La espada de Jasón le dio en las costillas. Siseando de dolor, Harry sacó su
propia espada y la blandió de tal modo que habría dejado a su amigo sin cabeza si
le hubiese alcanzado.
Jasón intentó alcanzarlo, pero Harry se limitó a defenderse mientras intentaba
alejar a Penélope del alcance de las espadas.
— No lo hagas, Jasón. Sabes que tu habilidad con la espada es inferior a la
mía.
Su amigo intensificó el ataque.
— No voy a dejar que sigas con ella, de ningún modo.
Los siguientes segundos se sucedieron con inusual rapidez, pero aún así,
Harry veía pasar la imagen por su cabeza con diáfana nitidez.
Penélope lo agarró del brazo libre al mismo tiempo que Jasón atacaba. La
espada no hirió a Harry de milagro tras el empujón que le dio su esposa. Totalmente desequilibrado, intentó liberarse de Penélope, pero con ella en medio, lo que consiguió fue tropezarse hacia delante, a la vez que Jasón avanzaba hacia ellos.
En el instante en que chocaron, sintió cómo su espada se hundía en el cuerpo
de su amigo.
— ¡No! —gritó Harry, extrayendo la hoja del vientre de Jasón mientras
Penélope dejaba escapar un atormentado chillido de angustia.
Lentamente, Jasón cayó al suelo.
Arrodillándose, Harry arrojó su espada a un lado y cogió a su amigo.
— ¡Dioses del Olimpo!, ¿qué habéis hecho?
Escupiendo sangre y tosiendo, Jasón le lanzó una mirada acusadora.
— Yo no hice nada. Fuiste tú el que me traicionó. Éramos hermanos y me
robaste el corazón.
Jasón tragó dolorosamente mientras sus pálidos ojos atravesaban a Harry.
— Jamás tuviste nada que no robaras antes.
Harry comenzó a temblar, consumido por la culpa y la agonía. Jamás había
tenido intención de que sucediera algo así. Nunca había querido que alguien saliese herido, y menos aún Jasón. Lo único que deseaba era alguien que le amara. Sólo quería un hogar donde fuese bienvenido.
Pero Jasón tenía razón. Él era el único culpable. De todo.
Los chillidos de Penélope resonaban en sus oídos. Lo agarró del pelo y
comenzó a tirar con todas sus fuerzas. Con una mirada salvaje, sacó la daga que
Harry llevaba en el cinturón.
— ¡Te quiero muerto! ¡Muerto!
Le hundió la daga en el brazo, y volvió a sacarla para atacar de nuevo. Él la
agarró a tiempo.
Con un fuerte tirón, se deshizo de él y se apartó.
— No —le dijo con una mirada desencajada—. Quiero que sufras. Me quitaste
lo que más quería. Ahora yo haré lo mismo contigo —y salió corriendo.
Abrumado por el dolor y la furia, Harry no pudo moverse mientras veía como
la vida abandonaba el cuerpo de su amigo.
Entonces, las palabras de su esposa se filtraron entre la neblina que
confundía su mente.
— ¡No! —rugió mientras se ponía en pie—. ¡No lo hagas!
Llegó a la puerta de los aposentos de Penélope a tiempo para escuchar los
gritos de los niños. Con el corazón en un puño, intentó abrirla pero ella la había
atrancado desde dentro.
Cuando logró abrirla, era demasiado tarde.
Demasiado tarde…
Harry se llevó las manos a la cara, presionándose con fuerza los ojos,
mientras el horror de lo sucedido aquel día lo inundaba de nuevo; pero ahora sentía las caricias de Louis en la espalda, y se sentía reconfortado.
Jamás sería capaz de olvidar la imagen de sus hijos, el miedo en el corazón.
La agonía más absoluta.
Lo único que había amado en el mundo eran sus hijos.
Y sólo ellos lo habían amado.
¿Por qué? ¿Por qué tuvieron que sufrir a causa de sus errores? ¿Por qué
tuvo Príapo que torturarlo haciendo que ellos sufrieran?
¿Y cómo pudo permitir Afrodita que todo aquello sucediese? Una cosa era
que no le hiciese caso a él, pero dejar que sus hijos murieran…
Por eso fue aquel día a su templo. Había planeado matar a Príapo. Arrancarle
la cabeza de los hombros y clavarla en una lanza.
— ¿Qué ocurrió? —le preguntó Louis, devolviéndolo al presente.
— Cuando entré en la habitación era demasiado tarde —dijo con la garganta
casi cerrada por el dolor—. Nuestros hijos estaban muertos; su propia madre los
había asesinado. Penélope se había abierto las muñecas y yacía junto a ellos.
Llamé a un médico para que intentara detener la hemorragia —entonces hizo una
pausa—. Mientras exhalaba su último aliento, me escupió a la cara.
Louis cerró los ojos, consumido por el dolor de Harry. Era peor de lo que
había imaginado.
¡Santo Dios! ¿Cómo había sobrevivido?
Había escuchado numerosos relatos de tragedias a lo largo de su vida, pero
ninguno podía compararse con lo que Harry había sufrido. Y lo pasó él solo, sin
nadie que lo ayudara. Sin nadie que lo amara.
— Lo siento tanto —susurró Louis acariciándole el pecho para consolarlo.
— Aún no puedo creer que estén muertos —murmuró él con la voz rota de
dolor—. Me preguntaste qué hacía mientras estaba en el libro. Recordar las caras de mis hijos; de mi hijo y de mi hija. Recordar sus bracitos alrededor de mi cuello.
Recordar cómo salían corriendo a mi encuentro cada vez que regresaba a casa,
después de una campaña. Y revivir cada uno de los momentos de ese día,
deseando haber hecho algo para salvarlos.
Louis parpadeó para alejar las lágrimas. No era de extrañar que jamás
hubiese hablado a nadie de eso.
Harry tomó una profunda bocanada de aire.
— Los dioses ni siquiera me conceden caer en la locura para poder escapar a
mis recuerdos. No se me permite semejante alivio.
Después de esas palabras, no volvió a hablar. Se limitó a quedarse inmóvil
entre los brazos de Louis.
Sorprendido por su fortaleza, estuvo sentado tras Harry durante horas,
abrazándolo. No sabía qué más podía hacer.
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el dios de lo placentero /LS
Hayran KurguHistoria Larry El protagonista de la historia es un joven poderoso y deseado por todas las mujeres y hombres, bendecido por los dioses y con habilidades excepcionales. Sin embargo, está condenado a nunca encontrar la satisfacción y solo puede prop...