Capitulo 13: La hoja ardió en llamas

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Barloc observaba detenidamente las paredes negras de esa habitación creada ante sus ojos por el aparato que lanzó

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Barloc observaba detenidamente las paredes negras de esa habitación creada ante sus ojos por el aparato que lanzó. Aunque había escuchado hablar de esa arma y había estudiado los planos al momento previo a ensamblar, nunca llegó a verla en acción. Era su primera vez, y en su sonrisa se podía notar.

El héroe pensó en la definición que le contaría luego a su amado hijo, «un lugar que parece alejado de la realidad, con paredes frías y oscuras como la noche misma». Otra característica que acompañó a ese descubrimiento era la insonorización de ese lugar. Ni un mínimo sonido provenía desde fuera, y el hombre supuso que eso funcionaba también a la inversa.

Antes de afrontar la situación, Barloc les deseó suerte a Lucecita y Darryl. No dudaba ni un momento de su victoria.

Eso también es parte de ser padre.

La afección se vio afligida ante un sentimiento mayor, un sentir concreto que desde hace tiempo el héroe no sentía, o, en una posibilidad, nunca había llegado a sentir. La sensación escalaba por lo ancho de su espalda como un escalofrío que vio nacer, pero no podía frenar: un pasado que deseaba olvidar. Pero él era Barloc. Él no podía olvidar. El héroe miró a Eithel al otro lado de la habitación. Aunque no lo expresara tanto, estaba feliz de ver a una vieja amiga. A su vieja amiga. Los drones que la mujer utilizaba como arma volaban a sus lados: por lo menos ocho.

—Ay, Barloc —dijo Eithel, dando fin a la calma—, ¿así que llegaste a crear este extraño lugar para que nadie escuche quien realmente sos? Qué patético.

—De hecho —respondió Barloc—, lo hice por tus drones. No quiero que alguna cosa rebote en algo o alguien en quien no debería.

—Y en eso te condenaste: no tenés espacio para esquivar el disparo de todos mis drones, ¡perdiste!

Barloc dio fin al fuego de su capa, que ya se extendía por la totalidad de sus brazos y parte de su torso. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas.

—Es que la intención no era pelear. Vení —dijo Barloc con una sonrisa—, charlemos.

—¿Charlar? —Eithel dio un paso firme hacia Barloc. —Creo que no estás entendiendo lo que pasa. Esto no es un juego.

—Vamos, Eithel —insistió—, podés simular todo lo que quieras con tus «soldados» esa actitud agresiva que no tiene margen a los sentimientos, pero no conmigo. Sé que sos más que eso.

Barloc, sentado en el suelo, sacó de los bolsillos grandes de su pantalón un empaque, y de él, dos tazas térmicas: una de color negro y otra blanca. Pasó el contenido de una a otra, intentando que las porciones quedaran completamente balanceadas. Al terminar con la tarea, se quedó con la taza negra y le estrechó a su amiga la blanca.

—Vos no sabés qué soy o qué no —masculló Eithel. Rechazó la taza de Barloc de un manotazo rápido y el recipiente cayó al suelo, junto con su contenido.

Los héroes también sienten fríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora