Los viajes en tren tenían un encanto clásico, contaban incluso aunque fuera el metro de Nueva York, al menos era así en opinión de Jing Li, quien, de todos modos, no había hecho un viaje en un tren real jamás en su vida.El metro era su único punto de referencia.
El chico del tren había dejado de ser solo el chico del tren dos meses atrás, pero le gustaba ese apodo largo.
La primera vez que lo vio, estaba leyendo un libro, ella llevaba un montón de bolsas de comida y, al verla, se puso de pie y le cedió su asiento.
—Gracias —había dicho Jing tímidamente y él sonrió, ajustándose los anteojos, concentrándose nuevamente en un libro de economía.
A veces coincidían en las escaleras mecánicas, otras, cruzando las puertas o en la entrada de la estación, esas eran sus veces favoritas porque podían hablar más, "¿cómo ha ido tu día?", "¿qué tal el trabajo?", eran sus preguntas habituales. Una de esas veces le había dicho su nombre, antes de que ella se bajara del tren.
Jing siempre era la primera en bajar.
—Por cierto —dijo mientras ella salía— ¡me llamo Harry!
Ella se rio sin saber exactamente por qué.
—¡Jing Li! —respondió a gritos mientras las puertas se cerraban, pero supo que la había escuchado porque sonrió tanto que se le marcaron los hoyuelos.
En ocasiones, Harry leía libros contables, pero más de una vez, lo había visto leer revistas de moda, libros de patronaje, corte y confección.
Llena de curiosidad, se atrevió a preguntarle sobre esos, él se puso colorado, sonrió y sus ojos se achicaron.
—Estoy estudiando economía por mis padres, pero en mi tiempo libre me dedico a aprender más sobre moda, es mi sueño. ¿Tú tienes algún sueño, Jing?
Jing, le gustaba cómo sonaba su nombre cuando él lo decía. Lo meditó un segundo, mientras el tren se detenía y la gente se apresuraba a salir o entrar.
—La cocina —dijo—, me encanta cocinar.
—Eres afortunada, entonces, estás en Nueva York, haciendo lo que te gusta en la vida.
Jing Li asintió, sin entrar en demasiados detalles como que, por ejemplo, tendría que regresar a San Francisco el año siguiente porque el restaurante de su familia se caía a pedazos y todos sus hermanos estaban haciendo algo para ayudar, lo que ella podía hacer era dejar la escuela de cocina y usar ese dinero para arreglos y deudas aunque Ming Li, su madre, no quería.
Conversaron largo rato hasta que llegó su turno de bajar del tren, caminando deprisa porque llegaba tarde al trabajo. Era ayudante de cocina en el restaurante Peony en la Quinta Avenida.
Escuchó pasos tras ella y, cuando se dio la vuelta, Harry corría a toda velocidad, con el pelo revuelto y el abrigo en el brazo, ondeando a causa del viento.
—¡Jing Li! —gritó con una sonrisa y corrió más aprisa hasta llegar hasta ella.
—¿Qué ocurre? ¿Me he dejado algo en el tren?
Él negó con la cabeza y respiró con dificultad, con las manos en las rodillas.
—¿Te gustaría salir conmigo? —dijo casi sin resuello—. En una cita, es decir, es encantador hablar en el tren o en la estación, pero me gustaría conocerte un poco más.
Nunca nadie había corrido tras ella para pedirle una cita y tampoco había tenido tantas citas.
—Está bien si no quieres —agregó casi de inmediato, pero ella asintió, le ardían las mejillas.