Capítulo 2

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Estuve dándole vueltas a la idea del apartamento. Supuse que le darían alguno cerca del instituto, por lo que llamé a Adolph. Él era el administrador general del Condominio Palast, así que podía confirmar si ahí viviría Amelia. Le pregunté si sabía sobre el apartamento para la joven que podría ser la prometida, a lo que respondió afirmativamente. Él estaba acondicionando para ella un apartamento unipersonal en el décimo piso. Inmediatamente le dije que no era posible darle un apartamento como ese. Noté su nerviosismo por el tartamudeo que soltó, y le expliqué que ella se merecía lo mejor. Le recordé que en el condominio había cuatro edificios cuyo último piso estaba dividido en tres apartamentos que fueron diseñados para familias jóvenes: dos habitaciones con baño, otras dos que podían ser un estudio y una zona de costura para Amelia, baño de visitas, cocina abierta hacia sala y comedor, que eran amplios, y el balcón que daba una vista increíble de la ciudad.

Adolph no entendía cómo conocía esos apartamentos, ya que nunca había estado en Lima, pero recordaba la maqueta que Gonzalo junto a otros arquitectos habían preparado para mostrar el diseño de cuatro edificios en donde el último piso tenía tres apartamentos en vez de un penthouse. Le pedí que prepare cuatro opciones para ella, con diferentes vistas desde el balcón, y que entre las cuatro opciones considere una que tuviera la vista hacia el oeste, para que pueda ver el ocaso. La tarde que Amelia iría a ver los apartamentos volví a llamar a Adolph para hacerle recordar que incluya todos los servicios que se ofrecía a los arrendatarios. Ella era especial y estaba sola, así que debíamos ayudarla con la limpieza del apartamento, lavado y planchado de ropa, entre otros quehaceres. Al escuchar que Katha había preguntado por él, le dije que vaya a atenderlas y le recordé que no comente nada sobre mí.

(...)

Mis padres y Marion dejaron Inglaterra y pude ver a Laura. Decidí que, aunque no estaba seguro de que Amelia era la prometida, le diría que ya encontré a mi predestinada, y que por ello la relación que sosteníamos llegaba a su fin. Fui a su casa, que quedaba a unas cuadras del complejo universitario, y le pedí conversar en privado. Me llevó a su habitación, cuando quiso desabotonar mi camisa, la alejé y le pedí que me escuche. Sentados sobre el borde de su cama, ella se adelantó y me preguntó por el motivo de la visita de mis padres y Marion. Le conté que querían llevarme a Perú porque Marianne encontró a la prometida, y debía viajar para conocerla y hacerla mi Luna. Ella comenzó a gritar que no podía dejarla, y le recordé que el trato que teníamos se terminaba cuando aparezca el predestinado de uno de los dos. Laura no quería aceptar que la relación se terminaba. Se acercó a mí intentando seducirme, pero yo ya era inmune a sus encantos. Me rogó que no la dejara, y me propuso ser amantes, a lo que respondí que, si Amelia era mi predestinada, no tendría cabeza, corazón ni alma para nadie más que no sea ella. La mirada de Laura se tornó oscura, malévola, y caminando lentamente hacia mí, me dijo que, si ella no era feliz, nadie lo sería. Me tomó por sorpresa su transformación, pero aún más que se lanzara en ataque hacia mí. Decidí enfrentarla sin mi lobo porque sabía que podría exaltarme y terminar con su vida, así que la reduje en mi forma humana. Por la pelea destrozamos la habitación. Al ver que no podía conmigo, se transformó y me pidió que me fuera de su casa. Después de eso no supe más de ella.

La discusión y pelea con Laura me dejó nervioso. Estaba molesto, pero asustado. Nunca había visto esa expresión en su rostro. Todo lo bella que me pareció que era esa noche que celebraba mi cumpleaños, cuando la encontré sentada sobre la baranda de uno de los balcones de la mansión, quedó atrás. Era otra persona.

Cuando me atacó pude oler odio, envidia, su deseo de matarme, y todo lo bonito que pude sentir por ella, desapareció. Estaba maldiciendo el haberla conocido cuando Marianne me llamó para contarme que Amelia había elegido un apartamento y que el sábado se mudaba. Con todo el fastidio que tenía encima y el miedo que me limitaba razonar, contesté de muy mala manera a Marianne. Ella me reclamó y yo dije algo que la asustó: «No me importa la prometida. Llegaré a Perú y la rechazaré. Estoy harto de todo esto, de ella, de la Profecía. ¡Déjenme en paz!», y colgué.

El Puro que AúllaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora