1. Rodrigo

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Muchas noches me he preguntado ¿Cómo es que un chico de quince años, sin un hogar, desterrado de su familia por razones injustas y lanzado al mundo para valerse por sí mismo, pudo llegar a tener su propio club, una hermosa esposa que lo amara y una pequeña niña que se convirtiera en su razón de vivir?

Aquella noche sonaba Rock You Like a Hurricane en los altavoces de Ladies Moon mientras bajaba del escenario; el día había sido muy cansado pues por la mañana atendí un par de servicios, por la tarde fui a entrenar y por la noche hice un par de turnos en el club; estaba tan cansado que cuando al fin terminé mi último número de la noche, solo quería ir a casa a terminar mi día, tal vez beber un trago, poner algo de música y dejarme caer en la cama para no despertar hasta el siguiente día; sin embargo, aún me restaba atender a las clientas que habían pedido un privado conmigo, algo que no siempre era agradable, pero gracias a lo cual podía pagar las cuentas y permitirme una vida con algunos lujos.

La historia de cómo llegué a trabajar como stripper en Ladies Moon es larga y un poco complicada, pero puedo decir que todo empezó cuando solo tenía quince años y me vi obligado a escapar de mi casa tras ser injustamente acusado por un delito que no cometí, lanzado a un mundo cruel donde debía hacer lo que fuera necesario por intentar sobrevivir, conseguir algo de comida y un lugar donde pasar las noches.

Desde el momento en que mi familia me dio la espalda, trabajé como cargador en algunos mercados, lavando carros, repartiendo pedidos e incluso como dealer para algunos tipos malos, algo de lo que no estoy orgulloso, pero el hambre es cabrona y cuando enfrentas tus valores contra la posibilidad de morir por inanición... bueno, supongo que al respecto sobran las palabras.

El caso es que cuando tenía alrededor de diecinueve años, una señora, a quien en el barrio le decíamos Panchita y que generalmente coqueteaba conmigo cuando repartía mercancía en sus puestos, me ofreció algo de plata por pasar un rato con ella, una propuesta que al principio me negué a aceptar pues aquella mujer no era alguien físicamente agradable y no me hacía la más mínima gracia coger con una señora obesa y cuyo olor era inusualmente nauseabundo; no obstante, cualquier reticencia que pudiera haber tenido se fue al carajo cuando me dijo que, si aceptaba su trato, me daría dos mil pesos tan solo por pasar una hora con ella.

No me podía creer que estuviera dispuesta a darme tal cantidad de dinero por un poco de sexo, me parecía increíble poderme ganar en tan solo una hora una cantidad de plata para la cual tendría que trabajar más de una semana cargando camiones y haciendo repartos.

Acepté sin hacerme mucho de rogar tras escuchar la cantidad que me ofrecía, para que luego nos metiéramos en una de sus bodegas y me la cogiera sobre un montón de costales de papas, cerrando los ojos para tratar de pensar que estaba con otra mujer mientras escuchaba sus gemidos y sentía sus manos tocando mi cuerpo, recibiendo una y otra vez desagradables escalofríos hasta que logré hacer que se viviera, poco antes de que ella me hiciera eyacular cuando se metió mi verga en la boca.

No fue un episodio agradable el que pasé con esa mujer durante el tiempo que estuvimos juntos, sentí asco e incluso un poco de miedo, pues si bien no era la primera vez que estaba con una hembra, sentir cómo se retorcía bajo mi cuerpo, escuchar como gemía y gritaba enloquecida, fue un espectáculo un poco aterrador; sin embargo, aquella experiencia me abrió los ojos ante una posibilidad que ni siquiera sabía que existía, una oportunidad que al descubrirla no tuve la menor duda en aprovechar.

Fue Panchita quien me ayudó a correr la voz de mi nuevo negocio entre otras mujeres del mercado y sus alrededores, señoras que iban a hacer el mandado para sus casas, entre las cuales sobresalían mujeres divorciadas, viudas y aquellas damas reprimidas cuyos maridos habían dejado de prestarles atención en la cama.

Esther: despedida de soltera en familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora