cap 10

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Abrió los ojos, y el cuerpo se le sintió pesado; los párpados parecían pesar toneladas y no fue capaz de moverse. Miró a su lado, y allí vio a un muchacho, que le regresaba la mirada, asustadísimo, y después se iba. Posterior a ello, un par de médicos llegaron por la puerta y se le acercaron. Cerró los ojos y cayó en un sueño profundo otra vez.

Cuando regresó en sí, su cuerpo se sintió todavía más pesado, y el corazón empezó a latirle con fuerza, al ritmo de las maquinillas que pitaban y rebobinaban marcha, haciendo un ruido de motor apenas audible. El cielo se veía oscuro por la ventana; las cortinas danzaban con la brisa que apenas emanaba el aire acondicionado, y cuando sus ojos vagaron por la habitación, y se detuvieron en el mismo muchacho, de tez blanca y cabello castaño.

—Tom… —Su voz apenas sonó como un soplido, pero haberse escuchado a sí mismo hablar, fue lo único que su cuerpo necesitó para obtener fuerzas y entonces, gritar. —¡Tom! ¡TOM!

—Amor, tranquilo… tranquilo… —Un par de manos le tomaron las mejillas. Bill se sacudió,sintiendo el tubo que estaba incrustado en su nariz; después miró los ojos de su madre, y verla así de cerca le hizo sentir que todo lo que estaba pasando era casi un sueño. —Bill, aquí estamos contigo…

—¿Dónde está Tom? —Susurró. —¡¿En dónde está mi hermano?!

Las lágrimas se escaparon por sus ojos. Estar en el hospital no era parte del plan; no podía recordar absolutamente nada de lo que había vivido además de haber vuelto a ver a su hermano en una vida que se veía miserable y se sentía como tortura. No había más. No recordaba más.

—Tu hermano no está, Bill… por favor toma aire, o te van a adormilar otra vez. —El aludido la miró, después observó su alrededor. El muchacho le devolvía una mirada afligida, que hizo a Bill sentir que la tripa se le hacía un vuelco. Levantó la mano hacia él, y el aire se le fue de sólo abrir los labios.

—Tom… ¡Tom!

El muchacho se levantó, y las manos de su madre se deslizaron de sus mejillas, alejándose de él, intercambiando lugares con él, que se sentó en la orillita de la cama y atrapó su mano con ambas suyas; misma mano que acarició con cuidado e hizo a Bill sentir como si estuviera en una realidad que nunca antes había vivido. Tenía los ojos redonditos, la nariz puntiaguda y el cuerpo flacucho; unas pestañas largas y castañas; un cabello ondulado.

—...Tom… estoy-

—No soy Tom. —Interrumpió, con la voz tranquila, comprensiva. —Soy Tony, ¿no me recuerdas?

Pronto, las memorias empezaron a tornarse extrañas; combinaba los momentos en aquellas fiestas con esas personas que nunca fueron realmente sus amigos. Después los días solitarios hasta conocer a ese Tony, que le hizo encontrar un poco de rumbo en esta vida en la que siempre vivía extrañando. Después el golpe, ver a Tom, verse a sí mismo. Era como si no pudiera distinguir la realidad del sueño; no sabía qué era lo que había pasado y qué era lo que había sido un sueño.

Lo único real es que estaba en el hospital y no sabía cómo, ni por qué.

—Bill…

—¿Y Tom?

El rostro de Tony se deformó en decepción. Pero a Bill no pudo importarle menos realmente; no podía acomodar sus pensamientos, y el cuerpo lo sentía tan tieso, que mover los dedos consistía en un esfuerzo prolongado que le hacía temblar todos los músculos. Dejó caer la cabeza a su costado, y no fue capaz de levantarla hasta que fue Tony quien le tomó por las mejillas y se la giró, para poder mirarse el uno al otro. Los ojos de Bill estaban llorosos.

—Te van a traer desayuno, para que pruebes sólidos por fin… hace mucho que sólo te alimentas por esta sonda. —Se la toqueteó con los dedos, pero Bill apretó los ojos, como si sintiera dolor, aunque era más bien ansia. Tony sonrió. —¿Tienes hambre?

Se que fue porque  me amas [Vol.2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora