Alexander se apresuró a cambiarse en los vestidores sabiendo que estaba tarde para la práctica matutina. Esa mañana su despertador había decidido que era un buen día para dejar de funcionar y si no hubiese sido por los gritos de su madre, bendita sea, sabía que no se habría despertado hasta por lo menos dentro de unas 5 horas. Y Alexander Díaz podía ser un chico intimidante, era alto, torso grande, atractivo y su historial de chico problemático ayudaba a la causa, sin embargo, si había algo que pudiese asustar al morocho era su entrenadora. La entrenadora Hernandez era una mujer que no podía medir más de 1.54cm, pero con un carácter impresionante; era una mujer que conocía el fútbol como la palma de su mano y el equipo sabía que si existía alguien capaz de hacerlos ganar los intercolegiales era ella.
Una vez en la cancha, y tras una buena reprimida de la entrenadora en donde tuvo que aceptar quedarse un rato luego a ordenar todo, Alexander se puso a hacer el entrenamiento con los demás; por suerte no era día de gimnasio. Estaban haciendo pases de a dos como pre-calentamiento y cada cierto tiempo tenían que cambiar de compañero.
Alexander no había olvidado lo sucedido el día anterior, honestamente, no creía ser capaz de borrarlo de su mente; había estado toda la noche dando vueltas en la cama pensando una y otra vez en el tema. No era la primera vez que tenía una erección en público, pero que le hubiese sucedido estando debajo del cuerpo de la persona que más odiaba y, peor aún, que Eros lo hubiese notado, era sin duda lo más denigrante que le había pasado en la vida.
Quizás debería mudarse.
Sí, eso sonaba como una buena idea. Sin embargo, más hallá de lo humillado que se sintiera, no había manera alguna en la que fuera a permitir que Eros pensara que había ganado; eso sí que sería su fin. Así que el morocho razonó que lo mejor era fingir que nada había pasado y tomarlo con la mayor calma posible. Después de todo, era una reacción corporal de lo más normal del mundo que a cualquier adolescente le podía pasar. Que le hubiese sucedido estando cerca, a centímetros de distancia, de Eros no tenía nada que ver. ¿Cierto?
Cuando el silbato de la entrenadora se hizo presente y tuvieron que cambiar de compañero, Alexander maldijo en voz baja cuando Eros apareció frente suya con aires arrogantes.
—Otra vez tarde, Díaz—dijo el rubio pateando la pelota hacia Alexander con más fuerza de la necesaria.
Alexander no se dejó intimidar, e ignorando los recuerdos de lo que había sucedido la última vez que se habían visto, sonrió con falsedad.
—Sí, bueno, quizás decidí darle una oportunidad a tu novia después de nuestra charla de ayer—respondió con el rencor visible en su tono de voz y pateó la pelota con igual o más fuerza de lo que lo había hecho el rubio.
Alexander detestaba a Eros desde la primera vez que habían entablado conversación unos dos años atrás cuando la familia del rubio se había mudado y Felix, su mejor amigo, se lo había presentado. Era cierto que Eros era un chico atractivo: alto, ojos verdes, pelo rubio oscuro, musculoso (no que Alexander alguna vez se hubiese parado a admirarlo ni nada por el estilo, no, por supuesto que no, era simplemente un dato objetivo), pero luego de compartir unas pocas palabras con él, Alexander no había podido creer que una persona tan arrogante existiese.
Su hablar como si el hecho de que te estuviera hablando, dedicándote una parte de su tiempo, tuviese que ser el mejor logro de tu vida; su caminar como si fuese la persona más importante del lugar y como si todos debiesen estar a sus pie. Joder, era irritante y molesto.
Y aunque al principio Alexander estaba dispuesto a dejar pasar su poca afinidad por el rubio y simplemente tratarlo como trataba a cualquier otra persona que no fueran sus amigos o sus compañeros del equipo, o sea, ignorarlo por completo, la cosa empeoró cuando todo el mundo los comenzó a comparar. Las constantes comparación para ver quién era más fuerte, más atractivo, más inteligente, más todo, no hicieron otra cosa que aumentar la rivalidad entre ellos.

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Mentiras piadosas
Teen FictionAlexander siempre había sido el chico más popular y atractivo del colegio. Con su sonrisa cautivadora, su belleza prácticamente inigualable y su encanto innato, era sólo natural que él estuviera en la cima. O al menos lo había sido hasta la llegada...