QUINCE

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Como hemos acordado, he llamado un par de veces a la semana a Augusto. El tiempo pareciera pasar lento al estar sin él, sobre todo en aquellos días donde debo guardar silencio, donde debo callar lo que siento. Siempre creí que la distancia era la clave del olvido, pero no, la distancia solo hace que quiera buscar con todas mis fuerzas volver a verlo. El amor verdadero puede esperar todo el tiempo que sea necesario, puede soportar las distancias, aunque eso no significa que no duela, porque sí, duele más de la cuenta y aquellos pequeños momentos en los que podemos hablar son como un dulce son que contrasta con la potencia de los latidos de mi corazón.

La subjetividad del tiempo es tanta que siento que fuera hace tan solo un momento que estuve con él por primera vez, como si fuese hace solo unas horas que lo besé, que lo vi por última vez. Pero pese a que siento que el tiempo pasa lento, Alberto y yo acabamos de cumplir un mes de matrimonio.

Me despertó con total ternura en la mañana, dándome pequeños besos en la mejilla. Fui al baño un momento y cuando volví había dejado una bandeja con el desayuno sobre la cama. Había un trozo de torta de chocolate, justo la que más me gusta. Él tomó el tenedor y me dio a comer. Comenzamos un juego con la crema y terminamos dejando el desayuno de lado para partir la mañana besándonos y cuando creí que terminaríamos haciendo el amor por la mañana, él se detuvo porque debía ir a trabajar.

Alberto es una buena persona, eso no puedo negarlo, pero demasiado estructurado, nunca rompe los esquemas, todo debe seguir un orden, siempre debe ser puntual. Tal vez por eso ha tenido tanto éxito, sin embargo, para mí resulta todo tan monótono que quizás por eso me haya enamorado con tanta facilidad de Augusto. Él ha roto todos mis esquemas, cuando todo parece ir de una forma con él, siempre hay algo que me sorprende, que me descoloca y eso, sin lugar a dudas me encanta.

A pesar de ello, mi realidad actual es clara: estoy casada con Alberto y debo fingir que lo amo. No es algo que me cueste, hasta hace poco creo haberlo amado, o al menos haberlo querido mucho.

Durante la tarde me llamó para decirme que saldríamos a cenar juntos para festejar nuestro primer mes de matrimonio, así que para salir un poco de mi agobio y mis pensamientos sobre ser infiel con Augusto, decidí salir de compras, necesitaba verme hermosa en la noche, que Alberto sienta que también estoy feliz.

Mientras me dirigía al centro comercial, pensaba en mi mente sobre el concepto de infidelidad. Entre Alberto y yo hay un contrato, que me dice que debo respetarlo y serle fiel hasta que la muerte nos separe. Entre Augusto y yo hay un sentimiento real, un deseo intenso, es amor verdadero, estoy segura de ello. Entonces ¿A qué o quién le soy infiel? Estoy con Alberto cuando amo a Augusto. Sinceramente creo que la única infidelidad que comento es contra mí misma, pues no tengo el valor de alejar aquello que no quiero y asumir mi verdad frente al resto. Claro, no es nada sencillo estar en mi posición.

Decidí sentarme un rato, tomé el celular y decidí llamar a Augusto. Necesitaba calmar esa angustia que siento cuando llevo mucho tiempo sin hablar con él. Nuestra conversación fue un derroche de ternura hasta que recordó que cumplía un mes de matrimonio.

—¿Qué van a hacer esta noche? —preguntó Augusto.

—Saldremos a cenar —respondí.

—¿Algo más?

—No lo creo.

—¿No harán el amor? —interrogó.

—es probable, estamos casados —expliqué.

—¿Es que acaso no se le ocurre algo más interesante? —cuestiona Augusto.

—Ya sabes cómo es —respondo —es bastante tradicional.

—Aburrido. Aunque no critico que quiera hacer el amor contigo, porque yo también lo deseo —afirmó Augusto.

—Pero no estás acá.

—Debería estarlo.

—Espero que pronto lo estés —dije ilusionada.

—Pronto.

—¿Cuándo?

—No lo sé —Augusto se quedó en silencio un rato y continuó —Zoe, no te puedo decir que día estaré por allá, pero de verdad voy a estar. Quiero que disfrutes tu noche, ya que yo no puedo estar en ella. Pero al menos piensa en mí cuando estés con él. Mantén el recuerdo de nuestros momentos juntos. Cuando él te bese, te acaricie... piensa que soy yo, que son mis manos recorriendo tu cuerpo, que soy yo el que te anhela.

—Amor, no deberías pedirme eso —protesté.

—¿Es muy difícil?

—No, solo me da miedo que él pueda darse cuenta de que estoy rara, no lo sé.

—Prométeme que lo intentarás, no dejes de pensar en mí en ningún momento.

—Claro que no —prometí —Ahora debo cortar, tengo que comprar un vestido. Me arreglaré y te enviaré una foto, quiero creer que todo lo que hago es para ti.

—Está bien, estaré esperando. Cuídate, un beso.

—Un beso, hasta pronto.

Recorrí diversas tiendas buscando algo apropiado, luego fui a la peluquería y volví a mi casa para esperar a Alberto. Mientras me vestía, pensaba en lo que me había dicho Augusto, era bastante valiente de su parte. Tenía miedo que en un arranque de locura y de tanto pensar en él se me escapara su nombre cuando estuviera con Alberto. Debía mantener el control pero ¿Cómo puedo controlarme si pienso en Augusto?

Me terminé de arreglar, me tomé una fotografía y la envié a Augusto. Alberto llegó puntual, con un ramo de rosas rojas. Luego de eso nos fuimos directo a un hermoso restaurante ubicado en Vitacura. La cena fue perfecta, cada detalle perfectamente cuidado por Alberto. Después volvimos a casa, entramos en la habitación. Alberto comenzó a darme besos en el cuello y lentamente bajó mi vestido. Sabía lo que venía así que le pedí que apagara la luz, prefería no mirarlo a los ojos, no ver su cara y poder imaginar que era Augusto el que me acariciaba.

Alberto apagó la luz y poco a poco se fue quitando la ropa. Mis manos en la oscuridad buscaban sentir la piel y el cuerpo de Augusto. Los labios de Alberto besaban mis pechos, sus manos aprisionaban mis glúteos y me acercaban a su crecida erección. No tardó en llevarme a la cama y yo me dejé llevar teniendo en mi mente los recuerdos de Augusto poseyéndome en esa misma cama, en ese mismo lugar hace un mes atrás. Alberto me penetró con fuerza, robándome un gemido. Comenzó su movimiento, fuerte, intenso.

Mis sentidos reclamaban el cuerpo de Augusto, las sensaciones que hace un mes él me provocara, quería decir a gritos su nombre, recordaba su cuerpo desnudo rozando el mío.

—Más fuerte —exclamé.

—Como tú quieras —respondió Alberto —¿Te gusta?

—Me encanta, no te detengas por favor.

Comenzó a moverse más fuerte, sus manos se clavaban en mi cintura. Cerré mis ojos buscando en mi mente los recuerdos que necesitaba para llegar al orgasmo en ese momento.

—Vámonos juntos —le dije.

Alberto sonrió. Nuestros gemidos se intensificaron, estábamos a punto de llegar al clímax. Ambos nos dejamos llevar por la intensidad del momento.

Entre nuestros cuerpos aún agitados y nuestro sexo aún extenuado, el recuerdo de Augusto aparecía por todos los rincones. No bastaba con pensar en él: tenía que ser él.

Arriésgate por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora