PARTE 9

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Y ahí fue, cualquier auto-disciplina que tenía, y lo único que quedaba era un hombre, no, Jungkook, no Padre Jeon, sino algo más primitivo y más exigente. 

—Muéstrame. —ordené. 

—¿Qué?

—Acuéstate en el suelo, separa las piernas y muéstrame como luces cuando te masturbas pensando en mi. 

Su boca se abrió y sus mejillas se enrojecieron y entonces se encontraba recostado en la alfombra, su mano en su pene. Me puse de pie delante de él, empujando mi pene, cediendo a todo, renunciando a cada cosa, siempre y cuando él terminara cubierto de mi clímax. 

—¿Por qué no te pusiste ropa interior hoy? —pregunté, mirándolo meter un dedo en su apretado culo y con la otra acariciar la cabeza rosada de su pene. 

—La última vez cuando hablamos, conseguí estar tan caliente hablando contigo. Pensé que si volvía a suceder hoy, sería más fácil si no me pusiera un boxer. Para... encargarme de ello. Y fue más fácil. 

Me arrodille entre sus piernas y luego tomé sus delgadas muñecas en mi mano. Me tendí sobre él, sujetando sus manos en el suelo por encima de su cabeza, mi pene rozando contra su ano y sus testículos. 

—¿Me estas diciendo... —pregunté—, que te masturbabas en la cabina junto a mi?

Asintió con miedo. 

—Me pones tan duro —dijo—. No puedo soportarlo. 

Tomó todo lo que tenía par no empujarme dentro de él justo en el acto. Cada vez que movía las caderas, mi pene se deslizaba entre sus nalgas, y se sentía cálido y palpitante su ano. Tan húmedo y listo. 

Dejé caer mi cabeza, enterrando mi cara en su cuello. Olía a piel limpia y las más desnuda pista de un perfume de lavando y madera, algo que probablemente le costaba más de lo que hacía en un  mes. Por alguna razón, este exceso, esta posible decadencia, alimentó mi necesidad de destrozarlo. Mordí su cuello, clavícula, rocé sus hombros con mis dientes, todo mientras enterraba mi pene en el entrada de su ano y acariciaba su pectoral, conduciéndolo a un segundo orgasmo como si les estuviera castigando con placer. Castigándolo por presentarse aquí y derrumbar mi cuidadosamente construida vida como si fuera un castillo de naipes. 

Se retorció debajo de mí, jadeando y gimiendo, con las manos flexionadas inútilmente contra el suelo mientas las  mantenía sujetas allí con una sola mano. Se hallaba tan duro y su culo tan ansioso, sería tan fácil, solo un ligero cambio en el ángulo, y luego podía empujarme dentro. 

Lo quería. Quería, quería, quería. Quería follar a este hombre más de lo que jamás quise nade en mi vida. Y perversamente, el hecho de que no podía, de que no sería correcto en cada maldito nivel, moral, profesional, personal, lo hacía aún más caliento. Se hizo la imagen, la sensación imaginaria de un único punto brillante de obsesión, hasta que fui sin pensar un animal en celo contra él, chupando y mordisqueándolo como si pudiera quemar esta necesidad devorando cada centímetro de su piel. 

—Oh Dios —susurró—. Me voy a... ¡Oh Dios!...

Me hubiera azotado cada día el resto de mi vida si pudiera haber estado dentro de su interior, sentirlo apretando mi pene, sentir sus convulsiones estremecedoras de adentro hacia afuera. Pero estando encima de él era casi tan bueno, porque sentí cada tembloroso, entrecortado suspiro, cada movimiento salvaje de su mano masturbándose y sus caderas, y cuando me encontré con sus ojos, eran feroces y penetrantes, pero también sorprendidos, como si hubiera estado dando un regalo inesperado y no se sintiera seguro si debía ser agradecido o suspicaz.

P    R   I   E    S    T -KOOKJINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora