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Ni Jimin ni Charl tenían sus caballos en Bath, pero sí pudieron alquilar uno para ese día.

Jimin devolvió a las caballerizas públicas la primera montura que le llevaron aduciendo que llevaba montando desde que tenía uso de razón y no tenía la menor intención de dar tumbos por el camino a lomos de un jamelgo que parecía cojear de las cuatro patas.

El segundo animal recibió su aprobación aunque lady Holt-Barron lo consideró lo bastante brioso como para necesitar la mano firme de un hombre en las riendas y le rogó encarecidamente que tuviera mucho cuidado.

—¿Qué le diría al duque, lord Jimin, si vuelve a casa con el cuello roto? —⁠preguntó retóricamente.

Atravesaron Gay Street en dirección a la Abadía, donde habían acordado encontrarse con los otros seis jinetes que compondrían el grupo.

Era un día glorioso, templado como para parecer estival, pero con la frescura del otoño en el aire.

—Como continuemos a este paso de caracol una vez que salgamos de la ciudad, te juro que me dará un pasmo, Charl —⁠le dijo a su amigo— ¿Tan pánfilas son las Darwin?

—Me temo que sí —respondió Charl con una risilla⁠— No todos somos unos jinetes tan temerarios como tú, Jimin. ¿Crees que el conde de Willett pasará algún tiempo a solas contigo? Se ha mostrado muy insistente durante estos últimos días. Debe de estar a punto de declararse.

—¡Por el amor de Dios! —exclamó. Le había estado dando ánimos al hombre con la simple intención de desanimar al marqués Min, que había estado divirtiéndose a su costa con total deliberación y que parecía tener la fórmula exacta para hacerle perder los papeles en público. Para un hombre que seguramente no habría tenido un pensamiento serio en toda su vida debía de ser graciosísimo. Por desgracia, el conde de Willett no necesitaba que lo animara⁠— Espero que pueda evitarle la vergüenza.

—¿Eso quiere decir que no aceptarás su proposición? —⁠le preguntó su amigo.

Debería aceptar, pensó Jimin. Era un conde con una

extensísima propiedad en Norfolkshire y con una fortuna inmensa, según se rumoreaba; además de la perspectiva de incrementarla tras la muerte de su tío.

Era bastante agradable, aunque sus modales eran un tanto rígidos.

Recibiría la aprobación de NamJoon.

Debería casarse con él y acabar con todo de una vez.

Sin embargo, el recuerdo de la pasión que compartió con Kit Butler durante un breve verano cuatro años atrás acudió sin previo aviso a su mente.

Y en ese momento su mirada se posó en la magnífica estampa del marqués Min mientras se acercaban al lugar de reunión convenido.

Y supo que quería mucho más de la vida que el mero hecho de conformarse con un matrimonio que prometía respetabilidad y fortuna.

Montaba un caballo negro de pelaje brillante y fuerte temperamento… el marqués, por supuesto.

Sintió un ramalazo de envidia.

Sus largas piernas, embutidas en unos pantalones de montar de ante y unas botas altas negras, destacaban mucho más cuando estaba montado.

Al igual que sucedía con el resto de su persona.

Tal vez fuera un hombre frívolo y licencioso, que lo ponía de malhumor y a la defensiva cada vez que lo tenía cerca, pero al menos estaba vivo y lo hacía sentirse vivo.

Y le agradecía en gran medida que hubiera sugerido esa excursión, aunque esperaba que fuera algo más que un trote a paso de caracol por la campiña.

—Creo que no —dijo en respuesta a la pregunta de Charlotte⁠— Intentaré por todos los medios no cabalgar a su lado. Me estropearía el día por completo, y seguro que también se lo estropearía a él en caso de que decidiera hacerme la pregunta hoy.

леко скандално YoonMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora