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El pequeño cuerpo de Minnie descansaba luego de haber pasado una noche muy mal, el rubiecito jamás había sentido cosas como las que sintió: Escalofríos, sudor por todo el cuerpo

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El pequeño cuerpo de Minnie descansaba luego de haber pasado una noche muy mal, el rubiecito jamás había sentido cosas como las que sintió: Escalofríos, sudor por todo el cuerpo. Era una sensación abrazante que le quemaba todo cada partícula de su cuerpo y en su interior, algo le rasgaba fuerte como si un animal invisible se le hubiese metido dentro del pecho.

Podía escucharlo, le susurraba cosas que no lograba entender como “Alfas” y “Pareja” e incluso podía sentir que aullaba. Pero afortunadamente el sacerdote tenía supresores, esos ayudaron con el problema del chico.

Ahora dormía plácidamente en aquella camita de la pequeña habitación donde los únicos ocupantes de la casa parroquial vivían. Era una habitación modesta y bonita, nada comparada a la antigua donde vivía. Esa no tenía una cama suavecita, era un catre viejo que su madre pudo comprarle de segunda cuando su cama vieja se arruinó por completo. Las ventanas no tenía vidrio así que con cartón trataba de evitar la ráfaga de aire por las noches, no tenía nada más que solo una sucia y vieja caja donde guardaba las pocas prendas que poseía al igual que una bolsa vieja donde guardaba sus únicos tesoros y los extrañaba: Un carrito ya sin dos llantas y desgastado. Un libro de cuentos y una foto de él junto a su madre.

Quizá Minnie no volvería a ver esos tesoros, pero al menos, ahora el pequeño se sentía como en el paraíso. Podía comer tres veces al día, tomaba leche, le daban permiso de comer golosinas y sus favoritos sin duda eran las galletas recién hechas y el chocolate dulce. Amaba comer eso, sobre todo los aromas de ambas cosas, y más cuando se combinaban. Aquello que no sabía que era se movía en su interior al pensar en esas dos golosinas, rasguñaba con fuerza.

—Minnie, el desayuno está listo.

Los toques en la puerta lo sacaron de sus pensamientos, se levantó perezosamente a abrir. Al menos podía darse el lujo de levantarse tardecito, no le regañaban si dormía más de la cuenta. Su padre solía echarle agua fría si no se apresuraba.

El beta estaba parado al otro lado con una gran sonrisa en su rostro.

—Hola, Minnie. ¿Dormiste bien?

—Minnie durmió muy bien, Mingseon hyung. Ya no duele pancita —Sonrió achicando sus ojitos.

—Me alegro, vamos a comer.

Juntos fueron a la cocina donde el aroma a Hotcakes inundó su nariz e hizo que su paladar vibrara. La leche ya estaba servida y había tocino en la mesa.

—Hola. Minnie. ¿Estás bien, pequeño? —Preguntó el sacerdote, mirando al rubio cuando este entró al comedor.

—Sí, Minnie bien. —Sonrió.

—¿Estás feliz?

Jimin asintió, bebiendo un largo sorbo de su bebida.

—Sí, pero a Minnie le da risa su vestido —Señaló y volvió a reír, contagiando a Mingseon.

El Bebé de los Alfas Jeon | Kookmin ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora