OCHO

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Me recosté, esperando que con la música y el efecto del alcohol los nervios comenzaran a disiparse. Cerré los ojos, intentando poner mi mente en blanco, apartar todos los pensamientos y remordimientos de la noche anterior. Sentí que mi cuerpo se relajaba y se entregaba por fin al sueño.

Me estaba quedando dormida, al fin, cuando de pronto, siento que alguien se acerca a mi puerta, los pasos lentos y silenciosos estaban cada vez más cerca.

«Alberto, no fue capaz de estar otra noche sin mí» Pensé.

Abro los ojos, pero la luz de la habitación me encandila y los vuelvo a cerrar.

—Amor ¿Qué pasó? ¿Me extrañaste y volviste? —pregunté sin moverme de mi lugar.

—Sí amor —respondió, mientras apagaba la luz.

—¿Por qué apagas la luz? No verás nada —le dije.

—Tranquila, todo está bien —respondió.

Sentí que comenzaba a quitarse la ropa, con la luz tenue que se asomaba por las cortinas del ventanal. Se acercó a mí  y se recostó a mi lado. Yo mantenía los ojos cerrados, el sueño se había apoderado de mí y no tenía ganas de hablar ni de nada.

Pude sentir el cuerpo desnudo de Alberto entrando en la cama, abrazándome. Sus labios repartieron besos por mi cuello y subieron a las mejillas y luego a los labios. El beso  era apasionado, largo e intenso, tanto que sentía que me quedaba  sin aliento. Correspondí el beso lo mejor que pude, en mi condición somnolienta.

Mi cuerpo despertó de inmediato, sintiendo las caricias apasionadas que se entrometían bajo mi camisón. La sensación hacía que mi piel se erizara, se estremeciera al contacto de aquellas manos cálidas que me recorrían. Abrí los ojos, mirar a la cara a Alberto, ver en ellos la pasión tan repentina y desesperada que lo había traído nuevamente a la casa. Mi sorpresa fue enorme y quise gritar al darme cuenta de que la persona que estaba besando, explorando mi cuerpo no era Alberto, sino que era Augusto.

—¿Qué mierda crees que estás haciendo? ¿Te has vuelto loco? —increpé.

—Loco por ti, quiero disfrutar de tu cuerpo una vez más.

—Suéltame, déjame tranquila ¿Cómo te atreves?

Me separé e intenté pararme, pero Augusto me sujetó con mucha fuerza y me volvió a la cama y se colocó sobre mí. Quise resistirme, pero no me lo permitió y me besó nuevamente.  

—¿Qué haces? ¿Pretendes abusar de mí? ¿Qué te has creído? Le contaré todo a Alberto.

—Está bien, me iré —dijo resignado.

—¿Por qué viniste? ¿Por qué haces esto? ¿Quieres matarme de un susto? —dije más calmada al ver que me soltaba.

—Le dije a mi tío que saldría a dar una vuelta, a encontrarme con algunos viejos amigos.

—Estás realmente loco, de verdad ¿Cómo se te ocurre hacerme esto?

—Cualquier excusa era buena para verte de nuevo. Es que no lo entiendes, me gustas. Cuando te conocí por primera vez te encontré tan hermosa, pero tú simplemente me mirabas como a un adolescente, era imposible que me miraras de otra forma. Pero ahora que volví, que vi tu expresión al verme semidesnudo en la cocina, sabía que no podía detenerme, que era mi oportunidad.

—¿Qué? Estás mal, debes haber bebido demasiado.

—No lo suficiente para irme sin intentar algo más.

—No, no intentes nada, por favor, sabes de sobra que mañana seré la esposa de tu tío.          

—Claro que lo sé, no pretendo impedirlo. Pero eso será mañana, esta noche quiero que vuelvas a ser mía, permíteme tenerte esta última noche de soltera. Luego del matrimonio me iré y esto quedará en el recuerdo, no será más que una locura generada por la pasión.

—Estás realmente loco, ándate, esto no va a pasar. —afirmé.

—Dime que no te gusto ni un poco y me voy sin hacer nada —habló mirándome directo a los ojos.

—No me gustas —respondí apresurada, movida por el miedo de verlo a los ojos y caer en la tentación.

Se separó de mí, se levantó y encendió la luz. Yo estaba desconcertada frente a su actitud. Había aceptado mi decisión sin reprochar. Observé su cuerpo desnudo, perfecto, provocado recogiendo su ropa. Mi cuerpo ardía, mi corazón se apresuró. Era el deseo puro que me provocaba aquel hombre. Mi razón se negaba a aceptarlo, pero me provocaba más de lo que podía imaginar.

Quería detenerlo, quería acariciarlo, dejarme llevar por la fuerza de la pasión que me impulsaba. Verlo así, alejándose, luego de haberme tocado y besado con tanto deseo, ahora se resignaba a mi decisión. ¿Pero estaba segura de querer que se fuera?

Lo miré atentamente, no aparté la vista de él. Mi alma gritaba desesperada su nombre para retenerlo, pero de mis labios no salía ninguna palabra.

—Al menos no me negarás un beso de despedida —dijo acercándose a mí, cuando terminó de vestirse.

No pude negarme, mis labios ya habían probado el sabor adictivo de sus besos y lo anhelaban con demencia. Cerré mis ojos y esperé que el beso llegara, pero no llegó. Abrí los ojos y lo vi frente a mí, observándome de cerca.

—Lo deseas tanto como yo ¿No es cierto? Pero te niegas a aceptarlo, no quieres volver a ser infiel. Pero ya lo fuiste una vez ¿Qué más da si hay una segunda vez?

—Solo será un beso de despedida y nada más —afirmé.

Me acerqué a su boca, sin medir las consecuencias de lo que estaba haciendo. Me dejé llevar por el impulso de sentirlo cerca de mí otra vez. Era un vicio que empezaba a gustarme, pero que me torturaba por dentro. Nuestras lenguas se envolvieron en beso interminable, que me hacía arder la sangre. Mi cuerpo agitado, no quería detenerse. Su lengua exploró cada rincón de mi boca y no pude evitar abrazarlo y apegarlo aún más a mí.


Era una locura, estaba volviéndome loca por él. 

Arriésgate por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora