8. Rodrigo

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Me cuesta trabajo explicar la horrible sensación que experimenté al ver a Esther al borde de las lágrimas cuando me vi obligado a irme con Martha y Julia, un par de mujeres que no estaban en dominio de su cuerpo ni tampoco de su decisiones, que me condujeron a la habitación de una de ellas mientras acariciaban mi cuerpo con sus manos y sus labios, hasta que entramos en la recámara y cerraron la puerta, antes de empujarme para caer de espaldas sobre la cama y quedarme ahí, contemplando la torpe y nada sensual forma como se desnudaban frente a mí; no obstante, mentiría si dijera que no fue excitante ver cómo se abalanzaban en mi contra, sentir sus labios y sus manos recorriendo mi cuerpo con desesperación, mientras me expresaban el deseo que sentían por mí con la humedad de sus lenguas al lamer mi piel y el sonido de sus bocas cuando besaban mis músculos; pero de la misma formo como no podría negar a excitación que me embargaba al estar con ese par de hembras, tampoco podría rehuir al hecho de que me fue casi imposible dejar de pensar en Esther, pues simplemente no pude desviar mi atención de mis continuas preocupaciones que me llevaban a preguntarme en dónde estaría, cómo se sentiría y qué era lo que estaría haciendo en aquel momento, mientras esas mujeres me devoraban como fieras hambrientas.

- ¡Estás bien bueno, Rock! ¡Vamos a ver si eres tan buen amante como tu amigo! - dijo Julia, con las palabras arrastradas, mientras tomaba mi miembro con su mano y comenzaba a masturbarlo, a la vez que su madre se sentaba a horcajadas sobre mi cara, colocando su vagina en mis labios, mirándome desde arriba mientras se acariciaba los senos y me dedicaba la sonrisa más lasciva que nunca antes había visto, acompañada de una mirada astuta y suspicaz.

- ¡Ahhh! ¡Cómete mi concha, chico! ¡Ahhh! ¡Ahhh! - dijo entre gemidos mientras cerraba los ojos y se dejaba llevar por lo que mis labios le hacían, antes de que su voz resonara de nuevo, diciendo palabras que parecía haber querido decir desde mucho tiempo - ¿Sabes algo? ¡Tengo la sospecha de que tú y Esther se traen algo entre manos! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡No me gustaría pensar que vas a arrebatarle la oportunidad de ser alguien en la vida a esa cazafortunas! ¡Ahhh! ¡Ahhh! - dijo Martha, haciendo que mi lengua se moviera con más fuerza y a una velocidad inimaginable sobre su clítoris, imprimiendo en esos movimientos cada partícula de la rabia con que me habían contagiado sus palabras - ¡Así, mi amor! ¡Así! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! - gemía y gritaba Martha, mientras sentía cómo mi miembro era dulcemente abrazado por los labios de su hija, experimentando la forma como su lengua se enroscaba en mi pene, la manera como mi miembro entraba y salía lentamente de su boca, entre los gemidos que expresaba y que probablemente se estaba provocando al masturbarse mientras mamaba de mi sexo - ¿Sabes algo? ¡Ahhh! ¡Esa niña tiene suerte! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Su futuro está asegurado! ¡Y ni siquiera va a tener que coger demasiadas veces con mi hijo! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Solo tendrá que ser su juguete hasta que lleguen los niños! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Después ella solamente será la cara ingenua y servicial que se pare en las fotos a un lado de mi hermoso hijo! ¡Ahhh! ¡Ahhh!

Era evidente que las palabras de Martha surgían impulsadas por todo el alcohol que había ingerido, de otra forma, dudo mucho que se hubiera atrevido a pronunciarlas frente a un extraño, pero en aquel momento en que mi boca era invadida por los fluidos de esa mujer y la veía retorciéndose de placer sobre mi cara, solo podía pensar en mantenerla excitada por tanto tiempo como pudiera, solo quería extender aquel soliloquio lo más que pudiera para que siguiera expresando lo que en realidad pasaría con mi prima, una vez que se casara con su hijo.

- ¡Ahhh! ¡En serio que no me puedo creer que Ana vendiera a su hija! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ella sabía perfectamente bien lo que le esperaba a Esther! ¡Ahhh! ¡Así, mi amor, así, más rápido! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! - dijo esa mujer al sentir cómo mi lengua volaba sobre su clítoris, sin tener idea de que era justo el coraje que me inspiraban sus palabras lo que me hacía estimular su concha con tal energía, viendo cómo se retorcía, cómo meneaba las caderas y se apretaba los senos hasta estallar en un orgasmo cuyos fluidos fueron en gran medida alojados por mi boca, haciendo que los movimientos de sus caderas se detuvieran un poco antes de que bajara de mi cara y se recostara a un lado de mí, respirando con dificultad, sobándose las tetas con ansiedad - ¡Esa patética mocosa, no sabe lo que le espera a lado de mi hijo! - expresó con inusitada frialdad y rabia contenida en sus palabras, haciendo que volteara a ver la forma como sus manos se restregaban en su rostro y sus ojos parecían perderse en la nada, una evidencia más de lo tomada que se encontraba.

Esther: despedida de soltera en familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora