El miedo se había apoderado de mí, di la media vuelta y quise alejarme, no quería ni podía enfrentarme ahora a él, no tenía fuerzas para decir que esta sería la última que nos veríamos. Comencé a caminar por el pasillo, tomé mi celular y le escribí un mensaje a Augusto, diciendo que no podía verlo, que esto me superaba. Pero antes de que pudiera enviarlo, la voz de Augusto me detuvo.
—Zoe —gritó.
Di la vuelta y lo vi. Me quedé helada al verlo acercarse a mí, me abrazó tan fuerte que me dejó sin aliento. Sin pronunciar palabra alguna nos dirigimos a su departamento. Cuando estuvimos dentro, nos sentamos en el sofá y me miró directamente a los ojos.
—¿Qué crees que hacías? ¿A dónde pensabas que te ibas? —interrogó Augusto.
—Augusto, yo...
—Zoe, para mí este bebé no cambia nada, he pensado toda la noche en lo que debía hacer, pero lo único que quiero es estar contigo. Esto depende de ti, sólo de ti. Si tú quieres podemos seguir con lo nuestro.
—¿Y Alberto? Él está ilusionado con la idea de ser padre —justifiqué.
—¿Acaso pensabas en él cuando estabas conmigo? ¿Pensabas en él mientras yo te besaba, te acariciaba, mientras hacíamos el amor? —arguyó.
—Es distinto —. No se me ocurrió nada más para justificarme.
—No es distinto, un bebé no hace la diferencia Zoe, ¿Acaso tus sentimientos han cambiado?
—No se trata de mis sentimientos, se trata de que no soy solo yo, se trata de que tendré un hijo y eso implica sacrificios, implica ser madre antes que mujer, anteponer la felicidad de mi hijo antes que la mía.
—¿Eso qué significa Zoe? Debes ser más clara.
—Que no podemos continuar con esto, Augusto, el juego tiene que acabar.
—¿Juego? ¿Para ti solo ha sido un juego?
—No, no es eso —discutí.
—¿Qué es entonces? No te entiendo. Es tan sencillo para ti ignorar lo que sientes y olvidarte de mí, sacarme de tu vida como si nada de lo que ha pasado entre nosotros fuera realmente importante.
—Eras importante.
—¿Era? O sea que ya no.
—No más importante que el bienestar de mi hijo.
—¿En qué estás pensando Zoe? ¿Crees que tu hijo no puede ser feliz conmigo? Podría ser un buen padre si tú me lo permitieras. Dime algo, ¿estás segura de que él es su padre y no yo?
Había preguntado justo aquello que yo no quería responder. Cada una de sus palabras me hería y desarmaba, quería decirle que sí, que podíamos ser felices juntos y olvidarnos de Alberto, armar una familia los tres ignorando todo lo que el mundo podía decir de nosotros, pero era estúpidamente ilógico, no podía ser, no podía.
—Zoe, responde por favor ¿Él es el padre?
—No lo sé —respondí con voz baja.
Me tomó de los brazos y me obligó a mirarlo a los ojos nuevamente. Yo tenía un nudo en la garganta y las lágrimas querían escapar de mis ojos al ver el sufrimiento de Augusto y sus palabras tan decididas.
—¿Cómo que no lo sabes? No te das cuenta que aún hay opciones para nosotros, perfectamente podría ser mío y lo sabes. ¿Acaso serías capaz de quitarme a mi propio hijo, quitarme la posibilidad de estar con él?
—Augusto, es demasiado pronto para afirmar que es tuyo, lo más probable es que no lo sea. Por favor, olvida esto, sabes tanto como yo que estoy casada y que para nosotros esto siempre ha sido imposible, pues no es solo engañar a mi marido, sino también a tu tío y ahora no puedo continuar con esto, por mucho que me duela, ya no puedo seguir haciéndole esto a Alberto.
—¿Y puedes hacérmelo a mí? ¿A mí que te he amado desde siempre, he hecho que tu vida se transforme en algo realmente interesante de vivir, te he llenado de deseo, de momentos alegres y esta es la forma en que me lo pagas?
—Lo siento.
—Un lo siento no es suficiente, no apagará el dolor que siento. Zoe, te doy una última oportunidad de pensar en todo lo que he hecho por ti, dejé mi vida en Argentina botada para poder estar contigo. Olvidé los lazos familiares sólo por amor y tú al primer problema te olvidas de todo, me dejas solo como si yo nunca te hubiese importado.
—No, no es así... no por favor, es lo que debo hacer, no tengo otra opción.
—Si tienes Zoe, vámonos.
—¿Qué? —grité.
—Vámonos juntos.
—Estás loco.
—Por ti.
—No, no puedo, esto no puede ser —dije confundida.
—Si puede, vámonos, escapémonos juntos, vivamos nuestro amor. Podemos ir a Argentina y vivir lejos de todos los que no comprenden lo que sentimos, olvídate de Alberto, deja todo y vámonos, arriésgate por mí, Zoe, no permitas que otros nos separen.
—No Augusto, yo ya tomé una decisión, pensando en lo que es mejor para mi bebé, ya no voy a cambiar, solo vine a despedirme de ti, esto se acabó, lo siento de verdad, aunque cueste creerlo.
Augusto se quedó en silencio por unos minutos, como si quisiera creer que mis palabras eran mentira, pero mi resolución ya estaba tomada y no había vuelta atrás para mí.
—Muy bien Zoe, ándate, has lo que quieras. Pero piensa bien si es esto lo que realmente quieres. Yo regresaré a Argentina, no voy a quedarme acá viendo como armas tu familia perfecta con el imbécil de mi tío, él nunca te ha merecido ni te ha amado, ni te ha hecho feliz como yo. Pero tú tomas la solución más sencilla, eres una cobarde, esperaba mucho más de ti, pero ya veo que siempre estuve equivocado. Pero si lo piensas, si te retractas, te estaré esperando, pero no toda la vida, ya estoy cansado de seguir esperando por alguien que no me valora como yo a ella, es probable que siempre haya estado equivocado. Zoe, dos meses te voy a esperar, sino, sabré que todo ha acabado para nosotros.
—Augusto...
—Zoe, escoge bien, no quiero que te arrepientas el resto de tu vida.
—Ya escogí, no me esperes, no hay un después.
—Entonces esta será la última vez que nos veamos, ándate, ya no quiero seguir hablando contigo.
Quería darle un beso de despedida, un abrazo. En vez de eso, escogí lo más sencillo. Tomé mi cartera y salí de su departamento cerrando la puerta con fuerza. Caí desplomada llorando por lo que acaba de ocurrir, había sido tan estúpida, tan tonta al no tomar las medidas necesarias para que esto no ocurriera. En mi vida solo había tomado decisiones erradas y ahora debía asumir las consecuencias de mis actos. Me sentía el ser más inútil y desafortunado del mundo, pero si había alguien que tenía la culpa era yo.
Esta había sido nuestra despedida, nuestro adiós. El final de una historia de amor que jamás debió haber sido y ahora solo quedaba borrar de mi vida los errores. ¿Acaso Augusto había sido un error en mi vida? Por supuesto que no, yo era el único error, en la vida de Alberto y de Augusto, incluso en mi propia vida.
Salí del edificio, buscando algún lugar para sentarme y reponer las fuerzas que me habían abandonado tras la conversación con Augusto. La gente al pasar me miraba extrañada al verme llorando, pero continuaban su camino indiferente.
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Arriésgate por mí
ChickLitLa despedida de solteras debería ser una noche entretenida, que recuerdes para toda la vida. Llena de locuras, el fin de una etapa y el comienzo de otra. Pero ¿Qué tantas sorpresas puede guardar esa noche? Para Zoe será inolvidable, por mucho que d...