Capítulo 18

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Capítulo 18

Después de la impresión inicial, Alistear y Janice se abalanzaron entre lágrimas y risas sobre su primogénito, el cual solo les correspondió con una sonrisa tirante.

—Siento tanto no poder recordarlos—dijo con pesar Stear.

—No te preocupes hijo—le respondió su madre—estoy segura que con nuestros cuidados y compañía lo lograrás.

—Lo importante es que te encuentras con vida hijo—dijo alegremente Alistear, un hombre tan alto como su hijo y el mismo cabello castaño, solo se diferenciaban por que el hombre mayor llevaba bigote y sus ojos eran de un castaño claro con unas vetas verdes que le daban un matiz poco usual.

Stear solo correspondió con una sonrisa de medio lado, se encontraba realmente furioso por no poder recordar nada, pero tal y como se lo habían planteado los médicos, solo un milagro podría devolverle su memoria, así que tenía que aprender a vivir con la esperanza de algún día recuperarla.

Albert miraba a la feliz familia que hacía mucho tiempo no veía, y mientras su querido sobrino preparaba sus maletas y después de que el matrimonio Cornwell al igual que su hijo y Albert expresaron su gratitud a Terry, se dirigieron al hotel en el cual se hospedarían a pesar de que Terry les reiteró que eran bienvenidos a hospedarse en su hogar.

—Solo no le digas a Candy que estoy aquí—dijo Albert antes de partir—quiero que sea una sorpresa, te veré mañana Terry.

—¡El día es tan hermoso!—decía Candy mientras caminaba de la mano de su amado. Después de un retraso poco usual en él, habían descartado la idea de ir al zoológico así que entre risas y muchos caramelos que Terry compraba para su amada, pasaron la tarde.

—¿De verdad, te parece hermoso?—pregunto Terry de manera irónica mientras sonreía de medio lado y miraba el cielo arremolinado de nubes que presagiaban que de un momento a otro, llovería. Pero al ver el puchero que Candy hacía, agregó de manera romántica—aunque… pensándolo bien… mientras tú estés a mi lado, todos los días serán hermosos, pues tú serás ese sol que iluminará hasta el día más negro.

Los ojos de Candy brillaban emocionados, sin importarle que estaban en medio de la calle rodeados de un sinfín de gente que iba y venía, pasó sus delicados brazos alrededor de su cuello mientras lo miraba fijamente, Terry sin pensarlo, envolvió la pequeña cintura de su amada sin poder despegar la mirada de su bello rostro, pero sobre todo, de ese par de esmeraldas en los que tantas veces soñó verse reflejado, y sin que el supiera lo que se avecinaba, Candy tomó posesivamente su boca, besándolo como nunca antes; este beso estaba cargado de un sinfín de emociones: de devoción, de anhelo, de amor.

Ese pequeño e inocente beso, hizo estallar todo el deseo contenido en ambos, y mientras este beso se hacía más y más profundo, un ligero viento húmedo llegó hasta ellos, provocando que esa burbuja de intimidad que parecía haberlos alejado de todo y de todos se rompiera.

Corrieron como niños pequeños a resguardarse de la lluvia que había caído quien sabe desde hace cuánto tiempo, pues ellos estaban tan absortos el uno en el otro, que de no haber sido por aquel viento frio, no se habrían percatado de que tenían la ropa ligeramente empapada. Candy tenía las mejillas arreboladas, mientras respiraba agitadamente, en parte por aquel avasallador beso que despertó en ella cosas que nunca antes había sentido.

Terry miraba a su pecosa detenidamente, aquel hermoso vestido de un rosa claro, ahora se le había pegado ligeramente al cuerpo como si fuera una segunda piel, sus rizos antes cuidosamente ordenados, ahora lucían alborotados y en conjunto con sus labios ligeramente hinchados y sus mejillas sonrojadas, le daban un aire lleno de sensualidad, que provocó que un millón de emociones encontradas, estallaran.

La fuerza del destino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora