El sótano.
Era la primera vez que escuchaba de un sótano en un refugio. En alguna ocasión me había enterado de habitaciones subterráneas secretas donde algunos líderes de refugios cometían actos ilegales, pero eso no es un sótano, ¿no? Aunque, ahora que lo pienso, no estoy muy seguro de qué puede ser considerado sótano o no. «Habitación que da miedo», eso es lo que se me viene a la mente. En los libros que llegué a leer —muy pocos, para ser sincero—, en los sótanos ocurría el asesinato o secuestro siempre pero que siempre.
El consejo que te puedo dar es que nunca vayas solo a un sótano desconocido, Lucecita. Aunque, claro, en ese momento yo estaba yendo solo a un sótano desconocido, pero no me tomes de ejemplo.
Esa sensación de terror, que nació por mi imaginación y nada más que mi imaginación, se incrementaba al no haber nadie en el ascensor en el que me encontraba. El silencio, como era natural, mandaba a rajatabla, y estaba seguro que, a diferencia de los otros ascensores, en ese la luz era más inconsistente, apagándose y prendiéndose por momentos.
Llegué a mi lugar de destino y las puertas se abrieron de lado a lado; incluso en esa automática acción, tenía la sensación de que las cosas tardaban un poco más en moverse, como si se hubiera estirado todo lo que ocurría en el mundo con el único objetivo de que mi susto sea mayor.
Lo único que puedo recordar de positivo es que, a causa de llevar un solo plato de comida, lo podía sostener con ambos brazos, bien pegado a mi cuerpo, y así la posibilidad de caída —y, por lo tanto, de fracaso— disminuía de forma exponencial.
Observé a mi alrededor. Esa habitación que Tessa había llamado «sótano» estaba ocupada por una infinidad de cajas; rotuladas y no rotuladas, de lado, de pie, gigantes como un auto y pequeñas como un perro. Parecía un reino de cajas que algún loco construyó. Pero no había solo eso, no, no, me hubiera quedado un poco más tranquilo si se tratara de un reino de cajas con el que entablar relaciones diplomáticas; pero los relojes elegantes, los muebles con más cajas, los recuerdos de festividades, las bolsas de ropa, las estatuas de personas que no conocía, las reservas de comida e innumerables otros elementos también estaban ahí y me daban un escalofrío en la espalda que no frenaba.
Para agregar a mi terror, el lugar era iluminado únicamente por luces muy débiles, anaranjadas, que apenas llegaban a crear unos círculos en los que podías ver lo que pasaba; lejos de esos círculos, oscuridad total.
En sí, mi experiencia en el sótano estaba siendo como adentrarse al vacío vendado de ojos, con una patada en la entrepierna y, de paso, con alguien insultándome. Ese alguien insultándome era yo mismo, claro.
No puse más excusas, tragué saliva y avancé un poquito. Muy poquito.
—Tengo tu comida —dije al aire.
Esperaba una respuesta, pero no la hubo. Era como si el vacío se hubiera tragado el sonido. Mi nuevo plan se clarificó en ese momento; no iba a dar un paso más, y, si Thorn quería su tonta comida, ¡pues que la viniera a buscar!
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Los héroes también sienten frío
AventuraEl frio que todo lo apaga, frena las esperanzas de un niño que quiere ser tan heroico como su padre. Un niño que viaja por una tierra abandonada por el sol. Un niño que tendrá que encontrarse a si mismo y a su madre. ...