Para la hora del almuerzo del miércoles Alexander seguía sin haberse cruzado a Eros. Y si bien cualquier otro día aquello hubiese sido motivo de celebración, después de todo, no tener que ver ese odioso rostro más de la cuenta ponía a Alexander contento, aquel día necesitaba hablar con el rubio urgentemente. En realidad, hablar era lo último que quería. Matarlo más que nada.
Alexander no prestó mucha atención a las personas que se corrían de su camino para dejarlo pasar adelante de la fila. Tomó su comida y se sentó en su mesa al lado de Felix y Elena mientras buscaba con la mirada a Eros; lo encontró sentado junto a dos chicos del equipo y otras dos chicas. El rubio tenía una pequeña sonrisa en los labios mientras el resto de la mesa reía de algo. Alexander sintió su sangre hervir y apretó su mano en puño al reconocer a la chica que tenía Eros a su derecha: Clara, la única novia que Alexander había tenido y que, de hecho, lo había engañado con el mismísimo Eros en una fiesta que había organizado el morocho en su propia casa.
Joder, Alexander los detestaba a los dos.
El morocho clavó ausentemente su tenedor en su plato de comida, acuchillando la pasta como si fuera la cabeza de Eros. Apretó la mandíbula con fuerza cuando el rubio ni siquiera le devolvió la mirada.
—Estás mirando muy fijamente—advirtió Elena mientras comía un pedazo de carne, ignorando la masacre de fideos que estaba haciendo el morocho en su plato.
Alexander abrió la boca para decir algo pero fue interrumpido:
—Ya lo sabemos. Lo odias—dijo Felix con un tono de voz cansado, como si fuera algo que escuchara todos los días. Cosa que, en realidad, lo era.
Alexander frunció el ceño y apartó la vista de la mesa de Eros para clavarla en su mejor amigo. Abrió la boca para decir algo más, pero fue interrumpido.
—Y es un hijo de puta—agregó la rubia arqueando una ceja como desafiándolo a que se animara a negar que eso era lo que estaba pensando decir.
Por supuesto, eso era exactamente lo que el morocho estaba por decir. Alexander chasqueó la lengua y se acomodó en su asiento, irguiendo la espalda.
—En mi defensa, lo odio y es un hijo de puta—aseguró con firmeza, cruzándose de brazos.
Elena suspiró y apoyó sus cubiertos sobre la mesa para mirar a su amigo a la cara.
—Lo sabemos, Lex. En serio lo hacemos. Créeme, no hay forma en la que podamos olvidarlo—dijo con un deje de ironía la rubia. Alexander la miró mal, pero ella ignoró su mirada—. ¿Pero no crees que es momento, quizás, de dejar el pasado atrás?—dijo con cautela.
Elena Writ era la mejor amiga de Felix y Alexander. Los chicos la habían conocido en quinto grado cuando Elena había hecho una fiesta de cumpleaños y ellos habían sido los únicos en ir; era loco pensar cómo había pasado de una niña a la que nadie parecía querer acercársele a años más tarde ser la chica más envidiada, querida y deseada de todo el colegio. Su cabello era rubio, sus ojos azul oscuro y su piel estaba unos tonos bronceada. Era inteligente, tenía una figura esbelta y era prácticamente de la misma altura que Felix. Además, era la capitana del equipo de voleibol femenino del colegio. Alexander y ella habían probado salir por un tiempo, pero se habían dado cuenta que el amor que sentían el uno por el otro era más fraternal que otra cosa.
Los tres se conocían hacía años y es por eso que sabían que hablar del tema "Eros" con Alexander nunca terminaba bien. De hecho, nada que involucrara a Eros y Alexander terminaba bien. Sin embargo, Elena quería lo mejor para su amigo y si eso significaba tener que aguantarse un poco más de malhumor y testarudez de parte del morocho, lo haría.
ESTÁS LEYENDO
Mentiras piadosas
Novela JuvenilAlexander era el chico más popular y atractivo del colegio. Siempre lo había sido. Con su sonrisa cautivadora, su belleza prácticamente inigualable y su encanto innato, era sólo natural que él estuviera en la cima. O lo era hasta la llegada de Eros...