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Resoplando, Sayuri limpio con brusquedad uno de sus pinceles en solvente. Se encontraba tan enojada que comenzaba a pensar que ni siquiera pintar le estaba ayudando.

Llevaba un par de horas enojada con Satoru, quien actuaba a su antojo y no cumplía con sus tareas del hogar. No había recogido a los niños de la escuela por tercera ocasión en la semana y la cocina era un desastre; tanto por las comidas que él intentó preparar como las que la pequeña Tsumiki intentó hacer.

La pelirroja tuvo que salir de emergencia a una misión algo lejos y no tuvo opción de negarse por lo que se ausentó cerca de una semana. Y al regresar, vaya sorpresa se llevó.

Rápidamente recibió quejas de un pequeño pelinegro de siete años de edad quien, se quejó por los terribles cuidados de su tutor, dejando en claro que había echado de menos la presencia y cuidados de la fémina. Quejas que fueron respaldadas por una tímida chiquilla de mejillas sonrojadas, aunque de manera cohibida y temerosa por meter en problemas al albino, terminó por afirmar las palabras de su medio hermano menor.

Ella no dudo en reclamar al varón de ojos azules, quien cometió el error de no admitir la culpa e intentó alegar al respecto, logrando molestar a ella. Para este punto ella solo quería una explicación, que admitiera su culpa y de menos pidiera una disculpa.

Al ver que no pasaba, pidió una pausa, dio media vuelta y se retiró a su estudio para intentar tranquilizarse.

— ¿Sayuri? — Escuchó la voz de aquel que le sacó un buen enojo hace unas horas, a ella realmente le ponía mal aquellos temas que tenían que ver con la integridad de los niños al igual que las responsabilidades del hogar.

Satoru volvió a tocar la puerta, volviendo a llamarle. — Pasa.

Tímidamente entró al estudio de la pelirroja, logrando observar su semblante molesto, con el ceño fruncido y los ojos fijos en su pintura, dando bruscas pinceladas.

— ¿Podemos hablar? Quiero disculparme.

— Ujum, te escucho. — Sí, ella se estaba haciendo la ruda y desinteresada, aunque por dentro odiara estar peleada con él y muriera por darle un abrazo luego de varios días sin verlo.

— Sé que hice mal en no cumplir con mis responsabilidades, nena, sé que debí tener mayor cuidado con los horarios de los niños, con sus comidas y la limpieza de la casa. Y yo... oye, pero mírame al menos. — Reclamó al ver que ella seguía sin verle.

— Te estoy escuchando perfectamente. — Dejó de lado sus cosas para ponerse de pie frente a él. Observándolo con el ceño fruncido; él iba con el cabello desordenado y sin sus lentes oscuros o aquella venda blanca característica que había empezado a usar cuando iba al trabajo.

— Pero no me estabas prestando bien atención.

— Lo hago, Satoru, sigue por favor.

Él resopló. — Que me disculpo.

Ella alzó una ceja, un tanto incrédula por su disculpa tan mediocre y simple. Notando como él había resoplando con molestia.

El albino carraspeo. — Disculpa, enserió lamento no haber cumplido con mi parte mientras estabas ausente. Prometo que no volverá a pasar. — Volvió a repetir su disculpa detallando más sus palabras, dando una entonación diferente, sonando más sincero ahora.

— Estás perdonado. — Soltó un suspiro. — Pero aún quiero saber qué te distrajo tanto que te olvidaste de los niños o qué era más importante que eso. — Le volvió a mirar con una ceja alzada, cruzándose de brazos.

— Solo fue un descuido, enserió.

— ¿Y qué estabas haciendo entonces? Algo te mantuvo lo suficiente ocupado como para que te descuidaras tanto.

𝐒𝐚𝐭𝐮𝐫𝐧𝐨 || 𝗚𝗼𝗷𝗼 𝗦𝗮𝘁𝗼𝗿𝘂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora