El sol volvía a iluminar el cálido desierto de la muerte, y los hermanos habían vuelto a despertarse. Antes de partir, Aiki desayunó junto a Cedro y Tilo; un café frío le venía bien para iniciar el día y no morir de calor. Antes de partir, se dirigió a Tilo.
—Tilo. Tengo el libro que me regalaste, pero necesito una llave; ¿Acaso la tienes? —preguntó Aiki.
—La llave hace rato que nos abandonó —repuso Tilo.
—¿Qué contiene el libro? —preguntó.
—Eso lo averiguarás por tu cuenta —respondió Tilo—; cuando necesites usarlo, la llave te encontrará.
Aiki no había entendido bien, pero tenía ciertos apuros por marcharse y volver a ver al ejército, en especial a sus amigos Koichi, Hayley y Samirina.
—Entonces, debo seguir por aquel lugar, ¿Cierto? —preguntó Aiki señalando hacia el noreste.
—Sí —replicó Cedro—, por ese camino justamente se halla el pueblo Galíni. —agregó.
—Muchas gracias.
—Nos vemos, amiguito —dijeron ambos hermanos al unísono.
—¡Nos vemos! —saludó Aiki, entonces salió. El calor intenso pegó en su cara. Él mantuvo la puerta abierta hasta que Luna salió, y luego la cerró
—Ven, Luna —llamó Aiki; Luna hizo caso y lo siguió dando pequeños saltitos. Aiki se dirigió hacia el establo del refugio. Su caballo se encontraba atado y bebiendo agua. Él lo desató, subió a Luna a su lomo, y después se subió en la montura. Salió del establo y se dirigió hacia el camino el cual le habían dicho.
Avanzó un kilómetro y medio, aproximadamente, cuando a lo lejos logró ver un camino de piedras que se dirigía hacia unas casas, lo cual indicaba que estaba siguiendo el camino correcto. Una vez siguió un poco más, esta vez dirigiéndose hacia donde el camino le decía, logró vislumbrar como poco a poco la cantidad de edificaciones aumentaba, hasta que llegó a un lugar que lucía como el centro del pueblo; frente a él se podía leer la inscripción «Bienvenido al pueblo Galíni». Aiki avanzó por el camino hasta llegar a una tienda la cuál parecía vender líquidos, y desmontó de su caballo. Una vez se acercó al local, se sentó en una de las banquetas que había delante de éste.
—Joven, ¿Qué precisa? —preguntó el hombre que lo atendía una vez que fijó su atención en él.
—¿Qué me ofrece? —inquirió Aiki.
—Tiene agua, limonada, yogurt líquido, helado...
—Quiero limonada —dijo Aiki. El hombre entonces asintió con la cabeza y sacó un frasco de uno de los estantes que había ahí. Al parecer había hecho la limonada por la noche, la cual se la sirvió a Aiki en un vaso. Agarró un recipiente pequeño como un dedal, el cual contenía agua, colocó su mano encima y poco a poco está comenzó a volverse sólida; se transformó en hielo, y lo echó dentro de la bebida.
—¡Qué la disfrutes! —dijo el hombre.
—Gracias —dijo Aiki algo atónito, y comenzó a beber. El calor que su cuerpo sentía, poco a poco se iba, sintiéndose un poco mejor en relación al mismo. En ese momento, Luna se sentó al lado de Aiki y comenzó a restregar su peludo cuerpo en él. La acarició, y poco después se acercó a su caballo para sacar una de las petacas con agua que tenía, y le sirvió un poco a su gata en un recipiente que tenía. Ella parecía beber con muchas ganas. En ese momento sintió un ruido extraño provenir de lo que parecía ser la plaza al centro del pueblo. Luna también se alertó por aquello, y Aiki sacó su espada, para tomar de las riendas a su caballo, y acercarse los tres al lugar. Unos gritos comenzaron a hacerse cada vez más intensos, y una multitud se hallaba en el lugar. Un grupo de cinco hombres a caballo se habían detenido ahí, y dos de ellos tenían a un rehén atado en el lomo del mismo.
—Ustedes deben de rendirse y ser gobernados por aquellos quienes de verdad tienen una filosofía de vida —dijo uno de los hombres—, ustedes deben ser gobernados por los dunnhitas, y eliminar a esas lacras imperialistas morganianas. —agregó.
Aiki se aproximó más a los hombres, empujando a la multitud hasta llegar ante ellos, y levantó su espada.
—Acá lo único que gobernará es la paz —dijo Aiki.
—Nosotros somos la paz, niño —replicó el hombre, el cuál llevaba una capucha negra—. Los imperialistas son la guerra, quieren someter al pueblo, y que los que gobiernen sean las empresas. El que debe gobernar es nuestro emperador. Córrete o sufrirás las consecuencias.
—¡Libera a los rehenes!
Aiki hizo caso omiso, blandiendo la espada fuertemente con su mano real y su mano mágica. El hombre realizó un chasquido, y tras él se levantó una criatura la cuál apenas apareció, hizo gritar a la multitud; una araña de por lo menos tres metros de altura se hizo visible en la escena. El público corrió lejos de la escena, mientras que un grupo de personas se acercó.
—¡Aiki! —resonó un grito que resultaba familiar; era Koichi, su mejor amigo y compañero de tropa.
Su tropa había llegado a la escena, junto a las tres líderes; la sargento Sonia, la segunda al mando Akane, y la tercera al mando Saiyu. Samirina, una chica de tez pálida, y un poco pequeña para su edad, vestida con el uniforme oscuro del que tanto suelen usar en su ejército, se lanzó encima de Aiki, y éste la cargó con los brazos. Hayley la observó con un rostro que se podía leer como un libro «¡Qué exagerada!». Sonia, al igual que las otras dos líderes, se mantuvieron serias. Aiki se sentía feliz de ver a todo el grupo, aunque le temía a las líderes, y no se alegraba tanto de ver a Sonia; era una sargento gruñona y engreída, aunque era la más poderosa de entre ellos.
—¿Y ese monstruo? —preguntó Saiyu.
—Un araknoid —contestó Sonia—; probablemente tengan varios en cautiverio.
Aiki volvió a dejar a Samirina en el suelo, pues con ella encima de sus brazos, ellos estaban vulnerables a ataques.
—¡Atrás! —ordenó Sonia—, ¡pónganse en sus posiciones!
Los demás obedecieron, poniéndose las tres líderes por delante, y el resto detrás en fila horizontal al oponente. El arácnido se acercó a ellos intentando atacarlos, y Sonia apuntó con su espada; una llamarada salió de la punta de ella, quemando una de las patas del bicho. Sonia dio un salto, subiendo al lomo del arácnido, mientras que dio la orden al resto a atacar. Los dunnhitas que se hallaban encima de los caballos no dudaron y atacaron también lanzando pequeños rayos eléctricos. Aiki superpuso su espada por delante de él, e invocó un escudo de tierra, haciendo que los rayos se descargue en él. Luego corrió hacia otra de las patas.
De su espada salieron ráfagas de fuego las cuales golpearon otra de las patas del arácnido, el cual se tambaleó, mientras tanto, otras ráfagas de rayos se acercaban a él, a lo que invocó otro escudo de tierra. Samirina lanzó una pócima la cuál al caer soltó un vapor que hizo que el arácnido cayera. Sonia salió disparada de la espalda del arácnido hacia un árbol, pero se levantó de igual forma, un poco dolida.
—¡No podrán contra nosotros! —exclamó uno de los dunnhitas. Los dos que tenían rehenes los agarraron del cuello, y colocaron un elemento parecido a una vara en su cien, para que de éste saliese una luz y éste termine matando a sus víctimas. Al estar al tanto de que ya no había rehenes a quienes proteger, Akane levantó un bastón que cargaba consigo, apuntándolo hacia los dunnhitas, y éstos se desplomaron.
—¡Ridículos! —exclamó Akane— ¡suicidas, eliminaron a sus escudos!
Sonia se sacudió el polvo, mientras que Aiki se acercó a su tropa.
—Dunnhitas —dijo Sonia—; del grupo de Akomar. Quieren sembrar el terror en la población de Dako para así quedarse con el gobierno.
—Creo que fallamos nuestra misión, ¿No? —preguntó Akane. Saiyu observaba a Sonia a través de su hombro, Aiki pudo distinguir el brillo de sus gafas desde la distancia.
—Sí —espetó Sonia—, la fallamos. El objetivo era rescatar a esos ministros con vida. Sinceramente, esperaba más de nuestro ejército. —agregó y observó a Aiki junto a los demás de la tropa, último rango, con cierto desdén.
—Quizás ahora podamos descansar en algún lugar del pueblo —dijo Saiyu—. Me estoy muriendo de calor.
—Está bien —repuso Sonia—, después de todo, mañana tendremos que irnos hacia la capital de Dako y darle la noticia a los demás ministros y gente del gobierno.
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Génesis: El faraón de Dako ©
FantasyAiki, un joven soldado, es enviado a una campaña en Dako con el fin de hallar a dos ministros desaparecidos. Hay sospechas de muchos grupos criminales e incluso de sus vecinos Dunnh, pero nadie sabe que una amenaza aún peor acecha el país. Llegó la...