Capítulo 1

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Crecí en un hogar lleno de amor. Las atenciones que me brindaron no me malcriaron, me hicieron entender que cuando alguien es valioso para ti, necesitas demostrárselo. Desde niño aprendí a valorar cada detalle de cariño que llegaba a mí y a retribuirlo con creces. Mi madre siempre me prodigó tanta ternura que de adolescente soñaba despierto con que encontraba a la prometida, y ella me entregaba ese sentimiento al que me acostumbré. Aunque los instructores y mi padre fueron estrictos en mi entrenamiento, pude percibir de ellos el olor del cariño con el que me decían cada palabra, con el que criticaban mi desempeño, el que me prodigaban al festejar mis logros. Todo esto me enseñó a amar, y me sentía listo para entregar todo mi amor a la prometida, pero ella no aparecía, no la encontraba, y eso me hizo creer que quizás ella no llegaría.

El miedo que crecía en mí al ver que todos se topaban con sus predestinados, menos yo, hizo que perdiera la fe en la Profecía. Por más que visité las distintas manadas, no encontré ese olor que me volvería loco de amor y deseo. Fui a los aquelarres de brujos y a los campamentos de hadas, y no la encontré. Llegué a pensar que quizás ella era una vampira, una elfa o una felina, y por ello aún no la hallaba. Mis hermanas vivían desde hace varios años atrás lejos del hogar por buscar a la prometida. Marion y Haldir aumentaron la familia y manada en Seúl, mientras que Marianne y Ravi hicieron lo propio en Lima. De ellos no llegaban noticias que me hicieran pensar que pronto la vería, y eso me decepcionaba más.

Terminé la escuela, y no quise ir a estudiar a la universidad de inmediato. Creía que quizás ese año en que cumpliría dieciocho años ella aparecería, pero no lo hizo. Después de estar un año solo entrenando como guerrero, mis padres me dijeron que ya era el momento de continuar con mis estudios. Los números me gustaban y amaba la Estadística. Se me hacía fascinante poder hacer predicciones a raíz del estudio de datos numéricos que se desprendían de cualquier tema de la realidad. Así que decidí estudiar Economía, algo que me serviría para dirigir el holding Höller Gruppe y asegurar la riqueza que proveerá de comodidades a la manada.

A puertas de cumplir los diecinueve años viajé a Inglaterra para estudiar en la Universidad de Cambridge. Viajé solo, ella aún no formaba parte de mi vida. Me sentía abandonado, algo raro porque, si aún no la conocía, cómo podía sentir que ella me había dejado, que me desatendía, pero así me sentía. Estaba tan deprimido que todo me fastidiaba. Pasaba de la cólera a la tristeza en segundos. Veía con envidia la felicidad de otros, y así fue que añoré algo que nunca tuve: una compañera. Decidí volcar mi atención a las materias en la facultad, pero a dónde iba, siempre encontraba parejas felices que me recordaban que me sentía muy solo.

(...)

Ni mis padres ni hermanas podían viajar ese año para compartir conmigo mi cumpleaños, y para no estar solo ni pensar en la prometida decidí celebrarlo con una gran fiesta. Seríamos más de ciento cincuenta jóvenes universitarios divirtiéndonos esa noche. Solo invité a licántropos, brujos y hadas que estudiaban en Cambridge. No es que me cayeran mal los humanos, pero quería emborracharme, y las típicas bebidas alcohólicas humanas no embriagan a los hijos de los pueblos sobrenaturales. Además, como no quería estar pendiente de que los humanos no tomen el licor para los sobrenaturales porque ello podría causarles la muerte, o que ya ebrios algún licántropo se transformara, exhibiendo nuestro secreto, preferí hacer una fiesta solo para los sobrenaturales.

En plena fiesta me di cuenta que todos estaban en parejas. Eso me empujó a querer emborracharme lo más pronto posible para olvidar que estaba solo. En el alto que hice para recibir las pizzas que pedí para la fiesta -más de doscientas de tamaño familiar que coordiné y pagué con dos días de anticipación-, vi a una chica que estaba en uno de los balcones del salón que daban al jardín posterior. Con una caja de pizza me acerqué al balcón, y me sorprendió el encontrarla sola, sentada sobre la baranda de mármol, con los pies colgados hacia el jardín, mirando el paisaje. Era bella, se notaba que era italiana, así que comencé a hablarle en su idioma para romper el hielo. Ella se rio al escuchar mi marcado acento alemán, y yo le ofrecí pizza. Mientras comíamos, le pregunté qué hacía ahí sola, a lo que respondió que había llegado sola.

El Puro que AúllaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora