NUEVE

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Se separó de mis labios e instintivamente volví a acercarme a él. Busqué nuevamente esa boca que me estaba derritiendo, pero él se apartó de mí. Comenzó a alejarse. ¿Acaso sería la despedida? Definitivamente no, no podía terminar así.

Quería más, quería ir mucho más lejos, dejarme llevar por el deseo que me estaba consumiendo en ese momento.

Me levanté de la cama y lo alcancé. Tomé su mano para impedirle que se marchara.

—¿Qué pasa Zoe? —preguntó Augusto.

—No te vayas —respondí.

—Pero si me habías dicho que...

—Lo sé —interrumpí —pero no puedo dejar que te vayas.

—Entonces ¿Qué es lo que quieres? —preguntó con una sonrisa en el rostro.

—¿Tengo que decirlo? —pregunté desconcertada.

—Si no lo dices no lo voy a saber—. La sonrisa en su rostro no desaparecía, sentía que se estaba burlando de mí.

—¡Pero es evidente! —exclamé.

—Para mí no, quiero que me digas lo que quieres —objetó.

—Quiero que te quedes conmigo.

—¿Por qué? —Sus preguntas insistentes me estaban alterando.

—¿Necesito decirte todo?

—Sí.

—Te deseo, quiero ser tuya esta noche, aunque sea la última vez que pueda estar contigo, lo necesito.

—¿Estás dispuesta a correr ese riesgo?

—Sí.

Ya no podía seguir con esa conversación absurda. Mi cuerpo ardía en deseos de tenerlo otra vez. Me acerqué a él buscando sus labios y lo besé. Deslicé una de mis manos hasta el botón de su pantalón y lo desabroché; enseguida le bajé el cierre. Introduje mi mano bajo su bóxer y acaricié su pene, endurecido por la excitación del beso.

Sus manos se acercaron a mis hombros y bajaron los breteles de mi camisón, haciendo que éste cayera al suelo y mi desnudez quedara en evidencia. Hice lo mismo con él, le quité la poca ropa que quedaba puesta y lo acerqué a la cama. Anhelaba besar hasta el último lugar de su cuerpo.

Me coloqué sobre él y lo besé en los labios nuevamente. Introduje mi lengua en su boca y comencé a explorarla, lenta y apasionadamente. Dibujé con besos un camino hasta su sexo, dejando que mis pechos rozaran su piel. El momento era excitante, placentero. Me sentía perfectamente conectada con él, con sus sensaciones.

Tomé su pene y pasé mi lengua lentamente por su glande. Después la pasé por toda la extensión de su pene y lo introduje en mi boca una y otra vez. Miraba de reojo el placer que le causaba, lo sentía gemir, disfrutar mientras mi boca lo poseía. Sus manos se enredaron en mi pelo, acompañando mi movimiento que cada vez era más intenso. Sentía su pene expandirse cada vez más en mi boca y ahora quería sentirlo dentro de mí, fuerte y profundo.

Me acerqué a Augusto, buscando su boca y le besé. Él con un movimiento rápido me tendió sobre la cama y luego me hizo sexo oral. Sentir la calidez de su lengua, sus dedos penetrándome, hacían que gimiera de placer, de deseo. Pero no era suficiente, lo deseaba a él, a su sexo en mi interior.

—Augusto —pronuncié su nombre entre gemidos —él se detuvo.

—Dime.

—Quiero que me penetres.

—Muy bien.

Se alejó de mi vagina y buscó mis labios. Sentía en su boca el sabor de mi excitación y me gustaba, me excitaba aún más recordar que su lengua conocía perfectamente el sabor del placer que me causaba.

—Ven —me dijo.

Me indicó que me colocara de rodillas en la cama. Empezó dándome besos en la espalda, hasta llegar a mis glúteos, se detuvo en ellos y los mordió, robándome un pequeño grito. Generaba en mí, un millón de sensación.

—¿Cómo quieres que te penetre?

—Con fuerza —respondí.

—Muy bien, Zoe, serás mía.

Buscó entre sus cosas el preservativo y se lo puso. Deslizó su erección por mi vagina, colmándose de mi humedad. Se detuvo un momento y luego me penetró suavemente. Al entrar en mí,  no pude evitar gemir de placer.

Comenzó a embestirme con fuerza. Sus manos estaban clavadas en mis caderas. Sentía su respiración fuerte, agitada y mis gemidos cada vez eran más intensos y continuos. Iba a enloquecer de placer, adoraba sentirlo dentro de mí, saber que mi cuerpo se amoldaba a su sexo para colmarme de deseo, era un éxtasis que conectaba todos mis sentidos. No podía seguir resistiendo, mi cuerpo se contraía por la excitación y el orgasmo no pudo esperar más. Luego vino el de Augusto.

Ambos nos miramos, cansados y extasiados, con los cuerpos aún jadeantes por el reciente orgasmo. ¿Era suficiente? Por supuesto que no, quería más, la noche aún estaba comenzando y era la última vez que estaría con él.

La luz del sol comenzó a colarse por las cortinas que estaban a medio cerrar. No tenía ganas de despertar, pero un rayo de luz daba justo en mi cara. Me tapé el rostro con las sábanas, intentando prolongar mi noche. Pero el timbre sonó. Lo ignoré por un instante, pero volvió a sonar esta vez más fuerte.

Mi mente alarmada reaccionó, recordé todo lo que había hecho durante la noche anterior. Me senté en la cama y busqué a Augusto, con la desesperación de ser descubierta, pero ya no estaba. Respiré aliviada, no sabía cuándo se había ido, pero lo agradecía.

Miré el reloj y vi que eran casi las 10:30. Maldije, por no haber puesto el despertador. Miré por la ventana y vi a Marcela pegada al celular. Me venía a ayudar por lo del matrimonio.

—Marce, enseguida te abro la puerta, me he quedado dormida.

—Debes tener los nervios de acero para dormir hasta esta hora el día de tu boda —respondió.

Me coloqué una bata y salí de mi habitación. Todo había acabado, la aventura, la traición, la mujer perfecta que siempre mantenía la cordura, todo había quedado atrás después de aquella noche de pasión.

Arriésgate por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora