20

1K 88 65
                                    

Este año la ola de calor era insoportable, los rayos del sol quemaban con ganas en la piel, dejando a varios con un ligero bronceado.

Caminar entre los frondosos árboles de la academia de hechicería era refrescante, la brisa que golpeaba en mi rostro era de lo más agradable.

Me acercaba poco a poco al campo de entrenamiento donde, pude visualizar a los nuevos alumnos de primer año; finalmente había buenos candidatos, realmente eran jóvenes con habilidades asombrosas que habría que pulir para que sean grandes hechiceros. 

Maki, Togue y Panda, aquel peculiar jugai del director Yaga quien logró convertir aquella creación suya en algo más que un simple jugai. Los tres corrían por la pista de carreras, sofocados por el calor y porque seguramente llevaban varias vueltas corriendo.

— ¡Vamos niños, muevan esas piernas! — Satoru grito desde la cómoda sobra de un árbol, haciendo sonar un silbado que quien sabe de donde consiguió, pero seguro hacia sufrir a sus alumnos con ese sonido.

Hace un par de días él y el director Yaga me citaron a una pequeña junta, donde me ofrecieron trabajar parcialmente como docente para los alumnos de primero, sin pensarlo mucho acepte; impartiría un par de clases sobre hechicería básica y ayudaría con el entrenamiento físico, siendo especifica, con el uso de armas malditas.

Y hoy les tocaba entrenar conmigo luego de entrenar con mi adorado albino.

Un pequeño silbido salió de la boca de este mencionado en cuanto giro su cabeza para verme luego de sentir mi presencia. — ¡Cielos! Estas deslumbrante, caramelito.

— Hace mucho no me llamabas así. — Dejé un corto beso sobre sus labios cuando estuve frente a él, recibiendo una caricia en mi rostro por su parte.

Han pasado cerca de cinco años desde que Satoru puso un anillo de promesa sobre mi mano, cinco años donde he esperado con ansias a que al fin tome el valor, las ganas o aquello que sea lo que le falte para proponerme matrimonio, pero eso no ha pasado. Así como también desde hace algún tiempo, unos cuantos meses quizás, su trato hacia a mí ha cambiado; no es igual de cariñoso que antes, tampoco es igual de detallista y atento, varias veces le he hecho notas eso, sin embargo, siempre recibo la misma respuesta "el trabajo me consume y estoy intentando cambiar, más no por eso he dejado de amarte", tonterías.

— Bueno, algunas veces se me olvida, tú sabes, el trabajo y esas cosas. — Ahí estaba, una de sus respuestas de siempre.

Rodé los ojos sin poder evitarlo. — Claro.

Él no noto la manera en que respondí aquello ya que solo rio risueño, beso mi mejilla y luego se alejó para llamar a sus alumnos con aquel silbato, agitando sus largos brazos en el aire.

Se veía guapísimo el condenado, pasan los años y yo sigo tan perdida con este hombre, sigo queriéndolo con la misma intensidad de siempre. Estoy segura de que mis ojos brillan de amor al verlo; no llevaba el uniforme, vestía pantalones formales, sus adorados y carísimos zapatos (porque sí, Satoru es alguien de gustos caros), y una camisa azul cielo que marcaba perfectamente su figura, era simplemente un deleite verlo.

— ¡Oigan, su profesora está aquí!

Poco a poco llegaron los chicos, dándome un respetuoso saludo. Sin demorar más, fuimos por las armas malditas que utilizaríamos este día, hoy les dejaría pelear entre ellos y no contra mí como la última vez, donde he de mencionar que salieron agotados y con pequeños rasguños, hoy sería bondadosa con su entrenamiento.

— ¡Maki, muévete! Te están acorralando. — Grité indicaciones para la única fémina, estaba siendo atacada por sus compañeros.

— Hoy no estas siendo tan ruda con ellos. — Las manos de Satoru sobre mi cintura me hicieron dar un pequeño brinco. — E insisto, hoy te ves preciosa, esos pantalones luces de maravilla en ti.

𝐒𝐚𝐭𝐮𝐫𝐧𝐨 || 𝗚𝗼𝗷𝗼 𝗦𝗮𝘁𝗼𝗿𝘂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora