Capítulo 18

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Después de cuatro horas en cirugía y de dos horas en la sala de recuperación, Amelia fue trasladada a su habitación en la clínica. Solís se ofreció a cuidar de ella esa noche que yo debía estar en observación para no levantar sospechas entre los humanos. En la mañana, el médico me permitió ir a verla, ya que me daría de alta al mediodía. Mi Luna dormía cuando llegué donde ella. Su cara estaba hinchada por el golpe y las cirugías para arreglar su nariz, oído y parar el sangrado por la brusca pérdida de sus molares. Tomé su mano, y suavemente dejé cientos de besos en ella, pensaba en la marca en su vientre que dejó la cirugía para salvar su útero. Estuve esperando que despertara por dos horas, haciendo mi mayor esfuerzo por mantenerme tranquilo, ya que no quería incomodarla con mis emociones. Abrió los ojos y comenzó a llorar. Se sentía culpable porque no siguió mi pedido de siempre estar acompañada por algún guerrero. Acariciando sus cabellos intentaba tranquilizarla y repetirle que no se culpe, que solo fue un error.

– Stefan, ¿qué tan grande era la piedra que se incrustó en mi vientre? Siento como si me hubieran cortado las entrañas -preguntó al no poder moverse con comodidad.

– Amor, no hubo ninguna piedra -le dije sin mirarla a los ojos porque sentía que si lo hacía empezaría a llorar-. El golpe, más tu condición, hicieron que tu útero se desgarrara y sangraras mucho.

– ¿Mi condición? -apretó mi mano, la que sostenía la suya, quería que la mire a los ojos-. ¿De qué condición hablas?

– Mi Luna Amelia -levanté la mirada, la voz se me quebró, estaba a punto de llorar, sufría al sentir tristeza y culpa-, estabas embarazada. Perdimos a nuestro bebé.

Amelia abrió los ojos por lo impactante de la noticia. Ella quería gritar por el sufrimiento que estaba sintiendo, pero no lograba sacar de su pecho el dolor, hasta que estalló un fuerte «POR QUÉ», y se deshizo en llanto. Saber que llevó en su vientre a nuestra cría que no logró pasar las seis semanas de gestación, la hizo entrar en un fortísimo shock nervioso que el médico y enfermeras solucionaron con tranquilizantes que le suministraron por la vía intravenosa.

(...)

Después de recibir el alta médica, dejé la bata de hospitalización y regresé a la habitación de Amelia. Seguía con el vendaje en pecho y antebrazo, así como con los parches en la frente, pero ya no había cicatrices ni costillas fracturadas, solo debía aparentar estar recuperándome. Mi Luna despertó cuando la tarde estaba dando paso a la noche, y me pidió algo que nunca pensé que oiría provenir de ella.

– Vete, Stefan. No te quiero ver -lo dijo en un susurro. Solís y Ravi no entendieron bien, pero para Marianne y para mí el mensaje llegó muy claro.

– ¿Qué dijiste, Amelia? -preguntó Solís mirándome confundida porque lágrimas comenzaron a caer por mi rostro.

– Por favor, no me pidas eso -le dije tratando de sonar tranquilo.

– ¡Vete, Stefan! ¡No te quiero ver! -Solís le pidió calma y que piense en lo que estaba pidiendo-. Por favor, Solís, no lo quiero cerca de mí. ¡Qué se vaya!

Miré a Marianne y Ravi, ambos la miraban tan confundidos como yo lo hacía. Solís trató de hacerla entrar en razón, pero Ravi me abrazó por los hombros y me hizo salir de la habitación. «Mejor salgamos. Alterarse no le hace bien, ha sido sometida a varias cirugías y está en recuperación. Después que descanse podrán hablar», mi cuñado trató de consolarme con esas palabras, pero yo sentía la culpa, la ira, la tristeza y el dolor de Amelia. «¿Acaso está molesta conmigo? ¿Me culpa de lo que pasó? Yo soy el culpable de todo. Laura existe en nuestras vidas por mí», pensaba mientras me dejaba llevar fuera de la habitación de mi Luna.

Amelia no quería que nadie la acompañe en la habitación, a excepción de Solís, pero ella no podía desatender a sus hijos, a quienes cuidaba sola por las tardes, después de la escuela, al estar Torres trabajando. Así fue que Marianne se ofreció a encargarse de Sandro y Elías durante esos días que Solís estaría atendiendo a mi Luna. «No te preocupes, Laura, los llevaremos a la mansión. Ellos estarán muy bien atendidos y nos encargaremos de llevarlos a la escuela y ayudarles con sus deberes», dijo Marianne cuando Solís le agradeció y encomendó a sus hijos.

El Puro que AúllaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora