Se que fue porque me amas [Vol.2]

Cap 2

—¿Por qué siempre faltas al cole? —Bill picoteaba la manzana que su mamá le preparó para el almuerzo. Ya se había puesto un poco oxidada, cosa que le quitaba mucho más el apetito porque le daba un sabor extraño que su paladar rechazaba casi enseguida.

Ya estaba muy flaquito, y parecía descuidado, por mucho que siempre iba limpito y arreglado a clases. Tenía la piel amarillenta y pequeñas manchitas por las mejillas, señal de desnutrición. Pero más que todo eso, lo que tenía eran recuerdos de Tom, tan nítidos que no importaba cuánto intentaran decirle que su hermano estaba muerto, él simplemente no lo creía.

Se sentía traicionado, abandonado. Aún despertaba por las mañanas y no reconocía su habitación como propia; prefería regresar al cuartucho donde solía dormir con Tom; dónde le contaba historias y le prometía que la mañana siguiente iba a tener muchos más colores de los que alcanzaba a nombrar. Pero ahora estaba allí, viviendo con una mujer a la que amaba, pero no sustituía a su hermano por mucho que ambos intentaban.

—¿Hola? —Levantó los ojos vidriosos y, por fin, se metió un pedacito de manzana en la boca.

—¿Hm?

—¿Por qué siempre faltas a clases?

Bill se encogió de hombros, mientras masticaba, con la boquita bien cerrada.

—Mi mami quiere.

—¡Qué guay! a mí no me dejan. —Bill le miró. Daniel nunca dejaba de atosigarlo con preguntas. A veces quería simplemente volver a casa, pero en casa ya no se sentía a gusto. —Buah, ¿y por qué tu mami quiere?

Bill volvió a picotear un pedacito de manzana, y después suspiró fuerte.

—Porque vamos al doctor. —Eran sus respuestas secas.

Nunca hablaba de más, de hecho era raro verle socializar con sus compañeros. Prefería estar aislado, porque nunca tuvo grandes dotes en hacer amigos. De hecho, eran casi nulos. Toda la vida habían sido Tom y él; nunca había tenido la necesidad de hablar con nadie más que con él. Ahora que estaba siendo introducido a un mundo donde había muchas personitas de su edad, se sentía muy extraño, porque estaba muy acostumbrado a sólo ver hombres mayores que no tenían nada que ver con sus compañeros.

—¿Cómo te fue, bebito? —Su mamá le acarició el cabello, y Bill miraba a sus piernas en el asiento mientras bebía jugo con una pajita sin separarse.

Movía los pies de atrás adelante, sin alcanzar el suelo del auto. Sin estar presente. Su madre se sentía muy preocupada por sus actitudes; era como si sólo viviera dentro de su cabeza, como si evitara cualquier contacto con lo que había fuera de ella.

—Bill, te estoy hablando. —El niño salió de su estado y la miró. Ella le sonrió. —¿Te divertiste?

Bill sacudió la cabeza.

—¿Ni un poquito? —Volvió a negar, y su mamá se rió, pasándole pequeños mechoncitos de su cabello detrás de la oreja. —Estaba pensando ir con tu tío Harrison para comer algo rico después de ir con tu doctor.

—¡No! quiero irme a dormir.

El gesto de su hijo estaba apretujado en rabia; parecía que estaba harto de simplemente haber salido de casa, así que no le atraía ninguna idea de ir a ver a más gente extraña.

Su mamá la le sobó la mejilla con los dedos y asintió, un poco decepcionada.

—Vale, pero primero al doctor.

Y con doctor se refería a su terapeuta. Bill iba dos veces por semana, y eran los días más pesados, porque Bill regresaba de allí con mal genio; siempre lloroso, irritable, triste. Pero de igual manera subieron por el ascensor tomados de la mano; caminaron por el pasillo hasta llegar a la puerta familiar y tocar.Bill sonrió al mirar a su terapeuta y se despidió de mamá agitando la mano. Se fue a sentar al sofá de siempre y puso ambas manos entre sus rodillas, esperando paciente. Su doctor le saludó con una sonrisa grande y comenzó a hablarle sobre su día: las cosas que había hecho, los lugares que había visitado. Así Bill se sentía mucho más cómodo y dispuesto a cooperar y contar un poco de su vida, desencadenando siempre en los traumas que aún no sanaba y el miedo que lo consumía.