11.LOBO NEGRO

38 8 2
                                    


Taemin  tenía pecas.
Cinco sobre su nariz, justo en medio de sus ojos. Su piel lucía suave y las pestañas que poseía eran largas y algo rizadas en los costados. Sus labios eran delgados y su nariz perfilada era realmente parecida al resultado de una operación. Tenía un cuello  delgado, Minho  sentía que con una sola mano la rodearía. Incluso con ello resultaba lindo en una forma extraña.
Minho  observaba cada aspecto pequeño de Taemin . Porque a media noche se cansó de vagar por el bosque y caminó en dirección a las cabañas. Solo que al momento de querer entrar a su habitación, el hecho de poder toparse con Mark hacía que su sangre hirviera. Por eso se coló por la ventana de la cabaña de Taemin , porque con él se sentía en casa.
Y antes de intentar dormir en la esquina más alejada. Minho  se detuvo a observar el rostro dormido de Taemin . Lo veía hermoso y eso le hacía cuestionarse una vez más la razón de gustarle. Taemin  era hermoso a su manera, tenía la belleza de varios otros felinos, pero su alma era bondadosa como ningún otro. Eso lo hacía alguien simplemente perfecto, a ojos de Minho . Y era un problema porque no podía tomar algo tan bello como Taemin , Minho  no se sentía merecedor de ello.
De pronto el fantasma de todos sus errores llegaron a atormentarlo una vez más. Arrinconándolo en el lado más oscuro de aquella habitación, lo más lejos de Taemin . Minho  solo bajó la vista a sus manos y ahí, en sus dedos, estaba su pasado. La sangre escurriendo y tiñiendo sus uñas mientras a los lejos los gritos de la única persona que antes amó resonaban, perforando su alma, lastimando su corazón.
Hace años, justo cuando los lobos grises atacaron a la manada de lobos negros, su familia agonizaba en pobreza. La guerra solo fue una última gota que hizo que la copa rebasara, y solo su familia pareció pagar el precio de aquella disputa. Porque la noche en la que su hogar fue prendida en llamas, Minho , con cinco o seis años, veía desde su ventana el caos.
Y el doloroso recuerdo seguía ahí. Con la imagen de sus padres. Su madre tan preocupada por él, como siempre. Ella intentó darle tanto amor como le fuese posible, pero en ese punto ya no podía darle seguridad. Aquella noche, con los gritos tras su puerta. La loba tomó la decisión más difícil de cualquier madre. Ella necesitaba salvar a su hijo, sin importar su propia muerte.
Quizá esa noche quiso aliviar un poco el calor de la guerra. Pero Minho  todavía sentía la nieve cubrir su pelaje negro.
Su madre le rogó infinitas veces que no volviera a su forma humana, que era más ágil siendo un lobo y que quizá de esa forma podría correr más lejos que ella. Porque la loba tenía las piernas quemadas por la hazaña de escapar de aquel infierno que se había vuelto la manada. Los demás lobos negros no quisieron ayudarlos, por eso solo su madre se hizo con él y corrió hasta escapar.
Pero la mujer estaba completamente débil. El dolor la consumía cada vez un poco más. Ella sabía perfectamente que no iba a llegar lejos, que así ocurriese un milagro, no llegaría al próximo día. Y por eso, con lágrimas en los ojos y coraje en su noble alma le pidió a su cachorro correr. Que corra tan lejos como pudiese. Que no se detuviese a voltear a verla, que no vuelva a aquel lugar por nada del mundo. Entre la nieve de aquella noche ella le imploró una sola cosa.
Vive”
El pequeño cachorro de pelaje negro corrió tan lejos como sus diminutas patitas le permitieron. No se detuvo a comer ni a beber, solo se limitó a avanzar. Kilómetros en los que ni una sola alma se atrevió a prestarle ayuda. Donde el lobo todavía sentía la tristeza de dejar a alguien atrás. Porque él presentía lo que iba a pasar y temía por el alma de su madre. Rogaba su vida para reencontrarse en el futuro. Pero muy dentro de su corazón sabía que era imposible. Que aquella mujer le había dado lo último de vida que tenía.
En medio de una noche lluviosa, el cachorro decidió ya no poder seguir avanzando. Las garras de sus patas estaban quebradas y las astillas habían perforado ya su piel por completo. No tenía el tiempo que se mantuvo corriendo, pero el hambre y sed lo lanzaron a un estado crítico, en medio de un lugar en el que nunca debió parar.
Se detuvo a descansar en las graderías de una casa que tenía aroma a chocolate caliente y pollo frito. El estómago le imploró detenerse y sus patas simplemente cedieron a su cansancio. Esa noche solo durmió, acurrucado en el asfalto de la entrada de aquella lujosa casa.
A la mañana siguiente, un hombre de gran edad y traje pulcro lo despertó.
El pequeño cachorro despertó en un lugar diferente. Había una cama bajo su cuerpo y comida a su lado. Lloró. La felicidad nubló su vista y la comida le supo exquisita porque hace tanto que no probó bocado. Sin embargo anhelaba a su madre para que compartiera aquel momento de gloria a su lado.
Su hospedador era un humano. Un hombre viejo que tenía una gran empresa de grandes riquezas. El cachorro había ido a parar a una mansión de grandes habitaciones y múltiples trabajadores.
El pequeño lobo negro le tomó confianza demasiado rápido a aquel humano.
Dos días después, el humano le pidió quedarse, pero con una sola condición. Le ofreció un hogar, comida y todo lo necesario a cambio de una petición “no volver a su forma humana”. Porque el humano necesitaba un perro de combate, porque le gustaba esa clase de apuestas en las que el único que salía lastimado era un animal y no el humano. El hombre vio en aquel cambia formas una oportunidad de siempre ganar. Porque un animal se guiaba por instinto mientras un cambia formas usaba el instinto y la inteligencia. Con él ganaría cada batalla.
El pequeño cachorro nunca vio la maldad en aquellos ojos, y tampoco adivinó su futuro en aquellas manos. Por eso aceptó y se quedó como un lobo que a esa edad ya tenía la estatura de un perro promedio. El pequeño lobo negro nunca más volvió a tomar su forma humana e incluso olvidó la forma de esta. Vendió su humanidad por un poco de comida y un techo.
Los primeros dos años fue pura felicidad. El recuerdo de su madre iba a visitarlo en las noches, pero lo que restaba del día eran sonrisas y gran cariño por parte de aquel humano. El viejo hombre nunca le puso un nombre, se refería a él con adjetivos que el lobo nunca supo descifrar, pero a los que respondía adecuadamente. Como un perfecto perro de casa.
Luego, un día de verano, cuando el hijo del hombre llegó a visitar su casa, el pequeño cachorro vio su futuro teñirse de pura y lamentable tristeza. Kai, el hijo del hombre que le dio un hogar, tomó una cadena y la ató al lobo. Lo que parecía un simple paseo matutino se convirtió en un presagio de su propio sufrimiento.
A donde lo llevó Kai le enseñaron su futuro. Le dieron un collar con púas en todos lados y le pusieron un bozal que le incomodaba. Sin embargo no se quejó ni intentó escapar, porque le debía aquello al humano que le dio un hogar por dos años enteros. Esa primera visita fue solo una vista.
Ahí el cachorro de lobo negro observó la pelea entre animales. Vio su propio futuro.
Kai lo dejó en aquel lugar por una semana entera. Cada día al despertar escuchaba los quejidos de otros animales y en las noches veía las peleas sangrientas que lastimaban su joven corazón. No se quejó ni una vez y tampoco se atrevió a romper la promesa que hizo de no volver a  tomar su forma humana.
Después de una semana lo liberaron en un pequeño espacio de pelea donde le esperaba otro lobo, casi de su tamaño.
El lobo negro retrocedió hasta que su lomo tocó el extremo más alejado, pero un golpe en su cabeza lo obligó a volver al campo de pelea donde el otro animal de pelaje gris le acechaba, como a su próxima comida. Esa noche el lobo negro se armó de resentimiento hacia los lobos grises que le quitaron a su madre, y desquitó todo ello en aquel inocente animal que nunca más volvió a ver. El cachorro tampoco pudo dormir durante tres semanas al sentirse culpable de aquellos actos.
Con la segunda pelea, perdió un poco más su humanidad y se acercó tanto como fuese posible a su lobo, para no sentir tanta culpa. Porque en las noches sentía los fantasmas de aquellos animales a su alrededor, atormentándolo. Veía sus patas manchadas de sangre.
El viejo hombre que lo acogió hacia tanto, apareció una noche en su habitación. El humano se recargó en la puerta y le reclamó todos los años en los que lo mantuvo, en los que le dio comida. Le aclaró que le debía una gran deuda y que no podía irse de aquel lugar nunca más. El ya joven lobo negro solo bajó la cabeza y aceptó, porque su gratitud era demasiada.
De una pelea cada fin de mes pasó a una cada semana y con grandes contrincantes que cada vez le superaban en tamaño. Sin embargo el joven lobo nunca más se atrevió a arrebatar una vida. Encontró la mejor forma de ser el ganador sin matar. Y quizá salían lastimados por un largo tiempo, pero el lobo negro se aseguraba su sobrevivencia.
La mayoría de sus víctimas eran abandonadas al momento en el que sus amos los veían inservibles. Entonces un plus más a aquello era darles libertad a sus contrincantes, porque quizá no volverían a pelear pero obtendrían su libertad, algo con lo que él solo aprendió a soñar.
Cada noche, debía asegurarse de ganar, porque de esa forma conseguía la libertad para su contrincante y un poco de paz para su alma. Cada noche, antes de dormir pedía perdón por lastimar a los demás y le pedía a su madre que siguiera cuidando de él.
Su vida se pintó de un mejor color cuando el viejo hombre que le dio un hogar murió. El humano, después de donar todo a su hijo, Kai, le dio un contrato de libertad. Debía servir a su hijo durante unos cuantos años más antes de conseguir lo que anhelaba. Kai aceptó los términos y le prometió aceptar el contrato, porque Kai parecía tener piedad de aquel lobo negro.
La misma noche de aquella muerte. Kai lo sacó de su habitación y lo llevó hasta una subasta clandestina. El joven lobo vio a los suyos ser vendidos como carne fresca. Cambia formas de todo tipo eran expuestos en su forma humana, en completa desnudez y con su ser salvaje controlado. Ahí conoció un poco de luz.
Kai compró a una guepardo de nieve. Ella era realmente hermosa. El joven lobo negro, quien todavía carecía de un nombre, quedó encantado por ella. Porque veía en aquellos ojos celestes, libertad y picardía. Algo que solo los felinos podían tener y que, sin embargo, desapareció después de una semana en el hogar de Kai.
Su nombre era Mía, su largo cabello blanco rozaba su cintura diminuta y sus grandes ojos celestes atrapaban a cualquiera. Ella pronto empezó a ser la luz del lobo negro. Mía se convirtió en su deseo de libertad, ella se volvió su todo.
Y quizá pensó que ella sentía lo mismo porque en las noches, después de que todos se hubiesen dormido, ella se escabullía a su habitación y se acurrucaba a su lado. Mía solía dormir con su cabeza apoyada en su lomo y el lobo negro agradecía su compañía cada vez un poco más. Porque los fantasmas que antes lo atormentaban dejaron de aparecer a su lado. La felicidad estaba junto a él y solo agradecía.
Un nuevo periodo de problemas llegó a aquella casa con un nuevo integrante. Kai una noche apareció con un rubio a su lado. Aquellos ojos verdes le indicaban al lobo negro que no era de fiar. Sin embargo también sintió un poco de alivio al saber que no sería el único en pelear aquellas batallas injustas y crueles. Pensó tener un compañero de batalla, pero se equivocó.
Aquel rubio de ojos verdes solo llevó más problemas.
Porque Kai le quitó su habitación para dársela al rubio. El lobo negro pronto se vio dormir en aquella diminuta jaula sucia a la que no llegaba el sol. Y no solo eso. También le quitó lo poco de estima que había ganado de Kai. Porque el humano empezó a preferir al rubio.
Días después supo la razón de aquel beneficio para el recién llegado. La información fue a él por Mía quien entre sonrisas le dijo que el nuevo de nombre Mark pasaba cada noche con Kai. Que la intimidad entre Mark y Kai se veía fuerte y casi permanente. Mía creyó por un momento que parte de su sufrimiento fue arreglado por el nuevo, porque Kai nunca más la llamó.
El lobo negro debió suponer que el rubio era problema tras problema. Los lobos siempre habían sido territoriales y Mark no iba a ser la diferencia. Algo que quedó claro la noche en la que Mía se vistió con sus mejores ropas para animar la batalla de aquella jornada.
La observó varias horas desde su jaula. Mía lucía tan libre incluso con aquella cadena y collar cubriendo su cuello. Ella lucía como un ángel que el lobo negro quería atrapar, pero que temía hacerlo porque no quería arruinar su alma libre con la sangre que corría por sus patas.
Aquella noche solo fue una muestra de que los humanos no poseían fidelidad. Y quizá eso fue el detonante de todo. Porque el lobo negro vio a Mark teñirse de ira cuando Kai llamó a Mía para que fuese su compañía nocturna. Notó solo maldad en el rubio y solo se limitó a sospechar pues la jaula lo mantenía cautivo. Casi prisionero. No tenía libertad, ni siquiera tenía albedrío.
Esa fue la primera noche que Mark le dirigió la palabra. Y no de la manera más amable que pudiese haberse imaginado. Mark le reclamó no haber mantenido a Mía a su lado. Porque el rubio veía sus beneficios siendo amenazados por Mía. Él se mantuvo tranquilo todo aquel tiempo porque Kai nunca se atrevió a hacerle pelear, ni combatir. Mark le dio cada noche su cuerpo a cambio de no entrar a aquel campo de batalla. Y creyó haber conseguido su trono de oro a lado del humano, solo que se vio amenazado por la guepardo blanco.
Por eso Mark pensó toda la noche. Su mente ideó cada posibilidad para volver a ser el único para Kai, porque sabía que si tenía al humano entonces su vida lujosa estaría asegurada. No le importaba lastimar a alguien más en el proceso. El rubio tenía una meta y había aprendido a hacer hasta lo último para completarla.
Contrario a cualquier pronóstico, el lobo negro no vio rencor en los ojos de Mark cada que se acercaba a Mía. El rubio la trataba con amabilidad y hasta cariño. Ambos parecían hermanos de años y Mía con el tiempo aprendió a confiar completamente en él. Tal vez la bondad de Mark engañó a todos por completo.
“—No bajes la guardia con Mark —escuchó a Kai decirle un día. El humano tenía un poco de temor en los ojos pero cierto brillo entremezclándose en los mismos—, si ves algún indicio de traición, te doy el permiso de matarlo. Conseguí a Mark en una pelea callejera, él abandonó a su hermano para venir conmigo. Incluso en el auto, no volteó a verlo ni siquiera una vez. No es de confianza”.
Con ello fue suficiente para mantenerse alerta. El lobo negro intentaba pasar la mayor parte del tiempo con Mía. Alejándola de Mark. Solo que la tarea le fue difícil porque una jaula lo mantenía prisionero la mayor parte del día y en su forma animal no podía hablar. Incluso creía que Mía le veía como una mascota más de aquella casa.
Su próxima pelea causó un infierno. Porque mientras el lobo negro peleaba con algún animal el doble de su tamaño, al otro lado del club, Mía era acosada por un hombre de gran tamaño y la glotonería evidente en su enorme estómago. Ella parecía llamarlo con la mirada cada que sus ojos se encontraban. Mía lucía con tanto miedo que el lobo negro salió de su propia batalla para ir a su rescate.
Quizá fue el miedo de ella, o la adrenalina de su anterior pelea, pero el lobo negro no mantuvo a raya su fuerza. El joven lobo no pudo detenerse ni siquiera con los gritos de ella pidiéndole que se detenga. No paró incluso con los golpes que uno de los hombres de Kai le lanzaba. Simplemente no se detuvo.
El humano de gran tamaño y peso murió aquel día. Y el lobo negro no sintió culpa, no hasta ver el miedo en los ojos de Mía. No hasta que al momento de querer acercarse a ella y ver si estaba bien, Mía retrocedió y se abrazó a sí misma, pidiéndole piedad con la mirada.
Ella parecía creer que el lobo negro iba a atacarla y matarla de la misma forma que hizo con aquel humano. Y el lobo negro no pudo ignorar el reflejo de su imagen que veía en uno de los espejos de decoración del lugar. Sus colmillos llenos de sangre al igual que sus garras, y en sus ojos ya no había aquel rastro de humanidad que tanto protegió.
“Es una bestia” escuchó de uno de los invitados de aquel lugar. Entonces comprendió que era de esa forma que todos le veían. Aquella imagen que veía en el espejo era su verdadera forma. Se creyó a sí mismo como todos los demás le veían. Una bestia más.
Mía no volvió a su celda durante dos semanas. Incluso cuando se la cruzaba en los pasillos, ella corría lejos de él y el lobo negro comprendió que en aquellos ojos celestes nunca hubo amor. Que aquel sentimiento que era su luz, era unilateral. Quizá eso le dolió un poco más.
Pero vio resurgir aquella esperanza una tarde en la que Mía se acercó a su jaula, con un trozo de carne entre sus delicadas manos. Ella lucía apenada y se apoyó en las rejas para empezar a hablarle. Le confesó cada miedo que tuvo, cada momento de su vida que la orilló a llegar hasta ese lugar del que no podía escapar.  Ella se acercó a él porque la jaula que lo mantenía preso le hacía sentir segura. Seguía teniendo miedo pero quería solo compartir su pena.
"—Iba a comprometerme —dijo ella, con una sutil sonrisa y sacando de su bolsillo un pedazo más de carne—. Tenía un prometido que me juró la mejor boda, su nombre era Minho . Cuando salga de todo esto iré con él. Sé que donde sea que esté me espera".
El lobo negro anhelo tanto ser aquel ser. Quiso ser Minho  para así tener a Mía, pero por aquella tarde solo se conformó con su amistad, con su compañía. Solo se conformó con verla a su lado una vez más. Pensó que la antigua amistad de antes volvió. Pensó que Mía y él no volverían a separarse.
Solo que Mark llegó a arruinarlo todo una vez más.
El rubio se aseguraba de dañar el autoestima de Mía y del lobo negro cada noche. Él le recordaba al moreno que era un asesino, que en sus manos corría tanta sangre. Y a Mía le convencía de no confiar en el lobo negro. Que en cualquier momento le iba  a atacarla. Pronto ella cayó en aquella creencia.
Cada que veía sus ojos. El lobo negro encontraba en su mirada miedo, ella lo veía como una bestia y cada que prestaba atención al público veía la misma mirada en todos ellos. Le temían. Y quizá para algunos aquello sería una muestra de superioridad, pero para él era un poco de sufrimiento cada noche, porque una vez más los fantasmas le atormentaban, cada uno de ellos recordándole que en sus manos había sangre, habían vidas. Y quizá el término de “bestia” no fue tan doloroso hasta que Mía se lo dijo.
Cuando el lobo negro quiso acercarse a escucharla como antes. Ella se refirió a él como “bestia” y pasó de él, escapó hasta Mark que simplemente seguía viendo a Mía como un obstáculo para sus comodidades. Mark tomó aquella oportunidad y le dio una gran idea a Mía.
Al próximo día, la guepardo de nieve escapó de la casa.
Él enloqueció, el lobo negro  simplemente decidió romper la puerta de su jaula y salir de la mansión. Escapar e intentar buscar a aquella guepardo que tanto amaba, ella era su única salvación, ella era su todo.
Un año vagó por el lugar, buscándola a ella, percibiendo su aroma durante unos segundos y luego sintiendo como escapaba de él, una vez más. Al final el cansancio hizo que colapsara en una roca enorme.
Si debía describir a Mía diría una sola palabra, suave. Toda su apariencia tenía aquella forma, emanaba tranquilidad, como si estuviese en una enorme pila de hojas suaves. La amaba tanto.
Pero él. Cuando abrió los ojos y vio a un guepardo supo que no siguió el aroma de Mía, supo que se había equivocado, porque recién parecía darse cuenta que aquel guepardo de aroma a chicle compartía un mismo olor con Mía. O quizá a ella la recordaba de aquella manera porque la guepardo siempre estaba en la cocina, robando unos pequeños chicles para saborearlos mientras nadie la veía.
No siguió el rastro de Mía, de hecho nunca lo hizo, simplemente siguió el aroma de aquel guepardo de ojos de diferente color, y no podía decir que aquello no le causó melancolía. Porque aquel guepardo no tenía la bondad de Mía en su mirada, pero si tenía aquel aroma similar.
Por eso quizá cambió a su forma humana cuando el guepardo con heterocromia se lo ordenó. Y cuando lo hizo, cuando sintió estar en sus dos pies humanos entonces la gloria lo recorrió. Porque aquel guepardo también estaba en su forma humana, era realmente hermoso, como si quisiera que el alma de Mía reviviera en alguien más.
Pero se negó a siquiera pensar en él cuando vio en su cuello una marca de propiedad, el guepardo tenía una pareja y por el fuerte aroma que cubría su cuerpo sabía que la pareja del guepardo era tan fuerte o más que él.
Decidió seguirlo hasta estar frente a aquella manada que parecía estar dispuesto a alimentarlo y cuidarlo. Estaba tan hambriento que comió sin siquiera hablar y esa era la razón de que pensaran que había olvidado por completo su lado humano, y aunque casi había ocurrido eso, él decidió seguir de aquel modo, con aquel silencio, dejando que los demás sigan en su mentira.

SHADOW***adaptación 2min**Donde viven las historias. Descúbrelo ahora