Parte IV

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POV. Camila
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Hacía años que no entraba en aquel lugar. Miré a mi alrededor y me pareció que todo había encogido; las paredes, el techo, las ventanas.

No creía que hubiese crecido demasiado desde la adolescencia hasta ahora, pero todas mis cosas me parecían mucho más pequeñas. La cabaña del árbol parecía hecha ahora para el tamaño de una muñeca gigante. Sonreí y me senté encima de un montón de cojines, me estaban empezando a doler los riñones de tanto estar encorvada.

Aquel había sido mi refugio hasta que me marché a estudiar fuera, cuando que me quería esconder de algo o cuando necesitaba estar sola iba hasta la cabaña.

En realidad no era "MI cabaña". Era mía y de Feli, o eso fue lo que acordamos el verano que la construimos. Aunque yo siempre le di más uso que él, y eso se podía apreciar en los restos de decoración que aún quedaban. Los cojines, los pósters, los juguetes. Por cada diez cosas, solamente dos eran de mi hermano.

Escuché unos ruidos a mis pies y asomé la cabeza por la escotilla que servía de entrada.

—¿Necesitas cobijo?

Benja miró hacia todos lados intentado ver desde donde le estaba hablando. Esbocé una sonrisa ante su confusión y volví a llamar su atención.

—¡Chtss! ¡Aquí arriba!

Levantó la cabeza y me miró con sorpresa. Las ramas del árbol apenas dejaban ver unos pedazos de la cabaña y lo que menos se hubiese imaginado Benja era que yo estaba allí subida. Dejé caer la escalera echa de cuerdas y maderas y le indiqué con la mano que subiese.

No pareció muy convencido, pero al ver mi insistencia terminó cediendo. Me hice a un lado y le dejé paso. Lo primero que hizo al entrar en la casita fue examinar todo con atención, para luego dedicarme de nuevo la misma mirada, una mezcla entre confusión y sorpresa.

—Bienvenido a mi cabaña. –dije antes de que le diese tiempo a preguntar algo. —La tengo desde los siete años y hace lo menos nueve que no subía. –y sonriendo, a la vez que me sentaba de nuevo. —Así que no tengas en cuenta el desorden.

Volvió a dar un rodeo sobre si mismo antes de sentarse a mi lado.

—¿Esto es seguro? –frunció levemente el ceño. —Quiero decir, parece hecho para un niño de diez años, ¿aguantará nuestro peso?

—¿Tan pesados crees que estamos? –solté una carcajada e intenté tranquilizarle. —Ha aguantado el peso de Feli, de mi padre y el mío. No creo que tenga ningún problema con nosotros dos.

Su expresión se relajó un poco y volvió a observar cada rincón con el mayor detenimiento. No supe porqué, pero me empecé a poner nerviosa. Sentía como si me observase a mí a través de mis cosas.

—¿Y puedo preguntar qué haces aquí?

—Siempre que me quiero esconder de algo vengo aquí. –me encogí de hombros. —Hubo una temporada en que venía casi a diario. –recordé, intentando deshacerme de aquella sensación de incomodidad. —Aunque era inútil, las broncas de mi madre seguían esperándome a mi salida.

—¿También hoy estás huyendo de ella? –me preguntó, con cierto deje burlón.

—No, hoy me preocupan más todos los aspirantes a comediantes que tenemos en el vestíbulo. Te juro que si a Feli le da por gastarme el pelo se puede llegar a poner insoportable.

• Navidad para dos || Benjamila •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora