7. Esther

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Estaba muy molesta porque Paola nos hubiera interrumpido. Me sentía muy excitada por la plática que tuve con Rock y no paraba de imaginarme en las escenas de los libros que tanto me gustaba leer, siendo yo la protagonista, la chica a quien golpeaban, a quien ajustaban un collar al cuello la trataban como esclava, la que obedecía ciegamente, besaba las botas de su amo y se mostraba siempre servicial ante su dueño.

El solo pensar en ser tratada de esa forma por Rock, me hacía hervir la sangre, sentir cómo mi piel se erizaba y mi vagina cosquilleaba ante la ansiedad que experimentaba a la víspera del momento en que ese hermoso hombre y yo nos encontráramos a solas.

- Al fin apareces, niña, ¿Dónde estabas? - preguntó mi madre de pronto, mientras cruzaba el salón y ella caminaba hacia mí con un vaso de jugo en la mano, una bebida que sospechaba que tenía algo de licor, lo cual quedó claro cuando se acercó lo suficiente como para dejarme oler su aliento.

- Estaba en las tinas de afuera, me dijo Paola que me estabas buscado, ¿Qué quieres? - dije en un tono fastidiado mientras miraba a mi madre a los ojos, quien mostraba una actitud altiva y soberbia con la cual hacía evidente lo mucho que disfrutaba de todos los lujos que aquella cabaña le proporcionaba.

- Me dijeron que has pasado tiempo con ese chico, Rock, espero que recuerdes el...

- No te preocupes, mamá, tu pequeña fortuna está a salvo, a diferencia de ti, yo no me acuesto con el primero que se me cruza enfrente - dije fastidiada de que ella y las brujas de mi futura familia, me recordaran a cada instante que debía conservar mi virginidad intacta.

Mamá me miró con severidad y estoy segura de que estuvo a punto de decirme algo que seguramente resultaría sumamente hiriente, sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, Mónica se apareció.

- Buenos días, señorita Esther, ¿Ya ha desayunado? ¿Quiere que le preparen algo? - dijo amablemente la anfitriona mientras mi madre apretaba la mandíbula tras haberse visto obligada a tragarse el regaño y toda la mierda que tenía reservada para mí.

- Gracias, Mónica, pero no es necesario, iré a darme una ducha y luego me recostaré un rato.

- Perfecto, pero de cualquier manera si necesita algo, por favor, hágamelo saber, señorita - dijo la anfitriona, entendiendo perfectamente que había adoptado aquel tono y discurso formal dado que mi madre estaba con nosotras.

En aquel momento me sentí completamente agradecida con esa chica por darme el pretexto perfecto para largarme de ahí e irme a mi habitación, cerrando la puerta tras de mí, para luego dejarme caer en la cama, sintiendo de inmediato que seguía presente el efecto que Rock había provocado entre mis piernas, cosquilleando entre mis labios, estremeciéndome, erizando mi piel.

Sin hacer mucho esfuerzo, me retiré las pocas prendas que llevaba puestas hasta quedar desnuda y empezar a tocar mis labios, encontrando mi entrepierna caliente e inundada de fluidos que no paraban de salir de mi vagina, mientras cerraba los ojos y comenzaba a revivir lo que Rock había hecho conmigo cuando estuvimos solos, cuando me mostró las bondades de sus labios y me permitió descubrir lo delicioso que se sentía tener en la boca una verga como la suya.

Los gemidos escapaban a raudales de mi boca mientras me entregaba a las caricias autoinfligidas, moviendo las caderas mientras mis dedos acariciaban mis labios y la palma de mi mano hacía presión sobre mi clítoris, entregándome a la fantasía, a la idea de sentir a Rock entrando en mi cuerpo, de gemir mientras me penetraba y sacudir mi cuerpo con ansiedad. La puerta se sacudió con un par de golpes que me sobresaltaron y me hicieron detenerme de inmediato.

- Esther, soy yo ¿Puedo pasar? - gritó Rebeca desde afuera de la habitación, provocando que sintiera un gran alivio al saber que era justamente ella, haciendo que reanudara de inmediato mis caricias, sabiendo que con ella podría tener esa cierta confianza que solo se experimenta con quien es tu mejor amiga.

Esther: despedida de soltera en familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora