CAPÍTULO 24 | MI SATÉLITE FAVORITO

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«Don't you know that I am right here

Harry Stiles - Satellite


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Ninguno de los dos hermanos se dio cuenta del tiempo que pasó mientras hablaban. Sus conversaciones comenzaron siendo algo simples y dubitativas, porque no querían tocar ningún tema que fuera sensible o doloroso para el otro o incluso para ellos mismos. Pero con el paso de los minutos y, después de dedicarse miradas de ternura y sonrisas sinceras, la complicidad entre ambos fue creciendo y al final terminaron contándose muchas cosas importantes. Tanto de la vida de ella como de la vida de él.

Aemond le contó lo ocurrido años atrás, cuando después de discutir con su madre y con su padre tuvo un accidente que casi le costó la vida. También le habló sobre sus amigos, que fueron su gran apoyo desde siempre, sobre Alys y los años que estuvieron juntos, y como finalmente él decidió romper todo aquello cuando conoció a su actual pareja porque llegó a la conclusión de que no sentía lo mismo por ella. No estaba orgulloso de cómo actuó, pero sí tenía claro que hubiera terminado su relación con Alys de todas formas.

Y, por supuesto, le habló de Lucerys Corr, su novio y la persona que había conseguido devolverle el sentido a su triste y monótona vida. Los ojos de su hermana se iluminaron al ver el cariño y el amor con los que su hermano describía al chico del que se había enamorado.

Le gustó el nivel de complicidad que ya tenían a pesar de llevar pocas horas juntos, porque no tenían reparos de contarse ese tipo de cosas tan profundas e íntimas.

Katherine por su parte, le confesó que su primer y único amor había terminado muy mal cuando descubrió que en realidad él nunca la quiso; se había aprovechado de ella el tiempo que estuvieron juntos y, cuando la primera bofetada llegó después de ignorar malas palabras y maltrato psicológico, Kate dio punto final a su relación, no sin antes amenazarle con cortarle las manos si volvía a tocarla.

Aemond sintió cómo su sangre hervía dentro de sus venas solo por el hecho de imaginarse a ese hijo de puta, que ni siquiera conocía, poniéndole la mano encima a su hermana. Pero ver que ella se pudo defender lo dejó algo más tranquilo.

–De hecho, le rompí la nariz...

Sus ojos se abrieron de par en par y una sonrisa se adueñó de su boca.

–¿En serio? –preguntó, demasiado alegre por escuchar eso. Ella se encogió de hombros.

–Le dije que no quería volver a verlo y, antes de marcharme, volví a entrar a su casa con la excusa de que se me había olvidado algo, entonces le di un puñetazo –su risa resonó por su pequeño apartamento–. No he vuelto a verlo desde entonces.

OTOÑO EN TU MIRADA | lucemondDonde viven las historias. Descúbrelo ahora