Capítulo 10: La cajita de música

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Una serenata es una composición poética o musical destinada a ser interpretada, es un conjunto de armonía destinadas a llegar a los sentido más profundos del ser humano y transmitir así un sentimiento.

Era otro día en el Complejo, el hambre y la locura cada vez era mayor, hubo un intento de motín en el que aproximadamente 30 presos fueron disparados, pero lo más aterrador fue aquella maldita caja de música, aquella cajita de música despertó un estrés postraumático en La Madriguera.

Un día estábamos transportando las cajas de hormigas a su almacén cuando uno de los presos se cayó al suelo por el cansancio y le dieron de porrazos, yo iba a correr a lanzarme a ayudarlo pero Jerome, que le tocaba vigilarnos ese día me agarró del brazo, entonces otro preso se lanzó contra uno de los guardias y me quitó su arma, disparando a las cajas, todos a excepción de mi quedamos sorprendidos al ver esas bolas pequeñas y azules por montones.

Unos instantes después apareció el Padre y sacó una cajita de música, le dio cuerda y ahí, empezó el infierno, un sentimiento que no quiero recordar.

La cabeza me empezó a dar vueltas, empecé a gritar de dolor hasta caer al suelo, esa maldita melodia era como recibir descargas eléctricas por todo el cuerpo, el sentimiento fue tan fuerte que empecé a llorar, Himeko simplemente se llevaba las manos a los ojos y apretaba mi mano fuerte mientas gritaba que parase la música.

El Padre nos observaba sonriendo, sacó un libro infantil sobre unas ovejas y empezó a recitar mientras la cajita seguía sonando.

Yo intenté tirar una piedra a la cajita pero fue inútil, era tanto el dolor que no pude tirarla con fuerza.

Jerome le disparó a la cajita y poco a poco nos fuimos desmayando todos, pero antes de morir le di al Padre mi mirada más desafiante, miré a Himeko y ella asintió con la cabeza hasta quedarnos ambos desmayados.

Himeko estuvo durmiendo por 2 días y yo por 4 días aproximadamente.

Durante ese período de tiempo Himeko estuvo convenciendo a Jerome de terminar con el Padre pero este seguía insistiendo a pesar de lo visto por la cajita. Espera, ¿la cajita?

Una vez dicho eso uno de los hombres empezó a gritar de pánico y suplicar que no volviera a sonar la cajita, fue tanto el escándalo que hizo que vi como le volaban la cabeza de un tiro y su sangre caía en mi rostro además de su cuerpo en mis brazos.

Pero aún así seguíamos trabajando, teníamos ya aproximadamente 3 meses siendo presos, la veía fuera de los muros era desconocida ya.

¿Había más paz en la verdad de fuera o en la mentira de dentro? Era una pregunta que yo me planteaba.

Esa misma noche en la fogata nos hicimos compañeros de los presos y oímos sus historias, muchos eran personas que simplemente andaban por donde no debían y acabaron presas del Padre, sin libertad, sin duda alguna me dio mucha pena y aún más ganas de salir de aquí.

Himeko, tuvo un conflicto con Carla porque está tenía su máscara y su katana e intentó recuperarlas, casi la mata Candace de un disparo pero El Padre justo apareció y detuvo todo el conflicto porque le dio un rodillazo en el estómago.

La comida en La Madriguera empezaba a ser escasa, y con ellos el hambre y el malhumor de todos fue a mayores, empezaron peleas entre presos y entre personas del Padre, pero esa maldita caja de música era la única amenaza para detener todo problemas existente.

- Himeko, ¿tienes alguna idea de como vamos a salir de aquí?

- Hay que hacer algo con esa cajita de música, no sirve de nada que escapemos de aquí si con solo usar esa cajita de música ya quedamos inutilizados.

- Se me ocurrió que tal vez podríamos pedirle a Jerome que la rompa y así no nos debemos preocupar.

Esa misma noche nos vimos con Jerome otra vez en el baño de su edificio y le dijimos sobre la cajita, pero la respuesta solo nos quitó aún más esperanza.

- Es imposible, aunque destruya la cajita, no habría resultados, pues mi padre tiene en su oficina un vinilo pegado a la megafonia con la melodia de la cajita.

Himeko le dio un puñetazo a otro espejo y empezó a sangrar, entonces la vi preocupado pero me callé al ver una lagrima caer de su rostro.

- Himeko...  Jerome, que habría que hacer para provocar una salida o expedición afuera.

- ¿Qué?

- Eso mismo, ¿qué se necesita para salir de aquí?

- Pues la comida empieza a ser escasa, tal vez si le digo a mi padre esta noche le convezco para que mañana mande a varios presos afuera.

Teníamos ese plan, y la fe de que Jerome lo pueda convencer, Jerome nos dio un walkie talkie para estar en contacto de manera secreta.

Esa misma noche, Jerome llamó para decir que efectivamente mañana mismo teníamos una expedición afuera, además de proponernos a Himeko y a mi y otra persona que conoceríamos mañana, pero solo sabía que su nombre era Marcus, Marcus Lein.

Al día siguiente nos pusieron de rodillas, en el mismo lugar donde llegamos Himeko y yo en nuestro primer día, estaban en el procesos de selección, pero ya sabíamos quiénes iba a mandar.

Himeko y yo salimos además del otro chico, Marcus.

Antes de salir al exterior nos dieron nuestras cosas, mi mochila, la pistola que me había dado William, la katana de Himeko, su bolso y su máscara. Adoré la cara de satisfacción que ella puso cuando vio a Carla sin ella.

Nos abrieron la enorme puerta y cuando salimos afuera de esos altos muros de piedra, sentí la brisa en mi rostro.

Pero afuera, estaba todo destruido, colapsado por la vegetación, era todo como en un apocalipsis.

- Es horrible. Dijo Himeko llevándose la mano a la boca.

- Duramos tanto tiempo en ese falso paraíso que al salir solo vemos triste verdad. Dijo Marcus presentándose.

Marcus era un hombre joven de unos 33 años, tenía como arma un simple palo, yo mi  pistola y Himeko su katana.

- Yo era un simple barrendero en la ciudad, naci en Irish, pero me mude a Lewis hace 20 años, más o menos la edad de la chica y un poco más que la tuya.

Un día yo vi al Padre en la calle, estaba robando un trozo de pan a una ancianita y yo lo detuve, en ese momento decidí ayudarlo porque al igual que él yo también fui pobre, mi padre murió y quedé solo, mi madre era alcohólica y desapareció, por lo que empecé trabajando en la obra apenas a los 13 años. Finalmente le di un puesto de barrendero pero este un día se fue y desapareció diciendo que habia conocido a un extraño hombre de negro que le había dado una idea.

- ¿Cuál era la idea? - pregunté a Marcus.

- Vender felicidad usando una cajita de música mientras se divertía.

Sobrevivir no es vivir Donde viven las historias. Descúbrelo ahora