Epílogo

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Epilogo

Candy miraba al padre árbol en todo su esplendor, la suave brisa mecía las hojas del árbol, a la vez que jugueteaba con sus rizos, mientras acomodaba un rebelde mechón detrás de su oreja, se preguntó qué tan lejos podría trepar, antes de que sus amigos se dieran cuenta de su ausencia.

—Ni lo piense señora Grandchester—escuchó a su espalda, la voz de su marido, a quien por cuestiones de trabajo, hacía poco más de dos mes que no veía.

—¡Oh, Terry, veniste!—decía entre lágrimas Candy, mientras se lanzaba a los brazos de su amado.

—Por nada del mundo me perdería tu cumpleaños—le dijo besándola delicadamente—conque queriendo trepar el padre árbol ¿verdad?

—oh, no yo solo… miraba—decía Candy, sonrojándose.

—Si, como no—respondió con una media sonrisa Terry—solo espero que tú, pequeñín, no te comportes como tu madre—decía Terry a la pequeña barriga apenas visible de Candy.

Momentos como ese, eran los que amaba Candy. Muy pronto cumplirían cinco años de casados, y apenas hacia dos meses que por fin, serian bendecidos con la llegada de su primer hijo. Antes de eso, Candy veía como una a una, sus amigas habían sido bendecidas más de una vez con la llegada de un hijo, y aunque aparentaba no darle importancia para no preocupar a su amado esposo, la realidad era que, se sentía muy mal de no verse realizada por completo.

Caminaron de la mano en dirección al hogar de pony, el cual, distaba mucho de aquel que Terry conoció, y más aún, en el que Candy creció. Gracias a un trato que su abuelo había hecho con el señor Cartwright años atrás, este le vendió las tierras.

Albert de igual manera, había ayudado a ampliar el hogar, el cual ahora daba asilo a muchos niños más. Y ahí, en medio del gran prado, se estaba organizando una celebración de cumpleaños en honor a Candy y Annie.

Estaban todos sus seres queridos, incluso Eleanor, quien desde que se enteró que Candy estaba embarazada, no se despegaba de su lado. Mark estaba felizmente jugando con sus pequeños hijos, frutos del amor de él y de Elisa y la pequeña hija de Neil, quien apenas estaba aprendiendo a caminar.

—¡Tío Terry!—entre gritos, se lanzó una hermosa niña de poco más de cuatro años, de cabellos color caoba, y unos profundos ojos azules—quería ir tras de ti, pero mama dijo que tu querías ver a tía Candy.

—hola Natalie—saludó a la pequeña, envolviéndola entre sus brazos—pues hiciste muy bien en obedecer a tu madre, pequeña.

—claro, pues querían besar sus bocas—dijo un pequeño niño de cabellos color chocolate, y unos profundos ojos marrones, mientras Terry y Candy reían ante las ocurrencias de ese pequeño.

— ¡Evan!—exclamó Patty, retando al pequeño— ¡esas cosas no se dicen!

—Sí, mamá—dijo apenado el niño, echando a correr en dirección hacia donde estaban jugando los demás niños.

—¿y tu mamá, Natalie?—preguntó Candy.

—Fue a descansar un momento—dijo la pequeña—aunque creo que tiene miedo de salir volaaando como un globo ¿tu barriga no crecerá tanto, verdad tía Candy?

—Natalie, da gracias que tu madre no te escuche ¡eh!—dijo Archie, guiñándole un ojo a su hija—ahora sí, estamos todos completos—exclamó Archie.

—qué alegría verte Grandchester—exclamó Elisa, quien acariciaba rítmicamente su prominente barriga.

—¿Y cómo va tu embarazo?—preguntó Terry.

—creo que un día de estos, nos dará la sorpresa, solo espero que sea niña, pues ya tengo suficiente con los gemelos y Mark comportándose como niño pequeño—decía mientras miraba a su marido jugando con uno de sus rubios hijos.

Repentinamente, un auto aparcó a la entrada del camino al hogar, los ojos de Neil y Elisa, por un instante brillaron esperanzados, pero el brillo se apagó al ver descender solamente a su padre. Sara Legan, no había asistido a ninguna de las bodas de sus hijos, ni siquiera conocía a sus nietos. Candy quien notó la tristeza de su amiga, le dio un ligero apretón en la mano, pues sabía lo mucho que Elisa Legan detestaba llorar en público.

—¡Papi!—exclamó Elisa lanzándose a los brazos de su padre—te e extrañado tanto… que bueno que pudiste venir.

—¡Elisa! ¡Pero mira que grande estas!—dijo el señor Legan provocando que todos rieran por sus palabras—¿y dónde están esos pilluelos?

Sus dos nietos se abalanzaron sobre su abuelo, mientras este les abrazaba fuertemente. Vio la pequeña figura de Eloise, acercarse con pequeños pasos a él. La tomó en volandas, mientras las pequeñitas manos jugaban con su bigote.

—Padre—lo saludó Neil.

—hola hijo, Susana—saludó cortésmente—felicidades por el éxito de tu hotel hijo, estoy muy orgulloso de ti.

—y ella ¿Cómo está?—preguntó Neil, en clara alusión a su madre.

—días bien, días mal—respondió con un suspiro el señor Legan—pero no arruinemos este bonito día con amargos recuerdos.

Candy y Annie soplaron las velas de sus respectivos pasteles, agradeciendo al señor por la gran familia que ahora eran, la lucha para llegar hasta donde estaban, no había sido fácil, pero había valido la pena.

Recargados en el ancho tronco del padre árbol, ambos miraban el firmamento lleno de brillantes estrellas, Terry la tenía firmemente envuelta entre sus brazos, mientras aspiraba en dulce aroma que de ella emanaba.

—Soy tan feliz, que creo que estoy soñando—dijo en un suspiro Candy.

—Esto no es un sueño—respondió Terry—nuestra felicidad es tan real, como el aire que respiramos, como el cantar de las aves, como el latir de nuestros corazones…

Candy quedó conmovida ante aquellas dulces palabras de Terry, entre ellos no había necesidad de palabras para demostrarse su amor, y buscando su mirada, Candy dijo:

—para siempre.

—Para siempre—dijo Terry mirándola tiernamente, mientras que con un beso, sellaba aquella promesa.

La fuerza del destino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora