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Las piernas me dolían demasiado e incluso me había torcido el tobillo por un mal paso que di.

Me cubría a mí misma con las manos divinas, estaba de rodillas sobre el suelo rocoso del patio de aquel enorme salón de eventos viejo donde nos habían asignado misión.

Hace un rato perdí de vista a Haibara y Nanami, el rubio sugirió separarnos para encontrar a todas las maldiciones e intentar salvar a las mujeres que se creía habían desaparecido en el lugar durante este par de semanas. 

Nanami fue a la parte de atrás que, era como un almacén, Haibara al segundo piso y yo me quedé en la planta baja.

Solo vi pequeñas maldiciones en un inicio, incluso con un golpe podía hacerme cargo de ellas, pero de pronto, en un rincón del enorme salón, comencé a oír gruñidos. Creí que me había topado con algunos perros callejeros que usaban el lugar como hogar e intentaban defender su territorio, pero no, estaba equivocada.

De las oscuridades salió una maldición enorme, medía cerca de 3 metros, su cuerpo era de color verde oscuro, estaba cubierto de pelo, aunque lucía viscoso, tenía cuatro ojos, sus brazos, sus piernas y todo su cuerpo era un tanto fornido. Era espantoso.

— Maldita sea. — Me quejé mientras tomaba distancia.

Aquella cosa me seguía gruñendo como perro e incluso se colocó a cuatro patas como si fuese uno, su pelo estaba erizado y no dejaba de mirarme.

Y es ahora que, después de intentar darle pelea, trataba de defenderme de esa cosa, sin duda era bastante fuerte e incluso había logrado sacarme al patio. Cometí el error de subestimar su fuerza, había intentado solo darle pelea con mis propios puños y arma, pero era más hábil e inteligente de lo que supuse.

Me seguía atacando con las garras de sus manos, así como con aquellas lanzas que salían de su enorme y pestilente boca, ese detalle sin duda me tomo por sorpresa. Me había hecho un corte en la mejilla derecha.

Necesitaba moverme rápido de aquí, las manos doradas comenzaban a debilitarse y desgraciadamente no podía dejar de hacer la pose de manos para cambiarla e invocar a alguno de mis shikigami, si dejaba de hacer la pose de manos, las manos divinas desaparecerían, quedaría indefensa, no era tan rápida como para invocar alguno en un dos por tres y mi arma maldita la había perdido momentos atrás.

— Tendré que jugármela. — Intenté alentarme luego de convencerme a mi misma que debía hacerlo aún si sabía que aún no controlaba las manos divinas sin ejecutar los movimientos que quería que hicieran.

Me concentré lo más que pude, intenté regular la energía maldita por todo mi cuerpo y guardando la esperanza, lentamente solté mis manos. La forma de las manos no se disolvió. Celebre por un segundo que lo había conseguido.

— Ritual maldito, transformación divina: Parvada. — Hablé para mí misma al mismo tiempo que ejecutaba la pose de manos, invocando a mis aves.

Oí un gritó de dolor y las manos divinas dejaron de ser atacadas, por lo que las disolví. La maldición estaba siendo atacada por mi parvada de cuervos; sus garras arrancaban su pelo y una de ellas le había arrancado dos ojos con su enorme pico.

Corrí lo más rápido que pude (aun siendo consciente del punzante dolor en mi tobillo) para alcanzar mi arma maldita, aquel jambo de metal duro que poseía cuchillas en las puntas, estás salían si le daba una fuerte sacudida al arma.

Antes de tomar el arma, realice una pose, invocando a un shikigami más. Panteria, era el nombre de aquella enorme especie de pantera negra que era fiel compañía mía y de la familia Seki desde hace mucho, ella apareció frente a mí y sin más me monte sobre su lomo.

𝐒𝐚𝐭𝐮𝐫𝐧𝐨 || 𝗚𝗼𝗷𝗼 𝗦𝗮𝘁𝗼𝗿𝘂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora