ONCE

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Al llegar al lugar de la boda, me sentí rodeada de miradas, de voces diciendo lo bella que me veía con el vestido de novia. Alberto me miró a lo lejos y sonrió. Intenté esbozar mi mejor sonrisa para poder caminar hasta él y comenzar con la ceremonia. No tenía ánimo de celebrar, sin embargo, tampoco tenía otra opción. Debía mostrar mi mejor sonrisa, aunque por dentro los cuestionamientos me carcomieran.

Divisé al pasar a Augusto, vestido de un impecable traje gris que lo hacía verse aún más deseable que antes. ¡Por dios! ¿Cómo puede ser tan atractivo? Respiré profundo y seguí mi camino, acompañada de mi padre. Al encontrarme con Alberto, nos pusimos delante del juez que nos casaría y la ceremonia comenzó. Alberto tomó mi mano. Yo estaba tiritando, tenía miedo de estar haciendo una locura. Tenía claro que uno no engaña a la persona que ama, mucho menos antes de la boda y eso me preocupaba, pues sabía perfectamente que amé a Alberto, pero ya no podía asegurar que lo amara.

Vestida perfectamente de blanco, sentía que mi ropa contrastaba con la suciedad de mi cuerpo, manchado por las caricias apasionadas de Augusto, por un deseo irrefrenable, por aquellas ganas inmensas de sentirlo a mi lado. ¿Por qué lo prohibido tiene que ser tan tentador?

Comencé a repetir las frases que me pedía el juez, dibujando una falsa sonrisa en mi rostro. Me mantuve impasible durante la boda y hasta que tuve que decir "sí acepto" Tras de eso escuché la frase clásica de los matrimonios: "los declaro marido y mujer, puede besar a la novia".

El beso fue algo pequeño, carente de pasión, una simple muestra para complacer a los invitados. Después de eso comenzamos nuestra caminata por la alfombra entra la ovación de los invitados. Todo el mundo me felicitaba, me abrazaba y quería sacarse fotos con nosotros para hacer perdurar este momento. Todos menos Augusto, que miraba de lejos la escena. Felicitó a su tío y luego se alejó.

«Cobarde»

Yo en cambio, no estaba para ánimo de nada. Pero estaba decidida a transformarme en la mejor actriz del mundo en este momento. Luego vino la fiesta. El lugar era perfecto, lleno de lujo, la comida digna de reyes. Alberto tenía la solvencia económica para darse este tipo de lujos.

Todo se estaba desarrollando de forma perfecta, nadie cuestionaba mi forma de actuar, tal vez mi papel de la mujer feliz me estaba saliendo de maravilla, hasta que llegó el momento de bailar. Partimos con el clásico vals de los novios, donde todo el mundo nos rodeó para ver el espectáculo. Sentir las miradas de todos a mi alrededor me agobiaba, pero debía continuar. En medio del baile, Alberto me beso, dejando a todos asombrados y aplaudiendo. Luego el baile con los padres y la gente comenzó a sumarse.

Hasta ahí todo iba bien. Pero mi mirada se encontró con la de Augusto muy bien acompañado, bailando con mi mejor amiga: Marcela. La enorme sonrisa que fingía hace un rato atrás se esfumó.

—Zoe, cariño ¿Te ocurre algo? —preguntón Alberto.

—No amor, solo que me duelen un poco los pies con tanto baile.

—Tal vez deberías cambiarte los zapatos.

—Sí, tienes razón. Iré a ponerme algo más cómodo.

Por suerte, mi madre se había preocupado de esto y para mí era el momento preciso de respirar, de salir de la farsa que estaba montando y darme fuerzas para continuar.

Entré en un camarín privado, destinado exclusivamente para los novios me quité los zapatos. Me miré en el espejo y en él vi el reflejo de una mujer confundida, infiel, atormentada. ¿Por cuánto tiempo sería capaz de callar este engaño? La respuesta era clara y unísona: Por siempre.

Me senté, cerré los ojos por un momento para tratar de sacar de mi cabeza los malos pensamientos. Ver a Augusto bailando con otra me había afectado, peor aún, con mi mejor amiga. ¿Acaso tengo derecho de recriminarle algo?

La puerta del camarín se abrió.

«Debe ser Alberto que viene a buscarme»

—Hola tía ¿Estás sola? —dijo Augusto.

—¿Qué haces acá?

—Vine a felicitarte, aún no te he dado el abrazo. Desde ahora eres mi queridísima tía. Formamos parte de la misma familia, debo felicitarte.

Me quedé muda con sus palabras. Se acercó a mí y me abrazó fuerte, con aquella calidez que me desarma por dentro. Luego del abrazo, sus labios se deslizaron por mi rostro y me dio un sorpresivo beso en los labios.

—¿Qué pretendes? ¿Te has vuelto loco? ¿No te das cuenta que me acabo de casar con tu tío? —recobro la voz.

—Baja la voz, que alguien te puede oír.

—¿Qué?

—sabes que me he vuelto loco por ti, desde que te conozco ha sido así. Pero al menos sé que algo he provocado en ti. Anoche...

—Ni se te ocurra mencionar nada, cállate por favor —supliqué.

—Se volverá a repetir, te lo aseguro.

—Vuelve a Argentina y déjame en paz, no quiero saber nada de ti, no quiero que le arruines la vida a tu tío. Márchate por favor.

—Por ahora lo dejaremos así. El tiempo dirá lo que tenga que ocurrir.

—Ándate y disfruta de la fiesta, que hace un rato bien lo estabas haciendo.

—Claro, pero recuerda que solo me interesas tú. Nos vemos.

Mi corazón continúa agitado por las palabras, el abrazo y el beso que me dio Augusto. ¿Cómo se atreve a hacerme esto justo en mi fiesta de bodas? Cojo los zapatos que he venido a buscar y retorno a la fiesta. Busco a Alberto y volvemos a bailar como si nada hubiese pasado. Al rato veo que Augusto también se incorpora. Se acerca a nosotros.

—Tíos, felicidades, hacen una hermosa pareja, que sean felices por mucho tiempo.

—Gracias —logro pronunciar.

—Así será, no lo dudes. Tengo la mejor mujer del mundo.

—Estoy de acuerdo contigo. ¿Qué tal si me dejas bailar una canción con ella?

—No —digo instintivamente —quiero sentarme.

—Vamos, baila con él una canción y luego nos sentamos juntos.

No pude rechazar, no quería que Alberto sospechara nada. El descaro de Augusto había llegado a su límite, ahora tenía claro que había alguien que era mejor actor que yo y ese era Augusto.

—No te enojes, dijiste que disfrutara la fiesta y con la única que puedo disfrutar es contigo —dice susurrando a mis oídos.

—No me hagas esto más difícil, por favor, ni a mí ni a tu tío.

—Ya tendremos tiempo de aclarar todo, ahora bailemos.

Me quedé en silencio, esperando que el tiempo avanzara rápido para volver con mi marido, sacarme de una vez por todas a este chico de encima, pues me estaba causando más problemas de los que podría haber imaginado. Luego de aquel pequeño baile, no volví a ver a Augusto durante la noche.



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