En la mañana del viernes Alexander se arrepintió completamente de haberse quedado hasta tan tarde despierto hablando con Eros. En tres clases distintas los respectivos profesores le habían llamado la atención por dormir y solamente había podido descansar los buenos 45 minutos que duraba la hora de historia, en donde la profesora Llanos ni se gastó en ver por qué había un libro parado sobre el banco de Alexander o por qué no se veía la cara del morocho; ni siquiera lo había despertado cuando unos pequeños ronquidos se habían comenzado a escuchar desde el fondo de la clase. Alexander estaba seguro que la señora Llanos lo había dejado dormir porque el morocho era indiscutiblemente su alumno preferido; era la única persona de la clase que se había manejado para obtener dieces en todos los exámenes que habían tenido el año pasado y era el único que aportaba comentarios útiles (o al menos eso era lo que pensaba Alexander). Historia era la metería preferida del morocho y su interés por ella era tal que Alexander ya sabía todo lo que verían en el año.
El almuerzo en la cafetería no fue mucho mejor. Felix y Alexander, como todos los días salvo los martes y miércoles, que eran los días que los mejores amigos compartían almuerzo con su amiga Elena, estaban sentados en una mesa larga con el resto de los 11 chicos del equipo de fútbol y el morocho nunca había tenido tanto problema para comprender qué chica había rechazado a Hugo, uno de los defensores, el martes pasado.
Alexander podía sentir el cansancio en su cuerpo y no estaba seguro de cómo haría para sobrevivir al entrenamiento que le esperaba por la tarde; el morocho suspiró y se pasó una mano por el rostro tratando de eliminar aunque sea un poco del sueño que sentía.Sorpresivamente cuando Alexander volvió a abrir los ojos, el causante de su desvelo había decidido cambiar su habitual lugar a un par de sillas del morocho para tomar asiento justo al lado de Alexander. Alexander levantó una ceja, curioso y desconcertado de por qué Eros había decidido sentarse a su derecha cuando generalmente Paolo, el arquero, lo hacía. El rubio simplemente ignoró la mirada inquisitiva que Alexander sin disimulo le estaba dando y mantuvo su vista al frente.
Cuando el morocho se dio cuenta de que Eros no planeaba decir nada (y que planeaba fingir total demencia), decidió hablar primero.
—Bueno, bueno—dijo Alexander con la voz suficientemente baja para que sólo Eros lo escuchara—. Creo que el que va a tener que vigilar que no lo sigan a casa voy a ser yo—bromeó Alexander con relación a lo que el rubio había dicho el día anterior en la hora de ciencias.
Eros reprimió una sonrisa, aún sin mirar al morocho.
—Estoy seguro que el día que vaya a tu casa va a ser con una invitación previa, Díaz—respondió el rubio insinuantemente con un guiño de ojo.
Alexander miró a sus costados para asegurarse de que ninguno de los chicos del equipo los estuvieran viendo o, peor aún, escuchando, pero pronto se dio cuenta que no tenía de qué preocuparse puesto que la mayoría de sus compañeros estaban demasiado enfocados en enviarle miradas de odio a los del equipo de básquetbol como para prestarle atención a nadie más o demasiado metidos hablando sobre la fiesta del sábado; Alexander se contuvo de reír al ver a Felix interrogando a Abel, uno de los defensores, y el responsable de que el año pasado medio equipo de basquetbol hubiese tenido que correr por el campo de fútbol desnudos usando únicamente la cortina de las duchas para taparse, y tratando de averiguar si estaba planeando algo parecido para este año y aconsejándole fuertemente que desistiera de hacer cualquier broma pesada contra el equipo enemigo.
Mientras Alexander daba un vistazo alrededor de la mesa se dio cuenta que Eros era el único que no tenía una bandeja de comida enfrente suya. El morocho ignoró por completo el comentario anterior de Eros y cambió de tema inconscientemente:
—¿No comes nada?—preguntó Alexander extrañado. Tanto él como cualquiera del equipo comían cantidades de comida excepcionales, por lo que ver a alguno sin bandeja era raro—. No me digas que aparte de cocinar también te da flojera hacer una fila—se apresuró a agregar el morocho con una pequeña sonrisa burlona, temiendo haber sonado como si le importase o preocupase que Eros comiese.
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Mentiras piadosas
Dla nastolatkówAlexander era el chico más popular y atractivo del colegio. Siempre lo había sido. Con su sonrisa cautivadora, su belleza prácticamente inigualable y su encanto innato, era sólo natural que él estuviera en la cima. O lo era hasta la llegada de Eros...