cap 8

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Se fue a sentar a la cama y cuando vio que la manija de la puerta temblaba, su corazón latió fuerte, al tiempo que veía cómo de ella entraba un hombre robusto que le recordó enseguida a algún amigo de su padre. Y sufrió de un mini colapso al imaginar que alguno de los amigos de su padre estuviera lo suficientemente enfermo como para pagarle a algún prostituto.

Se imaginaba que lo reconocían, y que fuesen a decirle a sus padres que se lo habían encontrado follando a cambio de un duro.

Qué vergüenza.

—Así me gustan: calladitos. —Tom lo miró sonreír, despojándose de todas sus ropas inferiores y subiendo a la cama, sin querer perder un solo segundo de estar con él.

Dejó que le acariciara el rostro, el cuello, los hombros y los muslos. Respiraba cortado y parecía hambriento. Tom simplemente se dejaba y sonreía a veces, adquiriendo esa actitud de que no le molestaba en absoluto, y en cambio, le gustaba.

—Te ves muy chiquito... —Susurró. Tom negó, alargando el cuello para que el hombre se lo apretara y luego fuera a chupárselo. Tenía olor a tabaco y alcohol. Tom sintió mucha grima, pero podía con eso y más.

Podía con mucho más.

—Soy lo suficientemente mayor... —Susurró. El hombre se le rió en el oído, mismo al que le mordió el lóbulo, suspirando de forma grave, casi como si estuviera a punto de venirse solamente con tener a alguien joven y tímido a su poder.

—¿Lo suficientemente mayor para qué? —Le preguntó, mientras dejaba caminitos húmedos por sus clavículas y sus hombros. Le fue a apretar uno de sus pezones y Tom fingió que gemía de placer, pero sólo sentía, como en toda ocasión, a su corazón acelerarse, advirtiéndole que no le gustaba nada y que no podía disfrutarlo. —¿eh, chiquito?

Tom tragó saliva.

—Para darte lo que quieres... —El hombre se separó, sólo para sentirse muy excitado al ver el rostro pillo del niño que tenía enfrente. Le apretó la cintura con ambas manos y se acercó a darle un beso que Tom correspondió casi enseguida, sacando la lengua para dejar que se la acariciara y cerrando los labios cuando era necesario. Pudo sentir el sabor del alcohol, pero respiró muy hondo fingiendo que era un suspiro de placer, y llevó sus manos al cuello del hombre, acariciándoselo.

—¿Para tomarte mi lechita? —Le habló entre jadeos, sacando la lengua para que Tom cerrara, con éxito, sus labios en ella un solo segundo.

—Sí...

—¿Para que abras tus piernitas y me dejes verte todito? —Tom se alejó del hombre y abrió las piernas, mostrándose entero, con una sonrisita que ya no denotaba miedo. —Para que me dejes tocarte la pollita hasta que te corras a chorros?

—Sí, por favor... —Gimió, cogiendo la mano del hombre y guiándola a sus genitales, donde el hombre maniobró con una insistencia que recibía reacciones positivas por parte de Tom.

—¿Y qué tal penetrarte con mis dedos un poquito? —Tom se lamió los labios, y asintió con la cabeza. Entonces el hombre llevó sus dedos a la boca de Tom y este los chupó como si estuviera bien entrenadito para ello. Succionándolos, sin quitarle los ojos de encima al hombre, que lo miraba también, pero con saña, con tentación, con excitación.

El hombre lo penetró con sus dígitos, y Tom se mordió los labios ante la sensación. Su respiración empezaba a variar y el latido de su corazón a correr. Siempre era una sensación rara, pero al final terminaba por gustarle, por sentir morbo de verse en una situación desesperada y también, por ser deseado por tantos hombres. Nadie nunca lo había amado de forma romántica.

Esto era lo más cercano.

—¿Te gusta?

—Aumm... mucho... —Gemía fuerte, y meneaba las caderas en busca de más contacto. Los dedos se movían con rapidez dentro de su cuerpo, y Tom dejaba caer la cabeza hacia atrás, logrando ya sentir el calorcito en su vientre bajo.

Se que fue porque  me amas [Vol.2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora