Capítulo 3

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Muy adentro de las sombras

El padre de Kagome tenía planificado ausentarse por un corto período de diecisiete días. Su rumbo era Brushley, un condado que quedaba al sur de Callassya al que difícilmente se podía acceder, debido a todos los inconvenientes que se presentaban dada la lejanía. Debían atravesar buena parte del bosque, y ante la falta de carreteras hubieron muchos casos de desaparición. Totosai, en cambio, llevaba más de veinte años visitando el poblado sureño y el camino estaba memorizado en su mente con una claridad infalible. También llevó un mapa en caso de alguna duda que le pueda surgir, no obstante, tenía el presentimiento de que el último sería absolutamente inutilizado.

Se fue en la mañana a primera hora del amanecer. Cuando Kagome recién despertaba, y bajaba al granero para alimentar a las gallinas con migajas de pan o maíz. Incluso le había preparado la montura a su yegua y todo el equipamiento que su padre necesitaría en el viaje. Su trabajo era entregar unas cuantas armas de defensa a los mercaderes del pueblo, y a cambio recibiría más mineral y herramientas como abono de su producción. Si bien Brushley era un lugar bastante comercializado y concurrido —Y no estaba ubicado en medio de la nada como su hogar—, lo único que le desencantaba era la larga distancia que sumergía al anciano a las profundidades de la naturaleza; Pasando noches en campamentos y subsistiendo de suministros alimenticios; Además de correr el riesgo de ser severamente atacado por manadas de lobos grises.

También sabía que no tenía nada de que preocuparse. Su padre viajaba muchísimas veces al año y siempre regresaba ileso, a excepción de una que otra vez, en donde su torpeza lo había conducido a leves enfrentamientos con algún pequeño grupo animal. Sin embargo, como única hija, la preocupación por su viejo estaba cada vez más presente en su soledad. De niña no solía molestarle y puede que sea por la admiración que le guardaba. Él era su protector y el más fuerte entre los fuertes. Capaz de subir por montañas altas y combatir osos, serpientes, y perros de bosque. A medida que fue creciendo aquella imagen de aventurero se descompuso, y aunque todavía lo admiraba, tuvo que comprender el hecho de que su padre ya no contaba físicamente estable como para andar de forastero. Con cada viaje, solamente alzaba una sombra que encontraba su fin con su regreso.

Esta vez, aquella sombra era tan oscura como nunca antes.

—No tenéis que hacer esto. —Ella le suplicó nuevamente, con el sonrojo de su llanto amenazando con caer.

Al hombre se le hundió el pecho cuando observó a su hija. Su hermosa y única hija. Su más grande creación y el recuerdo más preciado que compartía con su difunta esposa. Había crecido tan rápido. Había madurado tan deprisa; Que incluso sintió su propia mirada cristalizarse ante su imagen y todo el cúmulo de sentimientos lo transportaron al recuerdo de quién fue amiga, amante, y mujer. No quería dejarla y partir. En realidad nunca le gustaba hacerlo; Sintiendo que con cada marcha la abandonaba, y eso era algo que prometió no hacer desde el lecho de muerte de su cónyuge. Se acercó por última vez a su pequeña y besó sobre la cabellera negra que se esparcía por su frente. Kagome siempre recuerda esa acción como uno de los instantes más emotivos entre ella y su padre, entonces lo abrazó, justo como cuando era una niña. Luego lloró sobre sus hombros, a merced de un presentimiento malvado que la perseguía.

—Oh, mi retoño, ¿Por qué lloraís? —Susurró mientras acariciaba su cabeza y la acurrucaba en su cuerpo—. Solo me iré por un corto tiempo, así que no os derrumbéis de esa manera, sino mi fuerza cederá y no tendré el valor de dejaros.

La miró con cariño. Con ese amor tan paternal que demostraba con su cálida sonrisa. De repente se sintió pequeña y mimada. Se sintió adorada como el más grande de los tesoros y lo más preciado para la vida del hombre. Supo que la negatividad no era una característica propia en sus espacios, y entonces, comprendió que sus temores eran totalmente absurdos.

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