La tormenta había sido cruel en demasía contra aquel empobrecido rincón de tierra.
La más fuerte jamás registrada en la historia de ese pintoresco sitio frente a las costas del atlántico, de acuerdo con los más eminentes eruditos en la materia. Había arrasado con todo a su paso, casas, palmeras, autos, postes, cables, sembradíos, corrales y animales. La ira de su ataque no discriminó ante nada de lo que tuvo enfrente.
Tiempo después, cuando la calma retornó al destrozado lugar, Jairo Paz padre regresó en una única ocasión en compañía de Jairo Paz hijo para encontrarse con el que alguna vez fue su antiquísimo hogar arrancado de raíz por la inclemencia del viento y el agua. Donde anteriormente se levantaron los muros de tablones solo quedaban los escombros con numerosas hojas de palmas atravesadas en toda su extensión. La vieja camioneta yacía volteada con los neumáticos hacia arriba y con los vidrios completamente rotos entre un revoltijo de tierra y lodo.
En el improvisado puerto, orgullo de la familia por generaciones, el bote se había esfumado para siempre. Quedaban solo los rastros de las amarras no reforzadas durante la precipitada evacuación que se habían desprendido de la madera dejando un hueco donde habían estado sujetos.
Se decía a mudas voces que un puñado de pescadores lo vislumbró solitario en la arena de una caleta cercana y que otro grupo distinto lo reacondicionó lo suficiente para volver a funcionar. Pero Jairo Paz padre jamás volvió a subir en el Luz de Día II ni en ningún otro barco. Dejó la mar en paz, con un creciente respeto por la furia con la que los había atacado, convencido de los designios de Dios al haber soltado tal calamidad sobre ellos.
Con trabajos logró instalar a su familia en el pueblo cercano y gracias a su innegable facilidad de palabra y afable actitud consiguió empleo arreglando cualquier desperfecto que surgiera en los hogares de sus nuevos vecinos. Después del paso de la tormenta, hubo muchas cosas por reparar y Jairo Paz padre no desaprovechó la segunda oportunidad que la vida le había otorgado.
Jairo Paz hijo si volvió a hacerse a la mar tiempo después en una creciente compañía pesquera en donde, gracias a sus trabajadas habilidades, pronto se convirtió en capitán de su propio navío. Contrajo nupcias poco después de su nombramiento con una belleza costeña y tuvieron tres hijos, el mayor de todos por supuesto nombrado Jairo Paz tercero.
María Paz por su lado, crió en silencio y con todo el amor que fue capaz al pequeño Elias Paz en su nueva casa, tal y como había hecho con sus dos hijos anteriores. El lugar era pequeño pero innegablemente confortable y con la temprana salida de Jairo Paz hijo sobró espacio suficiente para todos dentro del sitio.
El pequeño Elías Paz creció alcanzando alturas más allá de las de su padre y sus hermanos y fue el primero de la familia en completar todos los peldaños que la educación básica fue capaz de ofrecerle antes de colocarlo en la disyuntiva de abandonar su hogar para siempre acaso tuviera intenciones de continuar en sus estudios.
Por su parte, ninguna de las autoridades de los diferentes niveles de gobierno de la añosa república hizo una visita al antiguo emplazamiento donde alguna vez Dalila Paz amó a un hombre perdido.
Los militares se tomaron la molestia de brindar solo un par de rondines por la zona después de entregar cantidades previamente establecidas de alimentos a los damnificados para nunca más volver. Los políticos liberaron al poco tiempo un promocional en televisión nacional sobre los voluntariosos actos de su gobierno salvador, enalteciendo su imagen con miras a las siguientes elecciones, pero nunca nadie mas volvió a mencionar palabra de lo ocurrido.
El hijo fruto de la unión entre Dalila Paz y Lázaro Sombra pereció al cabo de unos días de que sus caminos se separaron, aun como un minúsculo cúmulo de células pseudosintientes dentro de la inmaculada matriz de su joven madre.
Los médicos arrastrados desde muy lejos tuvieron la encomienda de revisar a Dalila Paz después de verse obligada debido a profusos sangrados. Los galenos achacaron la pérdida a la desnutrición crónica a la que se había visto sometida a lo largo de su vida y a las precarias condiciones en las que tuvieron que apañárselas después del desastre. No había nada que hacer, dijeron. No había forma de que esa nueva vida prosperara después de tantas penurias.
Pero Dalila Paz no compartía esta manera de pensar. Ella sabía lo que había ocurrido en sus entrañas, con el hijo nonato que amó con todas sus fuerzas desde el momento en que en confidencia con su madre concluyeron que aguardaba en su interior este regalo de los cielos. Su retoño había perecido debido a su tristeza, no había otra respuesta, pues la pena que embargó su corazón fue suficiente como para llevarse consigo una vida y, por caprichos incomprensibles, había sido la de su pequeño la que había tomado en lugar de la suya. Resignada, se había visto forzada a continuar con su andar, sumida en la más profunda de las desesperanzas.
Sin embargo, la historia no concluyo ahí. Dalila Paz se casó en medio de un mar de felicidad años después con un adinerado heredero del pueblo dueño de varias parcelas que quedó prendido de su particular belleza, tal y como muchos otros habían hecho al verla rondando por las calles. Para su desgracia, por más que lo intentaron jamás pudieron conseguir que quedara encinta de nueva cuenta.
Dalila paz nunca lo mencionó, nunca lo expresó abiertamente hacia su esposo quien la quería y la respetaba como siempre se había merecido, pero en las cavilaciones de su mente cuando se entregaba en cuerpo repleto de éxtasis a su compañero, los recuerdos de las efímeras noches que pasó al lado de Lázaro Sombra llenaba los rincones de su mente. Era su rostro el que veía cuando alcanzaba el clímax del momento, era su rostro el que añoraba acariciar aun después de todo y por eso mismo creía que debido a la impureza de su pensamiento los cielos la habían condenado a no ser capaz de concebir.
De cualquier manera, Dalila Paz siempre guardó en un rincón de su corazón apartado de la vista la pasión de Lázaro Sombra, su primer y mas grande amor.
Y fue así que el ciclo de la vida continuó. El amor afloró en todo momento, aun en las más adversas circunstancias y la rueda interminable de la existencia siguió su vuelta entre amantes correspondidos y aquellos que deciden amar desenfrenadamente sin nunca recibir nada a cambio.
De los restos del hogar donde alguna vez habitó el hombre que en su final se hacia llamar Lázaro Sombra poco quedó. Su cuerpo quedó sepultado bajo las vigas que otrora sostuvieron el techo de hojas de palma sobre su cabeza y nadie nunca lo buscó. Los tablones que hacían las veces de paredes quedaron desperdigados en todas direcciones y cuando el sol salió después del suplicio, hay versiones que afirman que de entre los escombros se percibió el movimiento de un alma renacer, pero en medio de la ausencia que perduró no se puede afirmar cosa alguna con verdadera certeza.
Si acaso algo se pudiera extraer como conjetura y que es completamente cierto, es que Lázaro Sombra murió a causa de su amor, pues sin ello no había manera alguna de que su existencia poseyera sentido.
Dichosos sean los que por amor mueren, pero aun mas los que por amor viven, escribiría en algún momento un ebrio poeta en vísperas de su propia muerte. Al final, todo cuanto Lázaro Sombra hizo durante su vida y hasta su mismo final fue en nombre de su amada, en nombre de Cándida Dolores, aunque el no se percatara de ello hasta que fuese demasiado tarde.
Y si acaso alguna vez el destino los volviera a unir, él estará esperando sentado pacientemente entre volcanes ardientes a que su amada regrese finalmente a sus brazos.
La tierra se abrirá y arderá bajo la furia del fin, y el seguirá ahí, aguardando por un amor que nunca fue, que nunca ha sido y que nunca será.
Fin.
Para ti que te amé, te fuiste y, sin importar cuanto te esperé, jamás volviste.
-Diciembre 2023.
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El final de Lázaro Sombra
RomanceLázaro Sombra había caído presa de los encantos mas inocentes con los que se había topado. Había sido víctima del golpe de un amor que ni siquiera lo había tocado, que sin siquiera posar su piel, sus delicadas manos o sus exquisitos labios sobre él...