II - IV

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La tropa se había alistado en el restaurante que se encontraba al lado del hotel, y desayunaron café para activar sus cuerpos. Hayley logró, con ayuda del resto del cuarteto, ordenar la habitación de Aiki y Koichi. Bajaron a desayunar, y luego se reunieron en Plaza Mercado, que se encontraba a un par de cuadras del lugar.

—¡Qué bien que Sonia decidió que recorramos libremente la ciudad! —dijo Koichi.

—Estoy seguro de que algo encontraremos para hacer en este lugar —contestó Aiki—, sin duda, esta ciudad es más grande que la capital de Norkele.

—Si Hayley estuviese aquí, seguramente diría algo de como incentivaron al pueblo a aglomerarse específicamente en esta zona —contestó Koichi—, por cierto, ¿Qué pasó con Serif? ¿Trajiste a tu caballo desde Norkele?

—Vino en el último barco, y está ahí. —contestó Aiki.

—¿Y si damos una vuelta a caballo? —preguntó Koichi.

—Es una buena idea, quizás así encontraremos algo que hacer. —repuso Aiki.

Ambos se dirigieron a los establos, Aiki montó sobre Serif, su caballo. Y Koichi sobre uno de los caballos militares que tenían ahí, y ambos trotaron por la ciudad. Cruzaron la avenida principal y se encontraron unas siete cuadras adelante un callejón curioso, el cual tenía encima decoración y puestos callejeros de todo tipo.

—¡La comunidad de minervinos de Dako! ¿Qué tal si vemos lo que venden ahí? —preguntó Koichi—, parece que además de vivir en carpas y mudarse todo el rato suelen vender cosas interesantes.

—Me parece bien. —contestó Aiki.

Ambos jóvenes desmontaron, y comenzaron a caminar por el lugar. Los puestos consistían en mesas que estaban dispuestas en los lados del callejón, dejando un camino en el medio el cual estaba lleno de gente. Aiki miró uno de ellos, una niña minervina, quizás de unos diez años, estaba junto a sus padres en ese momento, y se encontraba colocándole piedras a un collar. Aiki sabía, por experiencias que tuvo con ellos, que les gusta coleccionar piedras mágicas. Se dirigió hacia el puesto, y revisó cuantas monedas había intercambiado en la aduana por los Cerux que se usaban en Dako como bien de intercambio.

—¡Hola! —dijo la madre minervina—¿Te gustó algo de lo que hicimos?

Aiki asintió tímidamente con la cabeza.

—Me gustó ese collar —contestó y señaló uno de los collares que tenía una piedra azul.

—¡Un collar de zafiro! —exclamó la minervina— ¡Parece hecho para ti!

La mujer tomó el collar y se lo colocó en el cuello; Aiki en ese momento se sintió tan ligero como una pluma, y parecía que todo el estrés de su vida militar lo había abandonado por completo.

—¡Me gusta! ¿Cuánto está? —preguntó Aiki.

—cinco Cerux —contestó la minervina.

Aiki sacó las monedas de su bolsillo, las contó y las colocó en la mesa. La minervina se las llevó y observó a Aiki con una sonrisa en su rostro.

—¡Muchas gracias! —dijo la mujer—, ¡Qué tengas un excelente día!

—No hay de qué, igualmente. —contestó Aiki. Se dio la vuelta y se puso el collar; le quedaba bien, sin embargo, sintió un pequeño tirón en su ropa. Cuando volteó, vio a la niña minervina. Aiki se agachó para hablar con ella.

—¿Qué pasa, pequeña? —preguntó Aiki.

La niña miró a Aiki con cara de desconcierto.

—¿Eres un soldado? —preguntó la niña.

Génesis: El faraón de Dako ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora