Luego de un largo viaje, la tricolor recibió con mucho gusto a su esposo quién estuvo afuera por unos meses por temas de trabajo. Sentía su corazón llorar de la emoción al poder sentir el aroma fuerte a hombre rico del árabe.
Nunca se esperaba que el hombre le trajera regalos de afuera o la invitara a lugares caros, eso no le importaba, lo único que quería era el cariño de aquel asiático.
Aunque para Arabia Saudita quería consentir a su querida venezolana comprándole muchas cosas; el único detalle era que ella tendría que utilizar el dinero de él puesto que no acostumbraba en comprar ropa o algún otro detalle de la moda sin la elección de la venezolana.
Preferiría mil veces salir juntos a comprar y que ella escogiera lo que le gustase.
Y así mismo fue, un sábado se encontraron los dos desocupados y aprovecharon el día para comprar cosas en el Sambil de Caracas.
En el transcurso de visitar cada tienda del centro comercial se preguntó a sí mismo del por qué todo era caro.
Cada vez que podía le decía a la venezolana que tiene el permiso en gastar su dinero cuando ella quisiese, no había ningún límite, pero tenía la gran duda del por qué todos los precios eran súper elevados.
— ¿Qué te parece este vestido? —la fémina salió del vestuario para modelar en frente de su marido, el contrario sonrió con admiración en sus ojos, le daba mucha ternura aquella mujer.
— يبدو مذهلا عليك يا حبي. (Te queda increíble, mi amor.) —dijo.
Observó que la venezolana hizo una cara de disgusto, preguntándole luego qué era lo que sucedía.
— Se me ve una barrigota, déjame buscar otra. —habló para luego adentrarse de nuevo al vestuario.
Arabia Saudita no dijo nada al respecto, no entendió el repentino cambio de humor de Venezuela, pero prefirió esperar y seguir viendo los demás atuendos que se pondría.
— ¿Y este? —salió otra vez para mostrarle un vestido lila escotado en la espalda.
— Me encanta el col—
— No. Tengo unas pepotas en la espalda, la gente me verá con asco. —no dejó a su pareja terminar la frase entrando a continuación al vestuario para elegir otra prenda.
El hombre tragó grueso mientras se quedó mirando a su alrededor, esperó como unos 15 minutos para luego ver a la mujer salir entristecida sin ninguna prenda.
— ¿Qué pasó? —alzó una ceja viendo a la venezolana agarrar su bolso con fastidio.
— Es que, mira ve', ninguno me queda bien, me veo gordísima. —explicó, sintió como el árabe la abrazó por su espalda para así darle muchos besos en el cuello.
— Bebé, ante mis ojos eres perfecta, esos vestidos te quedaron muy hermosos. —susurró el mayor, la de baja estatura soltó un leve suspiro dejando salir el estrés en pensar cosas feas de su cuerpo y dejó que en su rostro se planteara una cálida sonrisa.
Este besó rápidamente los labios esponjosos de la menor y se encaminó hacia una de las vendedoras para comentarle que iba a pagar los vestidos que la venezolana se había probado anteriormente. La conversación llegó a oídos de la tricolor haciéndola acercarse para preguntar qué era lo que estaba haciendo.
— No mientas, sé que te gustaron esos vestidos, los voy a comprar para que me sigas modelando con ellos en casa. —habló coquetamente.
— Eso vale. —murmuró la vendedora, la de 8 estrellas al escuchar el comentario de la chica ajena sonrió con pena y le asintió a su marido para que comprase los vestidos.
— Gracias amor.
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