El frio que todo lo apaga, frena las esperanzas de un niño que quiere ser tan heroico como su padre. Un niño que viaja por una tierra abandonada por el sol. Un niño que tendrá que encontrarse a si mismo y a su madre.
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Bueeeenas, hace mucho que no me aparecía por acá, ¿no? Pero acá estamos. Acá estoy. Espero que disfruten mucho de esta mini parte de las historias de Barloc a su niño Phoe, como verán la portada fue actualizada para la ocasión. Por si se confunden aviso desde ya que es Barloc narrando en primera persona, por las dudas digo asjdjg .Que tengan hermosa noche, y disfruten del show.
Se puede decir que todo empezó en el grupo del héroe.
¡Qué lugar el grupo del héroe! Viví entre ellos desde que podía pensar, respirar, oler, tocar y sonreír. Eran, y son, mi gente. Creo que podría contarte cientos de días que fueron importantes ahí, pero si tengo que elegir uno que comenzó a moldear a la persona que está sentada enfrente tuyo y enfrente de esta chispeante fogata, no tengo duda en elegir.
En ese nostálgico tiempo no tan alejado de nuestros días, quizás en la tonta ilusión de un niño que no conoce cómo funcionan las cosas, sentía que al ver al cielo, de un día para el otro, las nubes podrían llegar a despejarse, el frío desistiría y el sol se haría avistar. El héroe te hacía sentir eso.
Escalaba roca a roca, paso a paso. Me quité los guantes de lana para poder sentir la superficie y tener un mejor agarre, pero por eso mismo mis dedos temblaban de frío. Aunque ni el frío ni los pedazos de rocas pequeñas que se desprendían iban a hacer que me rinda. Nada parecía poder lograr eso. Y así llegue a la cima de la montaña, con mi respiración siendo más fuerte incluso que mis latidos.
Entonces me detuve un momento, me senté e intenté respirar profundamente dos o tres veces. Al paso de unos segundos, cuando me logré estabilizar, levanté mi mirada y el paisaje se mostró: las nubes tapaban el horizonte y apenas podía notar un refugio cercano, rodeado de árboles sin hojas. Desde esa distancia, los árboles, emblanquecidos por la nieve, parecían personas congeladas que pedían ayuda con ambos brazos levantados. Daban un poco de miedo, pero, lejos de asustarse, el pequeño Barloc, de aproximadamente tu edad, Lucecita, de cabello corto y mal cortado, rostro joven y una maldad inigualable, se sentía satisfecho: ¡había logrado mi misión!
—¡Lo logré! —grité con emoción mientras tragaba saliva.
Me acerqué al precipicio por el que había escalado y miré debajo. Tres siluetas esperaban en el suelo. Desde mi distancia, no las lograba distinguir al completo.
—¡Pero casi te caés, estúpido! —gritó una de las voces en un tono burlesco.
Su voz se perdía en la distancia y llegaba a mí en pequeños fragmentos, pero, aun con esas, la llegaba a reconocer: Tessa.
No sé si alguna vez te hablé de ella, quizás en algún comentario aleatorio en una noche que no vale la pena recordar, aunque no importa, igual la voy a presentar. Tessa, al menos en ese preciso momento, se trataba de una mujer en sus veintialgo, de pelo café corto y piel algo blanca, pero no lo suficiente blanca para utilizar una metáfora como «la nieve no se lograba diferenciar de su piel», no, no; Tessa era blanco berreta, como nosotros, y en eso también se puede resumir su personalidad: blanco berreta. Y demasiado enojona, a veces.