Cap 3

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—¿En dónde estabas? —Bill dejó su mochila colgada en el perchero detrás de la puerta y miró a su

mamá, que lo miraba también a él, notando lo flaco que estaba, las ojeras rojas debajo de los ojos, que su cabello negro y largo, por debajo de los hombros, a veces cubría.

Toda su ropa holgada, oscura, igual que su mirada.

Para ser un niño de diecisiséis años, parecía que vivía de forma miserable. Se veía triste, y la actitud tan alegre que tenía de niño, se había transformado en una seriedad grande, en frialdad en sus palabras, en indiferencia. Había dejado la terapia, y por mucho que su madre le suplicaba que regresara, Bill le aseguraba que había dado por vencida una vida donde no pensara en el día que asesinaron a su hermano, a cada hora, a cada segundo.

Y ella no hizo mucho más por insistir, de hecho, la tristeza que embriagaba la casa, era compartida por sus dos habitantes. Incluso Scotty, su mascota, a veces lloraba hacia la puerta, deseoso de salir huyendo en busca de una familia más alegre. Ninguno de los dos podía vivir sin pensar en Tom, ninguno de los dos se perdonaba el haber dejado que hubiese tomado decisiones basadas en faltarse al respeto y lastimarse.

—Vengo del cole, ma'... —Le sonrió, encogiéndose de hombros. —No voy a comer aquí... voy a ir con Devor a una fiesta y después…

—Detente ahí. —Interrumpió ella, y Bill la miró, serio. —Para empezar, la directora de tu escuela me dijo que no te presentaste hoy, ¿algo que decir?

Su hijo se quedó en silencio, bajando la mirada. Ya sabía lo que iba a decirle: que le había dado un bajón emocional por pensar en su hermano, justo como hacía cada vez que la rebeldía amenazaba su cuerpo. No podía culparle, pero jugar con su educación y su futuro, no era algo que su madre pudiera permitir.

Aun así esperó a que se lo dijera:

—No, mamá... es que... he estado muy… —Suspiró. —Es que he ido a ver a Tom y…

—Sé que has estado triste por tu hermano —Interrumpió. Bill arrugó los labios. —... yo también lo estoy. Pero han pasado años, Bill…

Vio cómo movía sus pies, nervioso, dejando que las emociones, siempre guardadas, brotaran de su cuerpo, rebozando su piel. Sus ojos rápidamente se ensombrecieron, y los músculos de su quijada se marcaron fuerte. Le daba pena ver que había crecido culpándose de algo que él, por mucho que deseara, nunca llegó a entender, y por lo mismo, jamás habría podido detenerlo.

—Y no ha sido culpa tuya... ha sido Tom quien…

—No quiero hablar más de él... —Ahora interrumpió él, con los ojos brillantes. Su madre asintió.

—Vale... —Le pasó los dedos por las fibras negras de su cabello, de forma cariñosa. —Te hice tu comida favorita, quédate a comer, mi amor…

—Devor va a pasar a por mí en unos minutos... tengo que ducharme. —Ella sonrió, sabiendo que ese tal Devor era para su hijo, mucho más que un amigo, pero él nunca había hablado de su orientación sexual, ni de nada muy personal, por lo que no quiso incomodarlo ni hacerlo enojar de ninguna manera.

—Dile que se quede a comer. —Bill apretó los labios, reprimiendo la emoción, pero finalmente, una pequeña sonrisa apareció en sus labios. Sincera.

—¿Enserio?... gracias, mami…

—Te amo, precioso. —Su hijo bajó la mirada, y contestó, con la voz bajita:

—Y yo a ti...

Abrió la puerta cuando llamaron al timbre unos cuantos minutos de haber tenido la conversación; su primera impresión fue positiva entonces, por su puntualidad. Pero cuando abrió la puerta y se encontró a un muchacho notoriamente mayor, que tenía el cabello largo, por la quijada, unas cejas tupidas y barba apenas asomándose por su piel; unos ojos marrones, grandes, y la nariz puntiaguda. Un cuerpo medio robusto, unos brazos musculosos, tatuados… la impresión fue decayendo, al punto de no saber cómo había gesticulado una sonrisa como saludo.

Se que fue porque  me amas [Vol.2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora