La tormenta llevaba ya dos días con sus noches sin detenerse y no había señal alguna de que fuera a cesar en la inmediatez.
La lluvia amainaba durante ratos que alimentaban las vanas esperanzas de un final, pero volvían con mas fuerza en cada ocasión como si desde las alturas se burlaran de quienes contemplaban las gotas caer con amargura.
Lázaro Sombra había tomado refugio bajo el techo de su casucha mientras aguardaba el fin. Las incontables goteras que pronto se formaron entre los huecos de las palmas movidas por los fuertes vientos se habían convertido en su única compañía con su constante repiqueteo sobre el suelo.
Las actividades en el bote habían sido suspendidas con celeridad, pues a la mar había que tenerle un severo respeto cuando el cielo se tornaba gris y los tronidos asomaban entre las nubes. Sumido en aquel estado, solo restaba aguardar a que la tormenta amainara sumergido en el eterno idilio de observar el caer de las gotas en el fango salpicando los charcos que habían tomado forma de a poco en los huecos del terreno.
Al volver la vista del monótono espectáculo hacia el interior de la casucha entrevía a ratos la familiar figura de una silenciosa y antigua compañera que se movía con sigilo por los rincones. Sea lo que fuese estaba cerca, Lázaro Sombra lo sentía en cada fibra de su ser, más no era una sensación enteramente extraña ni tampoco le producía temor alguno. Cada vez que volvía la mirada hacia el sitio donde creyó haberla observado previamente se topaba solo con la constante soledad de aquella su prisión de alma y pensamiento.
La comida que había recibido por parte de María Paz durante su última reunión pronto se agotaría, pero eso no representaba un problema para él. Lázaro Sombra había aceptado el curso del destino y no tenia en mente realizar esfuerzo alguno por alterar lo dictaminado hasta el momento.
Cuando los soldados acudieron poco tiempo después trajeados con enormes y sosos ponchos negruzcos sobre sus uniformes para protegerse del inclemente aguacero, Lázaro Sombra se limitó a observarlos desde la puerta de su hogar mientras hilos de agua corrían entre sus pies hacia la libertad del exterior.
A imperiosos gritos, le ordenaban que tomara lo indispensable para marcharse con ellos hacia una locación más segura tierra adentro. Lázaro Sombra, impasible, respondió que no tenia intenciones de ir a ningún lado.
No tenía planes de moverse de su sitio, aun cuando fuera obligado a hacerlo. Se debatiría con todas las fuerzas que le quedaban en el escuálido cuerpo si acaso intentaban forzarlo a trepar al transporte de tropas que se hallaba detenido entre el lodazal en que se había convertido la senda.
Uno de los soldados, ante la negativa, hizo ademán de acercarse amenazadoramente fusil en mano hacia donde Lázaro Sombra se encontraba, pero fue detenido casi de inmediato por uno de sus superiores.
El militar de mayor rango lo sujetó del brazo con firmeza mientras le ordenaba con tono autoritario desistir de sus esfuerzos. Le lanzó una última mirada a Lázaro Sombra antes de volverse hacia su hombre. Si aquel idiota quería quedarse en medio del acabose no era su problema, le dijo. Tenían que llegar al refugio antes de que el grueso de la fuerza de la tormenta los golpeara y no faltaba mucho para que eso ocurriera. No arriesgarían la vida por un necio pueblerino que se aferraba a lo que estaba ya perdido. Debían cubrir la distancia que los separaba de la seguridad del albergue antes de que los caminos fueran por completo intransitables. Al fin y al cabo, nadie extrañaría a un pobre diablo ignorante que no era capaz de comprender la magnitud de lo que se avecinaba sobre todos ellos.
El soldado se limitó a encogerse de hombros ante sus nuevas órdenes y siguió diligentemente la indicación. Trepó al camión que se alejó al instante con sus enormes ruedas levantando el agua acumulada y un reguero de negro humo brotando del escape en mitad de la lluvia.
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El final de Lázaro Sombra
RomanceLázaro Sombra había caído presa de los encantos mas inocentes con los que se había topado. Había sido víctima del golpe de un amor que ni siquiera lo había tocado, que sin siquiera posar su piel, sus delicadas manos o sus exquisitos labios sobre él...