1 (sin corregir)

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No es ningún secreto que la reconciliación es el sacramentomenos popular. Tuve muchas teorías en cuanto al porqué:orgullo, inconvenientes, pérdida de autonomía espiritual. Peromi teoría que prevalece en este momento, es por esta maldita cabina.La odio desde el momento en que la vi, algo pasado de moda ydescomunal de los oscuros días antes del Vaticano II.

Mientras crecía, miiglesia en Kansas City siempre ha tenido una habitación de reconciliación,limpia, brillante y de buen gusto, con cómodas sillas y altas ventanas en lasque se veía el jardín de la parroquia.

 Esta cabina era la antítesis de esa habitación, limitada y formal, demadera oscura y moldeado recargado innecesariamente. No soy un hombreclaustrofóbico, pero esta cabina me podría convertir en uno. He doblado mismanos y agradecido a Dios por el éxito de nuestro último evento pararecaudar fondos. Diez mil dólares más y sería capaz de renovar a Sta.Margaret de Weston, Missouri, en algo parecido a una iglesia moderna. Nomás falsos paneles de madera en el vestíbulo. No más alfombra roja; sinduda buena para esconder manchas de vino, pero terrible para la atmósfera.Habría ventanas, luz y modernidad.

 Fui asignado a esta parroquia por sudoloroso pasado... y el mío propio. Remover el pasado tomaría más que unestiramiento facial para este edificio, pero quería mostrar a mis feligresesque la iglesia era capaz de cambiar. Para crecer. Para moverse hacia elfuturo. 

—¿Tengo alguna penitencia, Padre? 

Me distraje. Uno de mis defectos, lo admito. Uno por el que orabadiariamente para cambiar (cuando lo recordaba). 

—No creo que sea necesario —dije. Aunque no podía ver mucho através de la pantalla decorativa, reconocí a mi penitente en el momento enque entró a la cabina. Rowan Murphy, profesor de matemáticas de medianaedad y lector entusiasta de la policía. Era mi único penitente fiable en todoel mes, y sus pecados iban desde la envidia (el director le dio la tenencia a otro profesor de matemáticas) a pensamientos impuros (la recepcionista delgimnasio en la cuidad de Platte). Aunque sabía que algunos clérigos aúnseguían las viejas reglas de penitencia, no del tipo "di dos Ave María yllámeme en la mañana". Los pecados de Rowan provenían de su inquietud,su estancamiento, y ninguna cantidad de rezar el rosario cambiaría algo siél no abordaba la causa de raíz.

Lo sé, porque he estado allí.

 Y, además de eso, me agradaba Rowan. Era gracioso, de una manerainesperada, y era la clase de tipo que invitaría a un autoestopista a quedarsea dormir en su sofá y asegurarse de que partiera a la mañana siguiente conuna mochila llena de comida y una manta nueva. Quería verlo feliz ycómodo. Quería verlo canalizar todas esas grandes cosas en la construcciónde una vida más plena.

—No hay penitencia, pero tienes una pequeña asignación —dije—. Espensar acerca de tu vida. Tienes una fe muy fuerte pero sin dirección. Algoademás de la iglesia, ¿qué le da pasión a tu vida? ¿Por qué te levantas de lacama cada día? ¿Qué te da tus actividades diarias y el pensamiento de ello?.

Rowan no respondió, pero le oí respirar. Pensando.

Oración y bendición final y Rowan se fue, rumbo a la escuela para elresto de su tarde. Y si su hora de almuerzo casi acababa, también lo hacíanmis horas de reconciliación. Revisé mi teléfono para estar seguro, entoncesempujaron contra la puerta, dejé caer mi mano cuando escuché que abríanla cabina junto a mí. Alguien entró, y me senté atrás, enmascarando misuspiro. Raramente tenía una tarde libre hoy en día, y estuve esperándolo aél. Nadie más que Rowan llegaba nunca a la reconciliación. Nadie. Y un díahabía tenido ganas de irme temprano, aprovechar el perfecto clima...

Enfócate, me ordené. 

Alguien despejó su garganta. Un joven.

—Yo, uh. Nunca he hecho esto antes. —Su voz era baja y seductora,la representación fonética de la luz de luna.

P    R   I   E    S    T -KOOKJINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora