VEINTIOCHO

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El fin de semana decidí salir para despejar un poco mi mente, dejar de pensar en la pérdida de mi bebé y enfocar mis pensamientos en lo que de verdad debería importarme en este momento, que buscar la forma de alejarme de Alberto y conseguir encontrarme con Augusto.

Se suponía que nos juntaríamos las amigas de siempre: Marcela, Mía, Carolina y yo. Pero Marcela no llegó y en realidad para mí era mejor, pues no quería que me preguntara por mi relación con Augusto ahora que ya no estaba embarazada. No quise beber, simplemente pedí un jugo de frutilla. Las chicas me miraron extrañada, siempre soy la más animada para beber, pero hoy no estaba de ánimo.

A penas comenzábamos a disfrutar la conversación, cuando llamaron a Mía para decirle que su hija no se sentía bien. Nuestra salida de viernes se había arruinado. Marcela ya había mandado un mensaje diciendo que no podía venir y Carolina decidió llevar a Mía a su casa pues andaba en auto.

No me quedaba más que regresar a casa y tener que soportar a Alberto. Sin embargo, decidí quedarme un rato más, tomarme el jugo que había pedido y luego irme a casa. Cualquier cosa era mejor que estar con Alberto.

Salí del pub y busqué un taxi. Miré la hora y apenas eran las 11 de la noche. Esperaba que al menos el taxi se demorara en llegar y que Alberto estuviese dormido.

Le pedí al taxista que me dejara un par de cuadras antes de mi casa, para tener tiempo de caminar y de que Alberto se durmiera. Anduve lento hasta mi casa, cuando estuve cerca me percaté que las luces estaban apagadas, eso era una buena señal, no tendría que dar explicaciones ni tendría que soportar a mi marido.

Con sumo cuidado y tratando de no hacer ruido, me quité los zapatos en la entrada de la casa y luego abrí la puerta. No quise encender la luz y me fui directo al baño, caminando muy suave y con los zapatos en mi mano.

Pero un sonido extraño me detuvo, la cama se golpeaba contra la pared y los gemidos eran controlados, pero se podían sentir desde el pasillo. Mi corazón comenzó a saltar más apresurado y quise salir corriendo del lugar, para no tener que ver ni escuchar lo que estaba ocurriendo. A pesar de eso, me detuve a escuchar, tenía que estar segura de que lo que estaba oyendo no era producto de mi imaginación. No había bebido, estaba perfectamente y mis oídos escuchaban con toda claridad.

En ese instante, pese a lo chocante que era escuchar a mi marido teniendo sexo con otra, una sonrisa se apoderó de mí, era lo que necesitaba, la excusa perfecta para dejarlo e irme a los brazos de Augusto, el destino se había confabulado a mi favor y ahora tenía que enfrentar a Alberto, hacerme la esposa dolida y humillada que no quiere saber nada más de su marido porque la ha engañado.

Me dirigí a la habitación, la puerta estaba a medio cerrar, aún no me sentían, así que busqué el interruptor y encendí la luz. No sé quién se asombró más, si ellos o yo, al ver que mi marido estaba ni más ni menos que con mi amiga Marcela. Ambos se separaron de inmediato y se cubrieron con las sábanas.

—Zoe ¿Qué haces acá? —preguntó Alberto.

—Ya sabía que eran buenos amigos, pero no me imaginé que tanto —dije sorprendida.

—Zoe, esto no es lo que piensas —respondió Alberto.

—Claro, estás en la cama con mi supuesta amiga y no es lo que pienso. Eres un asqueroso y yo preocupada por ti, mira cómo te encuentro, ahora entiendo todo, ahora entiendo tu falta de preocupación por mí, que estuvieras durmiendo en otra cama. ¿Por qué Alberto? ¿Por qué con ella? —cuestioné entre lágrimas, fingiendo el dolor del engaño.

—Zoe, yo... —habló Marcela.

—Tú ni me hables y yo que te creía mi amiga —interrumpí.

Recordé que Marcela sabía de mi relación con Augusto y antes de que pudiera decirme algo al respecto para salvarse, ideé un plan.

—Mejor que ni me hables, si dices algo llamo de inmediato a tu marido. ¿Sabe que estás acá? Claro, de seguro que piensa que estás con nosotras. ¿y tus hijos qué pensarían si supieran la clase de madre que tienen? —Marcela agachó la cabeza, como si fuese a llorar. —¿Y tú Alberto no tienes nada que decir?

—No por favor, Zoe, no le digas nada, yo estoy mal con él, deja que yo lo arregle.

—Tú y yo vamos a conversar, te lo aseguro. Te espero en la sala "amiga". Y Alberto, espero que al menos tengas la dignidad de dejarme en paz, ni se te ocurra acercarte a mí, porque te juro que te mato, los mato a los dos.

Salí de la habitación y me quedé en la sala, me serví un vaso wiski para acompañar mi escena de dolor. En mi interior, solo había una preocupación: que Marcela no hubiese hablado más de la cuenta.

Al rato se incorporó Marcela en la sala. Le dije que me acompañara a la puerta para poder conversar lejos de Alberto, que aún seguía en la habitación.

Marcela lloraba desconsolada y me suplicaba que no dijera nada. Intenté calmarla y le prometí que no diría nada siempre y cuando ella también guardara mis secretos. Ella aceptó el trato y se marchó. Ahora tenía que enfrentarme con Alberto.

Entré en la casa nuevamente y fui a la habitación, Alberto estaba vestido y sentado en la cama. Tenía los ojos brillantes, como cuando alguien está a punto de llorar.

—Zoe, lo siento.

—No hay nada que sentir, tiraste por la borda nuestro matrimonio y no quiero ni siquiera imaginarme desde hace cuánto tiempo estás con ella.

—No Zoe, es la primera vez, te lo juro.

—¿Por quién me tomas? No soy tonta Alberto.

—Lo siento, pero estaba tan frustrado con lo del bebé, Marcela comenzó a acercarse a mí, a consolarme y no sé qué nos pasó.

—Claro, ahora resulta que la que tiene la culpa soy yo. Alberto, por una vez en tu puta vida admite que solo tú tienes la culpa de todo esto. Nuestro matrimonio no ha sido más que una farsa para dejar contentos a tu familia, a tus amigos, para mostrarte ante todos como el empresario que tiene una vida perfecta, pero esto no es más que una perfecta mierda.

—Zoe, no, yo te quiero...

—No, Alberto, esto se acabó, no quiero que me vuelvas a tocar nunca más. Sabes, lo peor de todo es que yo me sentía culpable y aceptaba los insultos por lo que había ocurrido con nuestro hijo, pero ahora me doy cuenta de cuál es nuestra realidad, ese bebé no tenía que llegar, no se merecía un padre como tú.

—Mi amor...

—No me digas así, imbécil, de seguro a ella también le dices así. No quiero verte.

—Me iré a quedar a un hotel, no te preocupes, no te faltará nada.

—No, la que se va soy yo, olvídate que existo, no quiero saber nada de ti.

Salí de la habitación, tomé mi cartera y me fui a la casa de Carolina, para no estar sola. No le comenté acerca de lo ocurrido, pues le había prometido a Marcela que no diría nada. Ella aceptó mi silencio y me acomodó en una de las habitaciones. Mi rostro mostraba el dolor de la traición, sin embargo en mi corazón, solo cabía la felicidad de irme del lado de Alberto para estar con el único hombre que de verdad me había valorado y se había arriesgado por mí.


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Hola, en un rato más subo el capítulo final de la historia y el epílogo, así que atentos :)

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Saludos

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