cap 9

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—¿Dónde está, Tom? —Bill abrió los ojos de golpe, encontrándose con su hermano mayor mirando por toda la casa. Abrió la puerta y sacó la cabeza, mirando a ambos lados.

—¿Qué buscas? —Le preguntó, pero Tom ni siquiera le dirigió la mirada.

—¡Tom!, ¿¡adónde ha ido?! —El mayor de los hermanos sí que puso atención en el niño sentado en la orilla de la cama; le acarició el cabello con los dedos y después negó.

—No lo sé, mi amor… se ha ido. —Su voz sonó entrecortada, y sus ojos parecieron cristalizarse con una rapidez que dio miedo. El niño lo miraba directamente, tratando de entender la gravedad de lo que sucedía; ver a Tom triste no era extraño en realidad; pero aún era muy pequeño para entender que lo que estaba pasando, podía ser para él, preocupante.

—¿Tom?… ¿De quién coño habláis?, ¿qué pasa? —Preguntó Bill, tallándose los ojos, adormilado aún. —¡¿Tom?!… ¡Tom!

—¿Pero adónde se ha ido, Tom?, puedes llamarle con tu móvil. —Consoló, pero Tom negó, apretando los labios. —¿Por qué no?

Bill se acercó a su hermano y tocó su hombro; al no obtener respuesta alguna, lo apretó más fuerte y le dio una sacudida que tampoco tuvo réplica. Se le paró enfrente, mirando sus ojos fijamente, pero esos ojos miraban al suelo, humedeciéndose más y más causa de las lágrimas. Parecía que estaba de luto, o que sus pensamientos eran tan fuertes que nada de lo que estaba pasando alrededor tenía significado alguno. Sin embargo, conocía a Tom, y sabía que, de haber estado tan cerca de él, sus ojos lo habrían mirado fijamente en busca de ayuda, pero ahora estaba inerte, como ido. Y no importaba la cantidad de veces que le buscaba los ojos para conectarlos con los suyos. Tom ya no le hacía ningún caso. Como si no existiera.
Como si ya no pudiera verlo.

—Tom, aquí estoy… —Susurró. Ante el silencio, Bill empezó a desesperar. —¿Ya no puedes verme?… ¡aquí estoy!

—Vale… sírvete tu cereal, amor, hoy salimos tempranito. —Tom pasó de él, y se fue a los cajones para coger su ropa, misma que aventó sobre las cobijas, en un suspiro amargo. El niño se subió a la silla del comedor, casi de un brinco, y vertió los cereales en su platito de siempre, muy obediente.

—¿Te sirvo a ti, hermanito?

—No, mi amor, termínatelos tú, que ya quedan pocos. —El niño sonrió y continuó con lo que hacía, mientas Tom, serio, se desvestía por completo y volvía a vestirse con su ropa nueva. Se fue al baño a cepillarse el cabello, echándoselo un poco hacia atrás para crear volumen. Todo ante los ojos de Bill, que estaba estupefacto y asustado.

—Estoy aquí, Tom… escúchame. —Tom estaba ensimismado en su reflejo. Tomó pasta de dientes y le puso un poquito a su cepillo. Bill sintió en el pecho una presión que no podía describir con sus propias palabras; Tom de verdad no podía verle; ya no podía ni siquiera escucharlo. Eso significaba que no podía hacer absolutamente nada para evitar el final que ya sabía que tendría; no iba a poder ayudarle a sobrevivir.

Su hermano iba a morirse por segunda vez.

—¡Tom, por favor! —Chilló, apretándole una de sus manos, misma que Tom sacudió de camino a la sala. Caminó hacia su hermanito y le besó la cabeza, acto que hizo al menor sonreír ampliamente.

—Mi mami está contenta porque le dije que estudiaría mucho cuando estemos con ella. —Tom se sentó a su lado y recargó los codos en la mesa, para mirarlo desde su altura.

—¿Ah, sí?

—Sip. —Dijo orgulloso. Metió la cuchara a los cereales y después comió un poco. —Estoy contento yo también.

Se que fue porque  me amas [Vol.2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora