VEINTE

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Ahora que Augusto ha vuelto mi estado de ánimo está por el cielo, adoro nuestros encuentros furtivos en su departamento. Cada día me demuestra que vale la pena correr cualquier riesgo con tal de estar con él. Hace de cada instante algo insuperable, intenso, lleno de emociones. Cualquier lugar de su departamento es bueno para hacer el amor. Creo que se está volviendo en una adicción para mí.

Pero no es solo sexo, puedo percibir en él un amor sincero, dispuesto a todo con tal de estar conmigo. Sé que no resulta fácil para él saber que debe compartirme con su tío y pese a que nunca hemos tocado el tema, está esperando que yo, en algún momento, decida dejarlo y quedarme con él. Pero es paciente y arriesgado. Eso me encanta de él. Ha sabido como conquistarme y reconquistarme a cada momento. Cuando no podemos estar juntos conversamos por Skype, me provoca por webcam y hacemos una serie de locuras que jamás pensé en hacer con Alberto.

Augusto ha llenado todos los espacios vacíos que había en mi vida y sé que estoy cometiendo muchos errores, pues Alberto no se merece que le haga esto, mucho menos con su sobrino, pero es que es irresistiblemente adorable.

En seguida de llegar del trabajo, enciendo mi Notebook y verifico si Augusto está conectado. Hoy es uno de esos días donde no nos podemos juntar pues él tenía algunas cosas que hacer. Sin embargo, tengo la esperanza de que al menos esté conectado desde su celular. Lamentablemente no está. Me resigno, tal vez mañana lo pueda ver. Me entretengo en quehaceres de la casa. Pongo algo de música y decido ordenar, aún no encontramos a alguien adecuado para encargarse del aseo y yo sinceramente prefiero que no llegue nadie, pues podrían decirle a Alberto que día por medio paso toda la tarde fuera de casa. Mientras estoy barriendo suena el timbre de la casa.

«Debe ser el cartero, hoy no espero a nadie»

Me dirijo a la puerta y abro sin preocuparme de ver quién está detrás. La sorpresa es enorme al ver que la persona que estaba tocando era Augusto.

—¿Qué haces acá? —pregunté extrañada.

—¿No me invitarás a pasar? —respondió.

—Claro, pasa, pero es una locura.

—Digamos que vengo a visitar a mi familia. Además Alberto está trabajando, de seguro no llegará muy temprano.

Pese a lo peligro de tenerlo así, estaba fascinada con la idea de verlo cuando no lo esperaba.

—Quizás debería aceptar la propuesta de mi tío de venir a vivir a esta casa.

—Estás realmente loco —increpé.

—Loco por ti Zoe, solo tú provocas todo esto.

Se abalanzó sobre mí y me besó. Mis manos, traviesas se fueron directo a su pantalón, buscando su sexo. Lo hubiese desnudado en ese mismo instante, pero se detuvo.

—Zoe —dijo entre susurros —vamos a la habitación, acá es algo peligroso.

—Pensaba que te gustaba el peligro.

—Sí, pero debemos cuidar lo nuestro y lo sabes.

Sonreí y nos dirigimos a la habitación en que Augusto y yo lo hicimos por primera vez.

Comenzamos a deshacernos de la ropa de inmediato, ver a Augusto desnudo siempre era todo un espectáculo para mí. Aquel cuerpo perfectamente marcado parecía hecho a mi medida.

Se colocó tras de mí, posando sus manos en mis piernas y subiéndolas lentamente hasta llegar a mi pecho. Besó mi cuello, mi espalda, cada parte de mí. Me coloqué sobre él, para sentir que tenía el control de la situación. Comencé a moverme en círculos sobre él, y luego a cabalgar sobre su cuerpo. Sentía su erección entrar cada vez más profundo dentro de mí, generando un millón de sensaciones en mi cuerpo.

Entre jadeos y gemidos sentí que un auto se detuvo y con el mi corazón. Me bajé inmediatamente de la cama y Augusto no comprendía nada.

—¿Qué ocurre?

—Viene Alberto —dije al mirar por la ventana.

—¿Qué? Se supone que él llega más tarde.

Con la adrenalina del momento, sólo se me ocurrió decirle a Augusto que se fuera al patio, que fingiera que estaba fumando. Yo entré rápidamente en el baño, era la única forma de terminar de vestirme.

—Zoe, amor, ya llegué —dijo Alberto al abrir la puerta.

—Estoy en el baño —grité.

Me mojé la cara, tratando de que no se notaran mis mejillas sonrojadas por lo que estaba haciendo con Augusto, me lavé los dientes y luego salí, intentando respirar profundo para calmar mi corazón que aún seguía agitado por el miedo a ser descubierta.

Alberto se había ido a la cocina en busca de un vaso de agua, por suerte no se había percatado de la presencia de Augusto, eso daba tiempo para que no quedáramos en evidencia.

Me acerqué a él, lo abracé y le di un pequeño beso en los labios.

—Hola amor, llegaste temprano hoy.

—Sí, te extrañaba, quería estar contigo, además me cancelaron una reunión así que decidí venirme a casa a descansar.

—Bueno, te tengo una sorpresa.

—¿Así? —se acercó a mí con la clara intención de quitarme la ropa.

—Hola tío —irrumpió Augusto.

—¿Esta era la sorpresa? —me preguntó Alberto.

—Sí —le dije.

—Lamento interrumpir —dijo Augusto.

Alberto se puso a reír y se separó de mí para saludarlo.

—Tío, me alegro de verte, pero si quieres puedo volver en otro momento.

—No, tranquilo, quédate, podemos aprovechar de ver una película juntos.

—¿Y si pedimos una pizza para acompañar la película?

—Me parece excelente.

Salimos de la cocina y llamé a la pizzería, mientras Alberto y Augusto conversaban. Sentí que mi corazón recuperó su ritmo normal. Mi marido no sospechaba nada y ahora tendríamos una tarde familiar.

Cuando el pedido llegó, nos instalamos en la sala a ver una película que Alberto escogió. Quedé sentada entre los dos. Era tal cual mi vida, entre los dos hombres de mi vida, aquel con el que estaba unida por un contrato y otro con el que me unía el amor y el deseo.

A medida que avanzaba la película, Augusto comenzó a acercarse a mí. Posó una de sus manos en mi cadera y me acarició. Luego pasó su mano por mi muslo, levantando levemente mi vestido. Era estúpidamente osado, tenía que estar realmente loco para poder hacer eso, estando Alberto al otro lado.

Decidí ponerme de pie, el riesgo era demasiado. Me excusé diciendo que estaba algo cansada y los dejé para que terminaran de ver su película. Para mí, ya eran demasiadas emociones en un solo día.

Arriésgate por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora